Descubra historias del mundo tiki en La Habana

Descubra historias del mundo tiki en La Habana

«¡Hágase la tierra!», dijo Kane, el gran dios tiki. Y al momento el mar comenzó a parir, a parir islas para él. Encajes de islas, finísimos, sensuales y tornasolados en los que esparció su semilla divina por toda la eternidad… Así reza la leyenda y así la contaron desde entonces las abuelas a sus nietos en las noches cálidas del Pacífico sur.

Lo que nunca imaginó el gran dios Kane, las abuelas o los nietos es que siglos después, a muchas millas de distancia, en otra finísima, sensual y tornasolada isla, otros hombres levantarían un templo en su honor. Esa isla era Cuba, y el santuario, el bar-restaurante Trader Vic’s de La Habana, hoy El Polinesio.

Trader Vic’s, un comienzo a medio camino entre la historia y el drama

Todo comenzó… bueno, como comienzan la mayoría de los proyectos, con una idea. En la década del 30, del siglo pasado, Victor J. Bergeron, alias «Trader Vic’s», joven ambicioso, ocurrente, oportunista, en fin, como diría un cubano actual, «un luchador», buscaba capitalizar su negocio, un pequeño restaurante en la ciudad de Oakland, California.

Quiso el azar, y la prensa norteamericana, que le contaran del éxito que vivía por entonces Ernest R. Beaumont Gantt, trotamundos y excontrabandista de alcohol, con su Don The Beachcomber Café, en Hollywood. Sin demora viajó a esta ciudad y al entrar a dicho establecimiento quedó completamente hechizado; sus ambiciones y sueños de algún modo se habían materializado.

Allí la iluminación, la música, la decoración tiki, arrastraban a los clientes a un exótico mundo de color, el Pacífico sur, lejos de los trajes de corbata, los gentíos, el asfalto y el smog. Se servían, además, cócteles a base de zumos de fruta fresca, especias, ron y jarabes caseros que les daban un toque original.

Bergeron trabó amistad con Ernest Gantt y un buen día le propuso asociarse y convertir su exótica idea en el rentable negocio de una cadena de bares temáticos. Gantt, un romántico, se negó de plano, pues creía que la reproducción en serie iba en contra de la esencia de su «negocio». Bergeron, que no creía en un «no», hizo de todo, incluso espiarlo para obtener sus secretos. Dice la leyenda, que este último lo descubrió y lo echó a patadas del Don the Beachcomber.

Sin embargo, este fracaso no hizo más que avivar los apetitos de Bergeron, ya tenía la idea, ya sabía cuál era su camino y ahora solo debía velar por no apartarse de él. Hizo las maletas, y con su mujer se fue de viaje por el sur de Estados Unidos y Cuba, donde aprendió sobre cocteles tropicales. Se llenó de recetas, ingredientes secretos, trucos, consejos de experimentados maestros y con toda esa carga en sus baúles, regresó a Oakland.

Redecoró su antiguo tugurio con motivos polinesios, y lo rebautizó con su propio sobrenombre «Trader Vic’s». Con el tiempo y una hábil maniobra publicitaria, los Trader Vic’s se extendieron por todo el mundo, provocaron furor y afincaron este mundo tiki en el gusto popular de varias generaciones.

¿Y en La Habana, Cuba?

Por supuesto que no fue la excepción. En marzo de 1958, la Trader Vic’s, asociada a la cadena de hoteles Hilton, inaugura el Trader Vic’s habanero dentro de las instalaciones del Hotel Habana Hilton, uno de los hoteles más fastuosos de Latinoamérica en ese momento, ubicado en la céntrica calle 23, esquina L, en el Vedado.

A él se podía llegar sin mayores tropiezos, y aún se puede. Desde el centro de la capital cubana, por el Malecón habanero hasta entrar a 23; o desde el Aeropuerto José Martí (HAV), basta con seguir la avenida Rancho Boyero, y luego bajar por G, o Avenida de los Presidentes, hasta encontrar la calle 23.

En 1960, después del triunfo de la Revolución Cubana, el hotel fue nacionalizado y pasó a llamarse Hotel Habana Libre. Hoy manejado por la firma española Sol Meliá, es el Hotel Habana Libre Tryp.

