Las experiencias más sublimes las descubres en los lugares menos esperados. Así, llegamos a La Habana un grupo de amigos, esperando sentir nuevas sensaciones, aprender de una cultura diferente a la nuestra, disfrutar…
Los primeros días fueron agitados, saltábamos de un lugar a otro, queríamos verlo todo, conocer a los cubanos y su particular manera de expresarse, de gesticular, su empatía casi innata. Escuchamos sobre su historia, visitamos los museos, admiramos su arquitectura colonial y moderna a la vez, esa imagen de una ciudad detenida en el tiempo muy cautivadora.
Sin embargo, cada vez que hablábamos con alguien, con el dueño de la casa donde nos hospedamos, con personas en la calle, en los restaurantes o bares, siempre nos preguntaban:
«¿No van a Viñales? ¡Deberían conocerlo!»
Era una pregunta constante, que nos intrigaba y alentaba. No pensamos en hacer un viaje de naturaleza en sí mismo, pero la insistencia despertó la curiosidad de todos.
Y hacia el Valle de Viñales nos fuimos…
Decidimos embarcarnos hacia el poblado de Viñales, un viaje de pocas horas hacia la provincia más occidental de Cuba, Pinar del Río. Finalmente, la experiencia fue increíble, fue todo aquello que nos habían comentado y mucho más.
Un recorrido natural e histórico
Cuando llegamos al pueblo nos dirigimos al hospedaje que habíamos reservado desde La Habana. Quedamos sorprendidos con la sencillez de la casa, en medio de la naturaleza; todo verde, rodeada de animales de granja. Parecía algo surreal, enajenador.
No perdimos tiempo y comenzamos el recorrido. Es cierto que es un sitio muy turístico, pero incluso los cubanos iban de visita para disfrutar de los «mogotes», unas elevaciones de rocas redondeadas que parecen pequeñas montañas.
El paisaje es espectacular, imposible no sacar una cámara o un móvil y tomar muchas fotos. Nos sentíamos como abrumados, abrazados por la naturaleza que parecía devorarnos. En esos momentos nos sentíamos tan pequeños, tan ínfimos frente a un paraje de esa magnitud…
En el Valle Dos Hermanas encontramos el Mural de la Prehistoria, una especie de gran cuadro pintado sobre una enorme roca que describe la evolución del hombre en esa región, los indios que allí habitaron, muestra su fauna, su flora.
En los alrededores vimos a campesinos labrar la tierra, incluso conversamos un rato con ellos. Se nota que aprecian su trabajo, aman y cuidan la naturaleza. También admiramos los procesos de plantación y elaboración del tabaco, del habano, un proceso complejo, de mucha dedicación y experiencia.
Estábamos un poco impactados con tanta información, tanta historia. Tomamos unos caballos y llegamos hasta una cueva que finalizó nuestro recorrido con broche de oro: La Cueva del Indio.
Por la Cueva del Indio…
A orillas del Río San Vicente, se encontraba la cueva que hasta el momento desconocíamos cuál era su particularidad, su distintivo entre otras cavernas de la zona.
Subimos por un sendero hasta llegar a la entrada y un guía fue explicándonos la importancia histórica del sitio. Se dice que además de sus formaciones rocosas, de las impresionantes estalactitas y estalagmitas, las pictografías encontradas en sus paredes son únicas en Cuba.
Por sus características se cree que el lugar funcionó como un recinto mortuorio, donde los nativos celebraban sus ritos fúnebres. Todavía se conservan esas pinturas rupestres en su interior, a pesar de los años.
En 1911 se encontraron restos humanos en la cueva y se considera que pertenecieron a una comunidad indígena cubana, nos dicen que de la cultura «Guayabo Blanco». Por ello, ha sido vital en las investigaciones arqueológicas de la zona, para el conocimiento de los primeros grupos aborígenes en Cuba.
Toda esta historia también le imprime un aire espeluznante y mítico al lugar, aunque está iluminado por el hombre y preparado para que el visitante pueda reparar en sus detalles.
El nombre, además de los descubrimientos arqueológicos, se debe a la forma de una roca que se encuentra en su interior y que simula la silueta de un indio. El recorrido por la cueva es rápido, no todas sus galerías son transitables, pero quisimos detenernos un poco para asimilar la historia que el guía nos iba contando.
La expectativa no desapareció cuando salimos. Una lancha rápida realizaba el resto del recorrido por el río interior de la cueva, el San Vicente. Un trecho del río nos fue mostrando el resto de la caverna. Aquello parecía de película, el paisaje imaginario de Avatar. Un río, paredes rocosas a los lados y nosotros en medio de esa exuberancia. La lancha se detuvo por unos minutos y aquellos instantes fueron muy relajantes, inolvidables. Realmente fue el momento del paseo que más disfrutamos.
Otra de las evidentes atracciones que tiene el sitio es la maravillosa vista panorámica del Valle de Viñales. Desde allí las imágenes parecen sacadas de una postal. Para donde mires, te encontrarás atrapado.
Finalmente decidimos llevarnos algún recuerdo material de aquella visita que nos había despertado tanta sorpresa e ilusión. En la salida había tiendas de suvenires que nos interesaron mucho por lo singular de sus propuestas.
Más allá de las clásicas artesanías que se venden en los lugares turísticos, nos llamó la atención una pieza que imitaba la forma de la isla cubana y señalaba especialmente la localidad de Viñales y la Cueva del Indio. Fue un hermoso recuerdo para llevarnos a casa.
La experiencia Viñales
Quizás todo esto suene demasiado romántico, pero la realidad nos mostró que a veces es necesario embeberse en la pura naturaleza para alejarse de las preocupaciones y sentirse realmente emocionado. Nos tocó vivirlo en Viñales, un paraje que solo admite adjetivos grandilocuentes.