Platos de la comida cubana: los sabores más tradicionales de la Isla

Platos de la comida cubana: los sabores más tradicionales de la Isla

La comida cubana es mucho más que una combinación de ingredientes: es una manifestación viva de la identidad de un pueblo. Nacida del encuentro entre culturas diversas, ha absorbido influencias españolas, africanas e indígenas, además de toques asiáticos, franceses y caribeños. El resultado es una tradición culinaria rica, variada y profundamente sabrosa, donde cada plato cuenta una historia.

A lo largo de los años, la cocina de la Isla ha evolucionado manteniendo su esencia: esa mezcla cálida de sabores caseros, sazones intensos y recetas transmitidas de generación en generación. Este blog es una invitación a conocer los sabores más tradicionales de Cuba, aquellos que han acompañado la vida cotidiana, las celebraciones y los momentos especiales de su gente. Prepárate para un recorrido culinario por los platos que definen el alma de la gastronomía cubana.

Los imprescindibles de la gastronomía cubana

La gastronomía cubana destaca por su sabor auténtico y su herencia cultural profundamente mestiza. Cada receta tradicional refleja el legado compartido de quienes han hecho de la Isla su hogar a lo largo de los siglos. Desde los indígenas taínos hasta los colonizadores europeos, pasando por los africanos y otras culturas que llegaron después, todos han aportado algo a esta cocina.

Los ingredientes locales como el arroz, los frijoles, el plátano, la yuca y las carnes –especialmente el cerdo– son fundamentales en muchos de los platos. Esta mezcla de sabores, técnicas y tradiciones ha creado una cocina cálida y familiar, llena de carácter. Los platos que presentamos a continuación no solo forman parte del día a día cubano, sino que también representan con orgullo la identidad y la historia del país. Acércate a ellos, y deja que el sabor te lleve directo al corazón de Cuba.

Lechón asado, el rey de las celebraciones

En cualquier rincón de Cuba, el lechón asado ocupa un lugar privilegiado. Es el protagonista indiscutible de las celebraciones navideñas, los fines de año y muchas otras reuniones familiares o populares. Más que un simple plato, representa un ritual colectivo cargado de tradición, sabor y alegría compartida.

La preparación del lechón comienza con un marinado generoso y profundamente aromático: el mojo criollo, una mezcla irresistible de naranja agria, ajo, cebolla, orégano, comino y otras especias que impregnan la carne de un sabor característico. Este adobo, que se deja reposar durante horas, es clave para obtener la textura jugosa y el gusto intenso que tanto lo distinguen.

En muchas zonas rurales, el lechón se asa al aire libre, sobre parrillas improvisadas o dentro de la tradicional caja china, un ingenioso horno portátil que garantiza una cocción uniforme y una piel dorada y crujiente. Verlo cocinarse lentamente mientras se comparte entre amigos y familiares es parte esencial de la experiencia.

No hay acompañamiento más típico que el arroz congrís, la yuca con mojo y las viandas fritas, aunque cada familia puede incorporar sus propias variaciones, como purés o vegetales frescos. Probarlo es comprender una parte esencial de la comida cubana, esa que se disfruta tanto con el paladar como con el alma. Si estás en La Habana y deseas saborear una versión memorable de este plato, te recomiendo Iván Chef Justo, en la calle Aguacate esquina a Chacón, en plena Habana Vieja. 

Ropa vieja, el sabor de la identidad cubana

Ropa vieja, comida cubana

La ropa vieja es uno de los platos más emblemáticos de la cocina cubana, una receta que ha viajado desde la tradición española hasta convertirse en símbolo del sabor criollo. Su nombre peculiar hace referencia a la apariencia de la carne deshebrada que recuerda a trapos viejos, pero su sabor es todo lo contrario: profundo, aromático y reconfortante.

Su origen se remonta a las Islas Canarias, desde donde llegó a Cuba durante la época colonial. Con el paso del tiempo, la receta se adaptó a los ingredientes locales y al estilo cubano, convirtiéndose en una preparación infaltable en los hogares y en muchos restaurantes típicos.

En su versión más tradicional, se prepara con carne de res cocida y desmechada, luego sofrita en una base de tomate, ajo, cebolla, pimientos y especias, todo aderezado con un toque de naranja agria que le aporta frescura y carácter. Sin embargo, también pueden encontrarse variantes hechas con carnero o cerdo, cada una con su sello regional.

Este plato suele servirse acompañado de arroz blanco, vegetales salteados y, en ocasiones, plátano maduro frito, conformando una combinación que habla directamente al corazón de quien lo prueba.

