La conga, pariente cercana de la rumba, ha acompañado a los cubanos durante más de un siglo en los momentos más felices o enardecidos, para hablar más alto, exteriorizar sus sentimientos y su carácter, para hacer visible su posición respecto a un tema social, político o deportivo, plantar bandera y, por supuesto, bailar y vociferar en el proceso, para liberar todas las tensiones sicológicas acumuladas por el individuo. Así que, evidentemente, también tiene una función terapéutica.
En ambiente popular y sentido figurado, plantear que algo te lleva a ritmo o paso de conga, significa que algún factor consciente o de cualquier índole ajena a tu persona te obliga, casi te arrastra a asumir cierta actitud o necesita una sucesión de actos de sacrificio para lograr o mantener un estado de beneficio deseado. Sin tantas complicaciones, sería óptimo decir que a paso de conga todo es más rápido y obligatorio, en un torrente indetenible y multitudinario de esfuerzo y concentración, que no acepta excusas ni pretextos.
¡En sus marcas, listos, a arrollar por toda Cuba!
Por eso, «arrollar» en una conga es un episodio de proselitismo contagioso, de imposición de un estado de ánimo, lo quiera o no, porque sus métodos son atractivos. Es simplemente disfrutar, expresarse y dejarse llevar naturalmente por el coro vocal y coreográfico, persuadido por la energía, la sabrosura y la diversión, tomando partido: Uno, dos y tres; uno, dos y tres; qué paso más chévere; qué paso más chévere, el de mi conga es…
Así sucede en las comparsas carnavalescas cubanas, en el apoyo ensordecedor a un equipo de béisbol dentro del propio estadio para impresionar al rival (¡Industriales, campeón!); en las caminatas por la calle 23 de la comunidad LGTBI para celebrar su día y sus derechos el 17 de mayo; en los desfiles populares como el primero de mayo, Día de los Trabajadores, a todo lo largo y ancho de la Avenida Paseo hasta la Plaza de la Revolución, en La Habana y en otras ciudades cubanas.
Igual e históricamente, la conga ha dicho presente en actos y mítines políticos al aire libre, para reforzar el componente popular y masivo, en un tropel indetenible de voces e instrumentos. Nuestros devotos y ortodoxos antepasados, bien podrían decir que es música diabólica, excesiva, de éxtasis endemoniado. Y la respuesta siempre sería: sí y no. Está en su propia naturaleza profana, ruidosa, lúdica y tendenciosa.
La conga por dentro
Según los investigadores de la cultura, la conga, versión femenina de congo (referente a una etnia africana), obtiene su nombre del instrumento esencial para sostener el ritmo correspondiente, a través de una versión del tambor.
La música tuvo su origen en las festividades carnavalescas que organizaban los esclavos negros durante la etapa colonial, principalmente en el siglo XIX para la celebración del Corpus durante la Epifanía de Reyes.
Se dice que sus instrumentos iniciales fueron utensilios domésticos, una conga pilón, cencerro, bocúes y güiro, con variantes bien marcadas en distintas regiones de Cuba. Con el tiempo, en algunos lugares se incorporaron dos congas redoblantes, casi desapareció el cencerro y se sustituyó por campanas de diversas formas y metales.
Después llegaron el bombo, jimaguas, quinto, redoblante, sartenes, rejas, trompetas, tumbadoras y hasta el trombón. El uso o no de todos ellos, aportó y aporta sonoridades diferentes a las agrupaciones. En algún momento de inicios del siglo XX, la conga salió de las calles para también convertirse en un espectáculo de salón que dio la vuelta al mundo.
La conga santiaguera
Aunque existe y se practica en toda la isla, la conga es un elemento distintivo en la identidad cultural de la ciudad de Santiago de Cuba, porque enorgullece y estimula el sentido de pertenencia de sus habitantes. Estrechamente relacionada con sus célebres carnavales y la Fiesta del Fuego, que se desarrollan cada año en el mes de julio, en pleno verano, siempre estará acompañada de ron o cerveza fría.
La conga del barrio santiaguero de Los Hoyos, por ejemplo, nació en 1900 y está considerada como la primera de su tipo en Cuba, con una sonoridad inconfundible y, por tanto, tiene el privilegio de cerrar los carnavales con su música folclórica y tradicional. Con el influjo de emigrantes franco-haitianos, y compuesta por unos 30 músicos, ha representado al país en eventos culturales internacionales de México, Francia, Guyana Francesa y República Dominicana, entre otros.
Actualmente tocan con una corneta china, único instrumento de viento, introducido en 1916, que anuncia la fiesta callejera y llama a los vecinos para arrollar en bulliciosa pero armónica procesión. Además, tienen tres congas (tambores bimembranófonos, porque poseen pilón y dos redoblantes), un requinto que da entrada a las congas y hasta 10 bogues (tambores membranófonos), que complementan el sonido percutivo y rítmico. Después se incorporan tres campanas metálicas improvisadas y elegidas por su timbre especial. Las tamboras de coches son especialmente codiciadas.
Cuando escuche la corneta china y el coro de voces: ¡Abre, que ahí viene el Cocoyé!, no le quedará más remedio que calzar unos zapatos cómodos, quizás unas cutaras (sandalias de madera que usan en Santiago para deslizarse más fácilmente sobre el asfalto), agarrar un pañuelo, un sombrero y una bebida fría para no deshidratarse, porque la jornada promete extenderse hasta mucho más allá de la medianoche, si decide acceder a la invitación de llegar ¡Hasta Santiago a pie!.
La conga es tradición y alegría
Detrás del surgimiento de la conga hay una necesidad explícita de divertimento, en tanto se transmite alegría mediante frases cortas que expresan un mensaje social y popular, sin elevado vuelo, porque lo más importante es que la música hable para transformarnos en seres humanos mejores y más felices.