¿Quién no conoce en Cuba a Babalú Aye?, orisha de las causas difíciles, uno de los más queridos y venerados del panteón, depositario de las más increíbles promesas. Gracias al fuerte sincretismo afrocubano, Babalú es San Lázaro. Se dice que sus devotos están entre los más fieles, porque «el viejo» siempre escucha la palabra necesitada, sincera, profunda, de fe, y cumple.
La gente le pide por los enfermos y cuentan una tras otra las historias de sus milagros. Lázaro es el nombre que más se impone a los niños en Cuba; es algo así como un dios, un santo de los desamparados y la esperanza. Hay quien lo muestra a la entrada de su casa, en su negocio y hasta con estampitas en los cristales de los coches. Es usual ver a personas en la calle que se valen de su imagen y su nombre para recibir dádivas, por muy pequeñas que sean.
Su mito aumentó ostensiblemente en ese país cuando el 17 de diciembre de 2014, mientras sonaban los tambores para celebrar al santo, inesperadamente los presidentes de Cuba y Estados Unidos anunciaban al mundo, en directo, el intercambio de prisioneros y el inicio de una nueva etapa en las relaciones bilaterales.
En realidad, desde mucho antes, desde tiempos remotos, sus fieles esperan en largas fiestas la llegada del día de San Lázaro. Cada cual le ofrece según su posición social y muchos, aunque sea a escondidas, le prenden una velita morada o una antorchita alimentada con aceite delante de su imagen.
Babalú y otros orishas
Con un lugar de privilegio en el panteón yoruba, Babalú Aye representa junto a Obatalá, la experiencia y la sabiduría. Son los más viejos de toda la constelación y sus propias historias (llamadas patakíes) llaman al recogimiento.
Obatalá es el padre, es la cabeza. Está representado por el color blanco. Siempre ve más lejos y dice la última palabra. De las más impetuosas y populares deidades (Eleggua (Santo Niño de Atocha o San Antonio de Padua), Oshún, Yemayá, Changó, Oggún (San Pedro, San Pablo o San Miguel)), se cuentan historias humanizadas, llenas de arrojo, vanidad, celos, promiscuidad y pasiones. En cambio, Babalú alguna vez fue díscolo pero la vida le enseñó. Ahora protege a los adoloridos, y llama a la reflexión.
En La Habana, existen dos lugares idóneos para conocer más sobre el tema. El Museo de la Asociación Yoruba de Cuba, ubicado en uno de los extremos del Paseo del Prado habanero, justo al lado del hotel Saratoga y de la Fuente de la India, y el Museo de los Orishas, en la localidad de Guanabacoa. La experiencia en cada uno de estos sitios es bastante distinta.
En el primero, se representan los orishas según la usanza africana. Mientras, en el museo de Guanabacoa verá una versión mucho más criolla de las mismas deidades. Prepárese para el deslumbrante espectáculo de estas figuras a tamaño real, con todos sus enseres y vestiduras.
La historia de Babalú, un santo mendigo
Cuentan que Babalú era un hombre mujeriego, amante de la bebida y las fiestas. Se le advirtió que debía abstenerse del sexo en Semana Santa y se burló. Luego de amanecer rodeado de bellas mujeres, su piel se cubrió de llagas. Todo el que lo admiró y deseó algún día, comenzó a despreciarlo.
En su desgracia, Babalú sólo contó con sus fieles perros. Ellos lo seguían siempre, acompañándolo y lamiendo sus heridas. Así se representa en el panteón yoruba, un viejito escuálido, apoyado en muletas y cubierto de laceraciones. La lección es simple: para cualquier desgracia en la vida siempre tendremos algún consuelo. Esta historia tiene demasiados puntos en común con la del San Lázaro católico, expresión blanca de Babalú.
Una peregrinación impresionante
El Santuario Nacional de San Lázaro es una iglesia pequeña enclavada en lo más remoto del poblado de El Rincón, en el municipio Boyeros, en La Habana, a pocos kilómetros del Aeropuerto Internacional José Martí (HAV), el más importante de Cuba.
Anexo a la iglesia hay un sanatorio especializado en patologías de la piel y donde se atienden, a tono con la leyenda de esta deidad, pacientes aquejados de lepra. Si decide llegar hasta allí cerca del 17 de diciembre, vivirá una experiencia estremecedora de grandes dimensiones. Desde largas distancias, en cualquier dirección, las vías quedan colapsadas. Son tantas las personas que es preciso dejar el coche y caminar. A medida que se avanza por la calle principal del pintoresco poblado, la multitud se hace más compacta.
La víspera de su día las personas llevan flores y velas moradas, en devota ofrenda satisfecha o solicitud angustiosa. En la ropa debe haber también una prenda de este color. A ambos lados del camino, puestecitos de distinto talante venden frutas, comida criolla, bebidas y sobre todo más flores, velas e imágenes del santo. Desde todas partes de Cuba llegan a su santuario cientos de miles de personas en las más disímiles poses y condiciones. Algunos llegan arrastrando piedras enormes, a modo de penitencia, otros avanzan durante kilómetros hincados sobre sus rodillas o andan descalzos por largos trechos. Todos van a agradecer y pagar sus promesas.
Mientras esto ocurre cerca de la iglesia, en miles de hogares de la ciudad y el país también honran a San Lázaro. Hay quien prefiere no salir para evitar las complicaciones, pero lo cierto es que hay algo especial, místico, insondable, en el santo y la fecha.
Los orishas, más allá de Cuba
Uno de los rasgos más sorprendentes de la práctica cubana de las religiones yoruba y del culto a su extenso panteón, es el profundo arraigo en sus creyentes, quienes se las llevan consigo a cualquier parte del mundo. También resulta llamativo el creciente número de extranjeros que viajan allí para reverenciarlas, participar en sus fiestas, ceremonias e invocaciones, como muestra de fe, respeto y confianza, más allá de la curiosidad y la experiencia cultural; pero eso sí, siempre hay que presentarse con el corazón limpio.