Chilindrón de chivo, un plato con influencias españolas

El chilindrón de chivo es una de esas joyas de la comida cubana. Originario del norte de España, este guiso fue adoptado y transformado por los cubanos, especialmente en las regiones rurales, donde el chivo es una carne común y apreciada. En su versión cubana, el chilindrón de chivo se adapta a los sabores criollos y a los ingredientes disponibles según cada región. La preparación comienza marinando la carne durante varias horas en naranja agria, lo que le da suavidad y un matiz cítrico muy característico. Mientras tanto, se elabora una salsa a base de puré de tomate, ajo, cebolla, ajíes, perejil, sal y pimienta, que se convertirá en el corazón del guiso.

Los trozos de chivo se integran a esta mezcla y se cocinan lentamente, incorporando vino seco para realzar los sabores. En algunas zonas del país, se sustituye el vino por cerveza, que se agrega poco a poco durante la cocción, logrando una carne tierna, jugosa y profundamente aromática. Este plato, con sus raíces humildes y su sabor potente, es típico de las celebraciones y comidas familiares en el campo cubano. 

Moros y cristianos, la combinación perfecta

Moros y cristianos, también llamado congrí

Pocos platos logran tanta presencia y simbolismo en la comida cubana, como moros y cristianos, la clásica mezcla de arroz con frijoles negros cocinados juntos. Su nombre evoca las antiguas luchas entre musulmanes (moros) y cristianos en la península ibérica, reflejando la herencia hispánica que forma parte del ADN culinario cubano. Sin embargo, en Cuba, esta receta trascendió el simbolismo y se convirtió en una tradición diaria, profundamente arraigada en la vida familiar.

Este plato es el acompañamiento perfecto para el lechón asado, aunque su versatilidad hace que no se necesite ninguna celebración especial para disfrutarlo. Forma parte del menú cotidiano en muchos hogares cubanos, donde cada familia le imprime su propio estilo. La preparación comienza con el ablandado de los frijoles negros. Luego, el sofrito se hace con ajo machacado, cebolla y ají picado, que aportan aroma y sabor. A este sofrito se añade el arroz y posteriormente el frijol blando, en igual proporción. Para terminar, se incorporan laurel, comino, un toque de azúcar, y otros ingredientes al gusto, dando como resultado una mixtura densa, sabrosa e inconfundible. Cada cucharada reúne el alma de la cocina tradicional.

Aunque su nombre técnico es «moros y cristianos», muchos cubanos lo llaman congrís, y así aparece en las cartas de numerosos restaurantes. Un lugar donde lo preparan con especial cariño y sabor es Doña Eutimia, en el Callejón del Chorro, junto a la Plaza de la Catedral, en La Habana Vieja. Una parada obligatoria para quienes quieren conocer de cerca los sabores más auténticos de Cuba.

Tamal en hoja, herencia indígena en la cocina cubana

Tamal en hoja

El tamal en hoja es una de las recetas más antiguas y queridas entre los platos típicos de Cuba, con raíces que se remontan a las comunidades indígenas que habitaban la Isla antes de la llegada de los colonizadores. Aunque comparte nombre con el tamal mexicano, su preparación y sabor son muy diferentes: el cubano es más cremoso, menos condimentado con chiles, y se cocina envuelto cuidadosamente, como si se tratara de un regalo que guarda un tesoro de sabor.

La base del tamal cubano es el maíz tierno y fresco, cosechado principalmente entre julio y agosto, cuando alcanza su punto óptimo. Se le quita la paja, se ralla (aunque hay quienes prefieren desgranar y moler), y se mezcla con un sofrito hecho con ajo machacado, cebolla, ají, grasa de cerdo, jugo de limón, sal y, si se desea, un toque de puré de tomate para realzar el sabor. 

La masa resultante se vierte cuidadosamente sobre hojas de maíz o de plátano, se envuelve bien y se amarra con destreza. Luego, se cocina al vapor o en olla de presión hasta lograr esa textura firme por fuera y cremosa por dentro que lo hace único. El relleno clásico incluye trozos de carne de cerdo sazonados, aunque en algunas versiones se mezcla directamente con la masa. Su presencia en la cocina cubana es especialmente fuerte durante la temporada de cosecha, aunque su sabor lo hace deseado en cualquier época del año.

Yuca con mojo, el acompañante infaltable

Entre las viandas más queridas de la comida cubana, la yuca con mojo ocupa un lugar especial. Este plato sencillo pero lleno de sabor es un acompañante clásico en celebraciones, comidas familiares y fiestas tradicionales, especialmente al lado del lechón asado. Su textura suave y su mojo hacen que sea casi obligatorio en cualquier mesa cubana.