Entonces el Trader Vic’s cambió de nombre. Después de la victoria revolucionaria fue rebautizado como El Polinesio y así se ha seguido llamando hasta el día de hoy. Ubicado en los sótanos del Habana Libre Tryp, se accede a él por unas escaleras en la acera de la calle 23. Parece cosa de locos, ¡¿un bar-restaurante tiki en un sótano?! Sin embargo, este era y es el sitio ideal.

Tras el umbral de la cueva de las maravillas

Un sótano es, por lo general, el lugar más misterioso de la casa. De niños, su penumbra ejercía una secreta seducción sobre nosotros, un encanto que nos obligaba a volver a él durante nuestras travesuras, aunque luego nos entrara miedo y huyéramos; no importa, al otro día volveríamos irremediablemente.

Era un atracón para los sentidos, una fiesta de la imaginación, una isla, una cueva, un castillo, en fin, un sitio cambiante y contradictorio, pues nos permitía aislarnos de los adultos, que por lo general personificaban la burda realidad, y a la vez jugar a ser ellos, incuestionables protagonistas de este mundo de objetos almacenados.

Los días de gloria del mundo tiki… Casi todos los bares tikis originales han cerrado, solo queda el Trader Vic’s, en Londres. Esto es una amarga realidad; ahora bien, también es real que al cabo de todos estos años El Polinesio habanero todavía sobrevive casi intacto, y por ello posee la magia, el encanto y la capacidad de transportarnos. Además de haberse multiplicado, en Cuba existen buenos restaurantes polinesios en Cienfuegos, Holguín y Matanzas.

Visitar El Polinesio

Es cierto que los años han dejado su huella en él. Las vicisitudes por las que ha transitado Cuba tampoco le han sido ajenas. Pero aun así, solo tiene, primero, que escoger la hora. De día, le recomiendo entre 12:00 y 1:00 p.m. para almorzar con el sol del trópico en «su punto de caramelo», como dicen los cubanos. De noche, cerca de las 11:00, ya próximo a cerrar El Polinesio.

Segundo, deténgase unos segundos en su umbral, observe con reverencia a los dos ídolos tiki, manifestaciones del gran dios Kane, que lo custodian y pida su permiso para entrar. Concedido este, entre y, tercero, discretamente, con apenas un suave rose, quítese los zapatos y pruebe el frescor de la tela tapa de color púrpura que recubre el piso del lugar.

Luego, busque el lugar que más le apetezca. Le recomiendo la barra del bar, donde la oscuridad y la luz alcanzan sus proporciones ideales, una no molesta a la otra y sabrosamente se acoplan. Pida alguna bebida, algún coctel tiki, por ejemplo el famoso Mai Tai; que significa «lo mejor», en tahitiano; llamado «el coctel de la discordia» pues tanto Bergeron como Gantt se disputaron su paternidad durante años. Converse con el cantinero mientras se lo prepara y este le contará una y mil historias sobre el lugar.

Mientras se toma su Mai Tai, uno de los mejores que he probado, escuchando al cantinero, escudriñe el entorno, trate de penetrar en el corazón de las máscaras tiki; las vigas de bambú que soportan el techo abovedado; los tejidos de cañas; las lámparas de colores envueltas en redes; los remos y nasas para peces o las jaulas con loros artificiales, y pregúnteles bajito si el cantinero no ha «colado» alguna mentirilla dentro de su relato. Quién sabe, quizás le respondan.

Después, continúe y pida el almuerzo o la cena, según la hora que seleccionó. Le recomiendo la especialidad de la casa, «pollo a la barbacoa», adobado y ahumado al mangle rojo, acompañado por arroz salteado; y de postre, flan de coco.

Y aquí… no acaba ¡esto es el Vedado mi hermano!

A continuación, satisfechos todos los sentidos, y si aún no le basta, despídase con gratitud del sitio y salga a la calle 23. La céntrica ubicación de El Polinesio, recuerde en el sótano del Hotel Habana Libre Tryp, le permitirá acceder sin mayores contratiempos a sitios representativos de la capital cubana.

Si es de día, le recomiendo que visite la Universidad de La Habana, suba la escalinata, la estatua del Alma Mater; la heladería Coppelia; el Pabellón Cuba. Si por el contrario, es de noche, nada más saludable para los oídos y el corazón que concluirla en un club nocturno de la zona, La Zorra y el Cuervo o El Gato Tuerto, en la calle O.

Déjese llevar ahora por los portentosos y sensuales ritmos cubanos y termine su noche envuelto en el más puro frenesí que a esas tierras abrasa, pero que nunca llegar a consumir.

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