Hay hombres que nacen con buena estrella, a pesar de cualquier pesar y de vicisitudes intermedias. Esa es la historia de Alejandro Robaina, el Embajador del Habano, el símbolo del tabaco cubano durante muchos años. Dicen los que le conocieron, que no existía hombre más humilde en la manera de expresarse, conducirse, relacionarse y proyectarse. Eso sí, a la hora de producir y de intentar hacerlo bien, han existido pocos con más orgullo y ambición.
Nació veguero, de padre y abuelo canarios, quienes le inculcaron el oficio. Desde niño se creía con un don especial para cuidar la tierra y los animales. En una de sus últimas entrevistas confesó que cuando joven no tenía dinero ni para tirarse una foto, y en sus últimas décadas de vida compartió portadas de revistas con Julio Iglesias, Brad Pitt y George Clooney, mientras viajaba por el mundo. Y seguía diciendo que se sentía más a gusto con la gente sencilla. Hablaba con tanta naturalidad de cuando compartió con el Rey Juan Carlos, o con García Márquez y Ricardo Arjona cuando estuvieron en su casa.
Oficialmente sólo cursó hasta el tercer grado escolar y sin embargo ayudó a decenas a aprender a leer y escribir. Así era este hombre, menospreciado por algunos que lo consideraban un simple campesino y atribuían su preponderancia a meras circunstancias, envidiado por otros que creían merecer, con más o menos razón, una suerte similar y definitivamente elogiado, admirado y recordado por millones.
El respeto viene con el trabajo
Con su muerte en 2010, a los 91 años de edad, desapareció una leyenda activa y se cerró un capítulo glorioso en la historia del tabaco cubano y universal. Murió un veguero que hablaba con la tierra y las plantaciones, y sabía escuchar la respuesta. Era un ídolo para los amantes de los cigarros Premium.
Fumaba puros torcidos en su casa desde los nueve años y a partir de entonces no lo abandonó, aunque muchas veces le advirtieron sobre los peligros de ese hábito. Era tan empecinado para todo. Con ese defecto y virtud, durante varios años llegó a producir entre el 70 y el 80 por ciento de las capas de toda la provincia de Pinar del Río, suficientes para cubrir entre ocho y diez millones de puros habanos, que en aquel momento significaban cerca del diez por ciento de las exportaciones cubanas.
Los altos rendimientos de sus cosechas le llevaron a la fama y de ahí, a ser un elegante embajador, orgulloso de ser cubano y admirador de las mujeres hermosas.
Herencia tabacalera en «El Pinar Robaina»
Desde 1845, la familia Robaina y otras vecinas han producido una hoja aromática de gran calidad en las vegas (parcelas) situadas en Cuchillas de Barbacoa, en el municipio pinareño de San Luis, a lo largo de una franja productora conocida como Vueltabajo. Dicen los expertos que allí se produce el mejor tabaco del mundo, por las condiciones del suelo rojizo, el clima, el enriquecimiento con materia orgánica y la sabiduría campesina.
Durante una conferencia en Alemania, asociada a las campañas antitabaquismo, explicó que el triunfo del habano cubano está en la manera natural con que se trabaja, en el abono ecológico que se le echa.
«Es un proceso muy largo, completamente manual.»
Robaina tenía muchas amistades, conocidos y recibía muchos visitantes. En algún momento confesó que a veces se tenía que esconder porque no lo dejaban trabajar en su finca «El Pinar Robaina», con 16 hectáreas dedicadas al cultivo del tabaco. Desde personalidades de todas partes, hasta circuitos turísticos que aún hoy circulan, arribaban para aprender el ciclo del producto, pero especialmente para encontrarse con él.
Antes y ahora, casi todos los días llegan grupos de visitantes interesados en recorrer la granja, para saber cómo se cosecha la hoja, cómo funcionan las casas de tabaco, el secado en cujes y sentir el olor inconfundible, ver el torcido, los semilleros, y cada uno se va con su propio puro. Generalmente, la mejor época para viajar allí es a finales de la primavera.
Vegas Robaina
En honor al que fuera el rostro visible de la experiencia, la maestría y el sudor derramado por los cosecheros de tabaco en Vueltabajo, Habanos S.A. lanzó en 1997 la marca Vegas Robaina. La más joven de las denominaciones cuenta con cinco vitolas torcidas completamente a mano, con tripa larga y sabores de medio a fuerte. Así se convirtió en el único veguero cubano de la contemporaneidad que en vida le había puesto su nombre a una de las marcas de Habanos Premium.
El semblante surcado de arrugas como la tierra fértil, el cabello blanco, un sombrero de yarey y en la mano un puro elaborado con materia prima de su propia finca, era la imagen que necesitaban los habanos para posicionarse definitivamente en el mundo. Era el rostro de la experiencia, de la sabiduría, la confianza y la tradición, que nunca miente, tranquiliza a los compradores y expresa continuidad.
Su legado familiar
Entre la amplia descendencia, su nieto Hirochi Robaina ha sido el encargado de administrar la finca y varios de sus intereses. Según el propio abuelo, casi todos emigraron del campo e Hirochi permaneció junto a él alrededor de 12 años administrando la vega, después de hacerse tabaquero en las fábricas de H. Upmann y Partagás, en La Habana. Era parte esencial en su proceso de aprendizaje, para seleccionar y evaluar con severidad en la práctica una capa digna de su cosecha.
Robaina y la prensa
«¿Hay algo que no haya hecho en su vida?»
Pregunta una periodista y Robaina responde:
«No canto, nunca me he bañado en el mar; ni me he puesto camisas de mangas cortas. Tampoco he usado zapatos sin cordones; ni me pongo calzoncillos atléticos, porque me amarran mucho.»
El limitado nivel de instrucción formal fue un arma de doble filo para Robaina y sus interlocutores, con quienes siempre fue sincero, mordaz y desinhibido. Algunos encuentros produjeron anécdotas mucho más picantes que esta.