La yuca, raíz de origen indígena, ha sido consumida en la Isla desde tiempos ancestrales. Se pela, se hierve hasta que ablanda y luego se transforma con el toque mágico del mojo criollo: un sofrito de ajo dorado en aceite al que se le añade el jugo de naranja agria, logrando una mezcla intensa, aromática y refrescante. El mojo se vierte caliente sobre la yuca, permitiendo que absorba todo su sabor.

El resultado es un acompañamiento irresistible, que realza cualquier tipo de carne, especialmente el cerdo. De solo recordarlo, servido junto a un buen lechón asado, es inevitable que lleguen a la memoria imágenes de fiestas, música y familia reunida alrededor de la mesa.

Frijoles negros, un clásico en cada mesa cubana

Entre los sabores de Cuba, pocos ingredientes son tan representativos como los frijoles negros. Son parte esencial de la dieta diaria, acompañantes fieles del arroz blanco o protagonistas del clásico “moros y cristianos”. Su sabor profundo, su textura cremosa y su versatilidad los convierten en un plato básico en hogares y restaurantes por igual.

Prepararlos es casi un acto ritual. Primero se remojan durante varias horas y luego se cocinan lentamente, generalmente en olla de presión, hasta que estén suaves. El secreto está en el sofrito, donde se mezclan ajo, ají, comino, orégano, laurel, un toque de azúcar, sal y un chorrito de vinagre. Al final, unas gotas de aceite de oliva realzan y equilibran todos los sabores, dándole ese acabado sedoso tan característico.

Más allá de su forma más común, también se disfrutan como guiso espeso, lo que en Cuba se conoce como “frijoles dormidos”, cuando el grano ha absorbido gran parte del caldo y adquiere una consistencia más densa e intensa. Servidos con arroz blanco, viandas o incluso solos, son el reflejo perfecto de una comida sabrosa y reconfortante.

Boniato frito, la versión cubana de las papas fritas

El boniato, una variedad dulce de patata conocida en Cuba como papa dulce, es un acompañamiento clásico en la cocina cubana que no puedes dejar de probar. Para prepararlo, primero se pela y se corta en trozos, que pueden variar en forma y tamaño según la preferencia. Luego, se espolvorean con sal y se colocan cuidadosamente en aceite frío junto con un toque de agua.

A medida que el boniato se va friendo, cambia su color y textura, indicándonos el momento perfecto para retirarlo del fuego y disfrutarlo. El resultado es un bocado crujiente por fuera y suave por dentro, con ese toque dulce que lo hace irresistible.

Batidos de frutas, el toque refrescante de la Isla

En Cuba, los batidos de frutas son mucho más que una simple bebida; son una tradición refrescante y nutritiva que forma parte esencial de la alimentación diaria. Gracias a la diversidad de frutas tropicales, es posible disfrutar de sabores naturales y vibrantes en cualquier momento del día.

Los batidos más populares incluyen el mamey, la guayaba y el plátano, pero hay toda una gama de frutas que se convierten en protagonistas de esta deliciosa mezcla. El batido se prepara uniendo la pulpa fresca de la fruta con leche, una pizca de sal, azúcar y hielo, todo licuado hasta obtener una textura cremosa y refrescante.

Ya sea en el desayuno, como aperitivo o merienda, el batido es la opción perfecta para combatir el calor caribeño. ¿Mi recomendación personal? Prueba el batido de chirimoya, fruta bomba o mamey para disfrutar de sabores únicos y llenos de frescura.

Cascos de guayaba, un postre lleno de dulzura

Los cascos de guayaba son uno de los postres más emblemáticos de la repostería tradicional cubana. Elaborados a partir de guayabas maduras. Para prepararlos, se utiliza la pulpa firme de la fruta, cortada en mitades o “cascos”, que se cocinan suavemente con azúcar hasta formar un almíbar espeso y aromático. El secreto está en no cocinarlos demasiado, para que conserven su forma y textura suave pero consistente.

Aunque pueden disfrutarse solos, la combinación clásica y más adorada es con queso crema. La dulzura intensa de la guayaba en almíbar y la suavidad salada del queso crean un contraste perfecto, una verdadera unión bendecida por los dioses del sabor.

Cucurucho de coco, delicias de Baracoa

El cucurucho de coco es un dulce tradicional exclusivo de Cuba, originario de Baracoa, en la región oriental de la Isla. Su base es el coco rallado, cocido lentamente con miel de abejas o azúcar de caña hasta obtener una mezcla espesa, dulce y aromática. A menudo se le agregan frutas tropicales como piña, guayaba o fruta bomba, que enriquecen aún más su sabor y textura.

