Desde hace 33 años, el asentamiento de Santiago de la Vegas, poblado cercano a La Habana, «celebra» un funeral atípico entre las costumbres arraigadas para los cubanos. Una lenta procesión parte del centro del pueblo hasta el cementerio local. Sobre una carroza improvisada, viaja el muerto en un ataúd descubierto, a la vista de todos los peregrinos transcurre el entierro de Pachencho. Le acompañan un cura y su desconsolada viuda. Se escuchan fragmentos como este:
«¡Ay, Pachencho, mi amor, te vas de este mundo y me dejas sola, con estos cuatro muchachos!, ¿Por qué lo hiciste…? Chico, pon de tu parte…»
Al llegar al camposanto, la multitud se despide mientras bajan solemnemente el féretro en una fosa, seis pies bajo tierra. Aparece una amante para disputarse con la esposa los honores al difunto. Después, la esposa decide regalarle un último baile. Suena la música, los tambores de la conga cubana, el coro de los congregados, le lanzan flores y derraman ron en el hoyo hasta empaparle el rostro.
De pronto, al ritmo de la música y con el paladar estimulado, el muerto parpadea, saca la lengua en gesto exorbitante, se levanta, sale de la tumba, baila desenfrenadamente y canta desafinado:
«Caballeros, esto le zumba, hasta los muertos del cementerio quieren bailar la rumba», mientras la música se vuelve más intensa y sinceramente festiva por las calles de Santiago de las Vegas, porque Pachencho renació.
Cada 5 de febrero, unos 19 kilómetros hacia las afueras de La Habana, se entierra y resucita un hombre que aún no está dispuesto a prescindir de los placeres de la vida.
Versiones que amparan la tradición
Existen varias versiones sobre los orígenes de esta tradición. Algunos afirman que nació para conmemorar la fundación del Centro de Instrucción y Recreo en 1882, una institución cultural y educativa que centra la dinámica urbana.
Otros dicen que se basa en una obra teatral de igual nombre, representada en los años 70 del siglo pasado. Mientras tanto, la más aceptada por vecinos y funcionarios de la localidad, asegura que data de 1937 cuando surgió un grupo musical llamado Piquete Santiaguero. Estos congueros se encargaban de terminar los carnavales con un entierro simbólico. En 1984 decidieron reiniciar este pasaje de la cultura popular para regocijo de los lugareños y cientos de visitantes.
Aunque no es una tradición muy añeja, comparada con otras alrededor del mundo, ni con raíces que se funden con la mitología o la religión, es una expresión genuina de la idiosincrasia y la identidad de miles de personas aferradas a la historia de su propia comunidad, trascendente y épica a su modo, conectada a su manera sencilla de ver la vida.
Símbolo de persistencia
Muchos han evaluado estas escenas como una burla a la muerte. Sin embargo, no sería descabellado coincidir con un participante en estas fiestas, quien declaró recientemente:
«Es un homenaje al desafío de la vida.»
Es que para los cubanos es muy importante persistir, reinventarse todos los días, y apreciar un poco más los detalles y pequeños placeres de la existencia terrenal.
Todos quieren participar
Con el transcurso de los años y la aceptación de los habitantes de Santiago de las Vegas, la peregrinación ha debido modificar su recorrido reiteradamente, pues todos manifiestan su deseo de que la música y la representación pasen frente a la puerta de sus hogares, y desde ahí sumarse a la pegajosa conga.
Además, muchos se disputan la oportunidad de encarnar los personajes del occiso, la esposa, la amante y el cura, que se convierten en protagonistas por un día. Ellos se encargarán de que Pachencho, un nombre cualquiera para un hombre común, nunca descanse en paz, pues como asegura el personaje cuando despierta:
«Renacer es lo más hermoso que hay en la vida.»
Pachencho no es supersticioso
Divaldo Aguiar, un ciudadano que ha encarnado varias veces el personaje de Pachencho, dijo hace tiempo a la agencia de noticias EFE que no es supersticioso y con gusto repite la experiencia para continuar la tradición, pues se trata de «un juego, no más.»
Como llegar a Santiago de las Vegas desde La Habana
Mientras un taxi estatal es muy costoso para una ruta tan larga, la mejor solución para acceder directamente a Santiago de las Vegas desde La Habana Vieja es un almendrón (auto americano particular de los años 50 del siglo pasado).
Una carrera en los taxis privados que salen desde el Parque de la Fraternidad o el Parque El Curita, en la calle Reina, cuesta regularmente 20 pesos (0.80 CUC). Otra opción es negociar con el conductor un viaje exclusivo, a precio intermedio estilo UbberX analógico, favorable para ambas partes.