Pero lo que realmente distingue al cucurucho es su envoltura: una hoja de yagua, parte del cocotero, que le da nombre al dulce y lo convierte en una experiencia rústica y auténtica. Se amarra cuidadosamente con ariques, fibras naturales del mismo árbol, logrando una presentación que recuerda la conexión profunda entre el cubano y su entorno natural.

Aunque el mejor se encuentra sin duda en Baracoa —de donde proviene este tesoro culinario—a veces la suerte sonríe en La Habana. Cerca de Coppelia, en el Vedado, un vendedor ambulante asegura traerlos directamente de Baracoa. Mi consejo: no lo dejes pasar. El cucurucho de coco es más que un dulce; es un pedacito de la Cuba más auténtica que llevarás contigo como un delicioso recuerdo.

Rellenos en la comida cubana: tradición y creatividad

La técnica de rellenar carnes y vegetales es una tradición bien arraigada en la cocina cubana. Con influencias europeas —principalmente españolas— fusionadas con la creatividad criolla, los “rellenos” han encontrado su lugar en las mesas cubanas, especialmente en fechas señaladas del calendario familiar.

En la primera mitad del año, las celebraciones por el Día de las Madres, el Día de los Padres, o el Día del Amor y la Amistad se viven con alegría. También se suman cumpleaños, compromisos, bodas y, para los creyentes de la religión yoruba, los aniversarios de santos. En estas ocasiones especiales, muchos cubanos optan por platos tradicionales como el congrí, la carne de cerdo asada, los tostones, la yuca con mojo o la clásica ensalada de estación. Pero cuando se quiere dar un giro más creativo y sabroso, los rellenos se convierten en protagonistas.

Un pollo bien preparado y relleno, un conejo enrollado, unos pimientos con arroz y carne, o las siempre deliciosas berenjenas rellenas de carne de cerdo o queso… son platos que se agradecen y se celebran con entusiasmo. Cada receta tiene su toque personal, su historia, su sazón.

La revista Arte Culinario, publicada por la Federación de Asociaciones Culinarias de la República de Cuba —y disponible en formato digital— recoge algunas de estas preparaciones típicas. Entre sus páginas se destaca cómo muchos de estos rellenos tienen su origen en el oriente cubano, una región rica en tradiciones culinarias donde la mezcla de culturas ha dado lugar a verdaderas joyas de la cocina popular. Te invito a explorar algunas de esas recetas y a dejarte tentar por la mezcla de sabor, historia y creatividad que caracteriza a los rellenos en la cocina cubana. 

Guanajo relleno, un plato de fiesta

Guanajo relleno

«¡Ay, qué bueno, qué bueno!, un guanajo relleno…». Así comienza una de las guarachas más recordadas de la música cubana, compuesta en 1933 por Ignacio Piñeiro y popularizada por el Septeto Nacional, y más tarde por el grupo Sierra Maestra. No es casualidad que la canción hable de este plato: el guanajo relleno no solo es una delicia, sino también un símbolo de celebración y sabor criollo.

El guanajo —nombre que recibe el pavo en Cuba— es tradicionalmente servido en ocasiones especiales, especialmente en fin de año, bodas o grandes reuniones familiares. Su preparación, sobre todo cuando se utiliza un guanajo de patio, criado en el campo, implica tiempo, paciencia y mucha dedicación. Pero el resultado vale cada minuto.

Una de las recetas más sabrosas, recogida en el libro Ciento veinte maneras de rellenar un guanajo, comienza con el ave bien limpia y adobada. Luego se rellena con arroz congrí a medio cocinar, preparado con frijoles colorados. El guanajo se cocina a la parrilla, sellado con manteca de cerdo bien caliente y asado lentamente sobre brasas de carbón. Durante el asado se va bañando con una mezcla de especias tradicionales: ajo, romero, cilantro, comino, naranja agria, orégano, pimienta y sal.

Como toque final, cuando ya está dorado y jugoso, se le puede añadir un poco de guarapo (jugo de caña de azúcar) para intensificar ese sabor único que solo se encuentra en la comida cubana. Acompañado de yuca con mojo o frita, y una ensalada fresca, este platillo se convierte en el centro de cualquier celebración.

No solo la música ha rendido homenaje al guanajo relleno. El escritor José Lezama Lima también lo inmortalizó en su novela Paradiso, donde describe una gran cena en la que el plato principal es un pavo relleno con almendras y ciruelas. Así de versátil es esta receta: cada familia cubana tiene su propia versión, añadiendo picadillo, viandas, frutas secas o lo que la imaginación inspire.

El cerdo, el protagonista de los rellenos cubanos

En la cocina cubana, hay un ingrediente que reina: la carne de cerdo. No importa si es un cumpleaños, una boda, un aniversario religioso o simplemente un domingo cualquiera sin motivo especial; si hay cerdo, hay fiesta. Asarlo es todo un ritual: en parrilla, en púa, al horno o incluso bajo tierra, cada método tiene su encanto. Pero si hay una variante que eleva este manjar a otro nivel, es el cerdo relleno.

Imagínelo: un puerco cocido lentamente sobre brasas de carbón o leña, bañado con un adobo cargado de especias tradicionales —ajo, naranja agria, comino, pimienta, orégano— mientras su piel se va dorando hasta quedar crujiente. El aroma se extiende como promesa de una comida inolvidable. Y lo mejor está en el interior: un relleno sorpresa que puede incluir arroz congrí, lonjas de jamón, aceitunas, fufú de plátano, pasas, frutas secas, queso… todo cabe cuando la imaginación cubana entra en juego.

Los anfitriones suelen mantener en secreto lo que hay dentro del cerdo, aumentando la expectativa de los comensales. Y cuando llega el gran momento de partirlo… ¡Aleluya! Cada rebanada revela un universo de sabores combinados, una sinfonía criolla que celebra la abundancia y el ingenio.

Filete de res Coishet, el toque gourmet desde Granma

En la rica tradición culinaria de la provincia de Granma, específicamente en la ciudad de Bayamo, hay un platillo que destaca no solo por su sabor, sino también por la historia que lo acompaña: el Filete de res Coishet. Esta receta lleva el nombre de su creador, Anastasio Coishet, un cocinero jamaicano que vivió en Bayamo entre las décadas de 1890 y 1900, y cuya maestría en la cocina dejó huella en las mesas más distinguidas de la época.

Según la memoria oral de antiguos bayameses, Coishet solía preparar banquetes familiares y cenas especiales, y fue en ese contexto que surgió esta delicia que fusiona técnicas caribeñas con el sabor criollo. Su creación, el Filete de Añojo Coishet, representa uno de los primeros guiños gourmet dentro de la cocina cubana tradicional.

El plato comienza con un buen filete de res, rebanado y adobado con sal, pimienta, ajo y jugo de naranja agria. Luego, el filete se enrolla y se rellena con carne de conejo previamente cocida y sazonada, además de un toque de queso que aporta cremosidad al interior. El rollo se empaniza utilizando huevo, harina de trigo y, como detalle singular, casabe rallado (pan de yuca seco y crujiente), lo que le aporta una textura única. Finalmente, se fríe durante apenas tres minutos para lograr un exterior dorado y crujiente.

Al servirlo, se coloca una base de salsa de tomate —sutil y aromática— bajo el filete, acompañado de papas fritas y vegetales como guarnición. La presentación es sencilla pero elegante, y el sabor es profundamente reconfortante, con notas que recuerdan tanto al campo cubano como a la cocina caribeña más elaborada. Hoy, este plato sigue siendo un secreto bien guardado de la provincia de Granma, un guiño histórico al legado de un inmigrante que supo combinar técnica, sabor y memoria en un solo bocado.

Boliche mechado a la santiaguera, jugosidad y tradición

En las cocinas de Santiago de Cuba, nació uno de los platos más suculentos de la región oriental del país: el boliche mechado a la santiaguera. Este manjar, profundamente enraizado en la tradición familiar, ha sido durante generaciones el orgullo de abuelas y cocineras que, con paciencia infinita, lo preparaban en hornillas de carbón y calderos de hierro fundido.

El boliche —un corte compacto de carne de res, generalmente el redondo o muchacho— es mechado con chorizo, jamón, tocino entreverado y especias. La preparación comienza con el mechado cuidadoso de la pieza, que se condimenta con sal, pimienta, ajo, cebolla y otras hierbas. Luego, se dora lentamente en grasa o aceite hasta sellar bien sus jugos.

Pero la magia está en la cocción: lenta, prolongada, casi ceremoniosa, mientras se le va añadiendo poco a poco el aliño previamente preparado. Este proceso, que requiere tiempo y atención, garantiza que la carne absorba todos los sabores y quede jugosa, tierna y bien impregnada. Una vez lista, se corta en lonjas finas y se sirve bañada con su propia salsa, acompañada de arroz blanco, plátanos fritos o yuca con mojo.

Aunque se desconoce el nombre exacto de su creador, el boliche mechado se ha convertido en un verdadero ícono culinario de Santiago de Cuba. Es uno de esos platos que se transmiten de generación en generación, donde cada familia guarda su pequeño secreto o toque personal. Y aunque muchos lo han probado sin saber su historia, todos reconocen en él un sabor profundamente santiaguero: intenso, cálido, lleno de carácter.

Pollo enrollado, una receta típica de Guantánamo

En el corazón de la ciudad de Guantánamo, allá por el año 1941, nació uno de los platos más sabrosos y recordados de la cocina local: el Pollo enrollado Guantánamo. Su origen está ligado a una pequeña lunchería ubicada en la calle Crombet, entre Los Maceos y Moncada, donde el comerciante español Antonio Baltasar abrió un modesto establecimiento que con el tiempo se convirtió en un pequeño salón de comidas con cocina propia.

Fue allí donde, bajo la dirección del cocinero Eusebio Torres, se ideó esta receta que pronto ganó fama entre los comensales del lugar. El dueño pidió crear un plato de pollo que atrajera a la clientela, y lo logró. Así nació esta versión guantanamera de pollo relleno que, con el tiempo, se convertiría en una verdadera joya de la gastronomía del oriente cubano.

El Pollo enrollado consiste en una pechuga o filete de pollo cuidadosamente aplanado y sazonado, que se rellena con jamón, queso, tocino, zanahoria, cebolla, huevo duro y subproductos de cerdo. Luego se enrolla firmemente, se asegura con hilo o palillos, y se cocina al horno o a la sartén, dorándolo hasta que quede bien cocido por dentro y con un exterior jugoso y ligeramente crujiente.

El resultado es un plato elegante y sabroso, que combina texturas suaves con sabores intensos. Se suele acompañar con arroz blanco, ensalada fresca o papas salteadas, aunque su versatilidad le permite figurar tanto en almuerzos familiares como en ocasiones especiales.

La gastronomía cubana en la música popular

El cubano es salsero, jaranero y, sin duda, amante del buen comer. Para él, una fiesta sin comida no es fiesta, así como una comida sin música tampoco está completa. En Cuba, la cocina y la música se han entrelazado de forma natural, dando lugar a un universo donde el paladar y el ritmo van de la mano, y donde la comida se convierte en letra, metáfora y celebración.

Numerosas canciones populares han hecho de los platos típicos cubanos sus protagonistas o cómplices. Desde guarachas hasta sones, pasando por la salsa y el chachachá, los artistas han encontrado en la cocina criolla una fuente de inspiración constante. No es raro escuchar coros que mencionan el congrí, el lechón asado, los tamales o los frijoles negros, todos elevados a símbolos de cubanía y disfrute.

Un ejemplo emblemático es el tema mencionado “¡Ay, qué bueno, qué bueno, un guanajo relleno!”. También hay canciones como “Arroz con mango”, expresión popular cubana que hace referencia al caos, pero que a la vez nombra dos alimentos esenciales del día a día. Y qué decir de “Sopa de caracol”, pegajosa y sabrosa como un buen ajiaco, o de tantos estribillos que invitan a ponerle «más salsita» a la vida.

En definitiva, la gastronomía cubana ha encontrado en la música un altavoz poderoso. Entre bongós y cucharones, entre letras y sazones, se canta lo que se cocina y se cocina lo que se vive. Porque en Cuba, la vida tiene sabor… y suena sabroso.

Échale salsita, el homenaje al sabor cubano

Si hay un tema musical que encarna la picardía, el sabor y la identidad de la cocina cubana, ese es sin duda “Échale salsita”, compuesto en 1933 por el legendario Ignacio Piñeiro, uno de los grandes pilares del son cubano. Esta canción ha trascendido generaciones, no solo por su ritmo contagioso, sino por rendir homenaje a uno de los elementos más importantes en la culinaria criolla: el adobo, la sazón, la “salsita”.

A diferencia de otras composiciones que aluden a platos específicos, “Échale salsita” celebra el poder de la salsa criolla para transformar cualquier comida en un manjar. En el tema, Piñeiro habla con entusiasmo de las famosas butifarras que preparaba “el Congó” en la esquina de Catalina, un rincón sabroso del poblado de Bejucal, en la actual provincia de Mayabeque:

«…sus butifarras olorosas / son la’ má rica y sabrosa / que yo en mi Cuba he comido.»

Las butifarras cubanas, una variante del chorizo tradicional, se preparan con carne de res y cerdo molidas, sazonadas con ajo, cebolla, pimienta, vinagre, azúcar, sal, pimentón y un toque de nuez moscada. Esta mezcla se embute en tripas naturales, se amarra en porciones pequeñas, se hierve y, una vez cocidas, se fríen hasta quedar crujientes por fuera y jugosas por dentro. Pero lo que eleva este plato a otro nivel es precisamente la “salsita” criolla: una mezcla sofrita de ajo, cebolla, ajíes o pimientos, vinagre, tomate, azúcar, aceite, sal y pimienta. Esta salsa, que alegra desde carnes hasta viandas, resume el alma de la cocina cubana: rica, intensa, llena de matices.

Con su estribillo alegre y pegajoso —“¡Échale salsita!”—, Piñeiro no solo puso a bailar a los cubanos, sino que también reivindicó la importancia del sazón y el gusto como parte del arte culinario. Porque en Cuba, el secreto está en la sazón, y ninguna fiesta, comida ni canción está completa sin esa chispa criolla que lo adereza todo.

Los tamalitos de Olga, entre la cocina y la música

Tamales cubanos

Un ejemplo delicioso de esta fusión entre la música y la cocina cubana lo encontramos en “Los tamalitos de Olga”, un tema bailable y pegajoso del flautista pinareño José Antonio Fajardo, que ha puesto a moverse incluso al más «patón» —como llaman allí a quien no sabe bailar—, y ha despertado el apetito de generaciones enteras.

La canción, convertida en un clásico del repertorio de música tradicional cubana, hace referencia directa a una receta típica: el tamal en hoja, hecho con maíz tierno molido mezclado con carne de cerdo picadita, previamente sofrita con cebolla, ajo y pimentón dulce. Esta preparación se sazona con sal y pimienta, se envuelve cuidadosamente en hojas de maíz y se ata con una tira de la misma hoja, formando pequeños paquetes que luego se cocinan en agua hirviendo con sal durante unos 25 minutos.

¿El resultado? Un tamal suave, aromático y lleno de sabor, que se puede acompañar con salsa picante, dulce o simplemente disfrutar tal cual. En la canción, Fajardo —con picardía y ritmo— nos deja con una pregunta sabrosa y enigmática:

“¿Pican, no pican, los tamalitos que vende Olga?”

Lo cierto es que los tamalitos de Olga parecen haber existido de verdad, inspirados en una vendedora popular, de esas que recorren las calles de La Habana con su grito inconfundible y su olla humeante. Aunque nunca sabremos con certeza a qué sabían los de “Olga”, el tema nos sigue recordando que la cocina cubana es también calle, memoria, música… y sobre todo, sabor compartido.

La caldosa de don Kike, un plato con historia y ritmo

Otro de los platos que no solo se comen: se cantan, se bailan y se celebran es la famosa caldosa tunera, inmortalizada en la pegajosa canción “La caldosa de Kike y Marina”, un himno festivo de la provincia de Las Tunas que desde 1979 forma parte del repertorio popular más entrañable del oriente cubano.

Compuesta por Rogelio Díaz Castillo, la canción surgió inspirada en las historias que se tejían en torno al potente y estimulante caldo preparado por don Kike (José Enrique Pérez Rodríguez) y su esposa Marina (Luz Marina Zaldívar Calzadilla). Nadie imaginó que aquella creación culinaria y musical traspasaría generaciones y regiones con tanto sabor y alegría.

La caldosa es un caldo espeso, suculento, preparado a base de una gallina entera, sofrita con ajo, ají, cebolla, puré de tomate, comino y mostaza. A esta base se le agregan vinagre, manteca, agua, sal y un surtido de viandas como yuca, papa, plátano y malanga, todo cortado en trozos pequeños. Una vez cocido, se retira la gallina, se deshuesa, se pica o muele, y se reincorpora al caldo, que justo antes de servirse recibe un toque final con salsa china. El resultado es un plato caliente, espeso, reconfortante, ideal para compartir en fiestas populares o reuniones de barrio.

Y es que la caldosa no solo alimenta el cuerpo, sino el espíritu festivo del cubano. Como bien dice el estribillo de la canción:

“Fíjese don Kike, fíjese Marina,
con esta caldosa qué bien se camina,
¡qué bien se camina, qué bien se camina,
porque esta caldosa tiene una gallina!”

Comida cubana en La Habana Vieja: dónde probarla

La oferta gastronómica en La Habana Vieja es amplia y variada. Desde pequeños paladares familiares hasta restaurantes temáticos, es posible encontrar verdaderas joyas culinarias que rinden homenaje a la cocina tradicional cubana con un toque contemporáneo. Sin embargo, entre la abundancia de locales, no todos ofrecen autenticidad ni calidad, por lo que vale la pena saber a dónde ir si se busca una experiencia realmente memorable.

A continuación, te recomendamos tres restaurantes destacados por su fidelidad a la comida cubana, la calidad de sus ingredientes y un ambiente que combina buen gusto, servicio cálido y sabores inolvidables.

Doña Eutimia, comida casera y mucho amor

Ubicado en el pintoresco Callejón del Chorro #60C, justo al costado de la Plaza de la Catedral, el restaurante Doña Eutimia es una parada obligatoria para quienes buscan experimentar la auténtica comida criolla cubana en un ambiente acogedor y lleno de historia.

El nombre del restaurante rinde homenaje a una señora muy querida que cocinaba para los artistas del cercano Taller Experimental de Gráfica. Con ella nació una tradición basada en el sabor casero y el cariño en cada preparación, valores que aún hoy se conservan como el alma del lugar. Comer en Doña Eutimia es sentirse en casa.

El menú ofrece una experiencia completa de comida casera cubana, comenzando por entrantes como tostones rellenos, frituras de malanga o sabrosos garbanzos con vegetales. Entre los platos principales destacan las carnes adobadas al mojo cubano, servidas con guarniciones generosas como arroz a la chorrera, frijoles negros o el tradicional moros y cristianos.

Para quienes prefieren una opción más ligera, hay ensaladas frescas de vegetales como zanahoria, col, tomate, pepino o berenjena, preparadas al momento. Y para cerrar con broche de oro, los postres caseros —como la fruta bomba en almíbar o los cascos de guayaba— son un verdadero deleite.

 Habana 61, otra arista de la comida cubana

En pleno corazón de La Habana Vieja, muy cerca del Centro Histórico, se encuentra Habana 61, un restaurante que ofrece una propuesta fresca, creativa y contemporánea de la comida cubana, sin perder de vista sus raíces. Ubicado en la calle Habana #61, entre Cuarteles y Peña Pobre, este sitio se distingue por especializarse en productos del mar, mostrando así otra arista muy sugestiva de la culinaria isleña. Sus entrantes, como el ceviche de pescado o el carpaccio de pulpo, sorprenden por su presentación y sabor, revelando una cocina cubana moderna con toques internacionales.

En cuanto a los platos principales, el menú incluye opciones de cerdo, res y pescado, todos acompañados de guarniciones típicamente cubanas. Uno de los más recomendados es el lomo de atún, rebosado con ajo, cebollino, perejil y tomate, una preparación equilibrada que destaca por su aroma y jugosidad.

Para los amantes de los postres, el flan de leche al caramelo y el pudín de coco son dos especialidades de la casa que completan la experiencia con dulzura tradicional. El ambiente de Habana 61 es íntimo y elegante, ideal para una cena nocturna en el centro de la ciudad antigua

CháChaCha, fusión y tradición en un solo lugar

Situado en Monserrate #159, entre Tejadillo y Chacón, justo al lado del Museo de la Revolución, CháChaCha se ha consolidado como un restaurante recomendado para quienes desean experimentar la comida cubana desde una perspectiva moderna, sin renunciar a los sabores tradicionales que definen la identidad culinaria de la Isla.

La propuesta gastronómica de CháChaCha es un equilibrio entre la cocina criolla cubana de siempre y técnicas contemporáneas que elevan la experiencia. En su menú destacan platos que fusionan ingredientes clásicos —como cerdo, mariscos, arroz, plátano y especias— con presentaciones creativas y sabores inesperados. Así, una ropa vieja puede reinventarse con texturas diferentes o un pescado fresco presentarse con salsas y reducciones que sorprenden al paladar.

También es un sitio perfecto para una cena nocturna, tanto por su oferta culinaria como por su ubicación privilegiada, cercana a muchos de los tesoros patrimoniales de La Habana Vieja. 

Conclusión

Carnes, arroces, postres y bebidas resumen un sabor que es parte esencial de la idiosincrasia cubana. Muchos de estos platos tienen influencias africanas, españolas, caribeñas y hasta asiáticas, pero han sido transformados por la creatividad y el sazón del cubano hasta convertirse en símbolos nacionales. Detrás de cada receta hay historia, identidad, y sobre todo, mucho amor por la tradición. Es una cocina que se comparte con orgullo, como quien ofrece un pedazo de sí mismo.

Y como manda la costumbre en toda buena mesa cubana, después del festín no puede faltar una taza de café bien fuerte. Ese momento cierra la comida con broche de oro. Es un ritual sencillo pero poderoso: el café, oscuro y aromático, une generaciones y resume todo lo vivido en torno a la mesa. Como decía Eliseo Grenet en su célebre canción: “Todos los negros tomamos café”, y en Cuba, donde “el que no tiene de congo tiene de carabalí”, es casi un acto sagrado.

Lo invitamos a seguir este blog, donde continuaremos descubriendo los misterios y delicias de la cocina cubana, desde los platos más humildes hasta las creaciones más elaboradas. Ya sea que decida venir a probarlos en la isla o prepararlos en casa, la experiencia será una fiesta. Porque la comida cubana no solo se come… se vive.

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