Transitando la calle Oficios, entre Amargura y Churruca, en La Habana Vieja, encontramos la Basílica Menor y Convento de San Francisco de Asís, joya de la arquitectura colonial, la historia y la cultura religiosa en Cuba, que nos recibe discretamente con una escultura en bronce a tamaño natural del «Caballero de París», célebre y noble personaje, vagabundo atípico de la zona durante el siglo pasado, con cuya representación se fotografían los transeúntes.
A la entrada de ese Monumento Nacional se percibe el ambiente rústico pero delicado, silencioso, respetado y místico, a tono con la apreciación extendida de penetrar en una de las obras cumbres de la restauración en Cuba. En los bajos, la Basílica Menor funciona como sala de conciertos de música clásica, coral y de cámara, incluyendo música antigua y barroca. Anualmente es sede del Festival de Música de Cámara Contemporánea, el Festival Mozart Habana y el Encuentro de Jóvenes Pianistas. La imagen de Jesucristo, al fondo, domina el escenario como parte indispensable de la amplia iconografía que tipifica al muy visitado centro cultural y religioso.
Desde ese instante estamos rodeados de solemnes maravillas que conforman una muestra permanente, como las zapatillas y la capa pluvial del primer Obispo Auxiliar de Cuba, Dionisio Rezino y Ormachea. Se dice que fueron bordados en México a fines del siglo XVII con seda, hilos de oro y piedras preciosas. También conservan una urna con restos hallados en la tumba de Hernán Cortés, y donados a la isla por su hija.
En la segunda planta de la edificación, como escondido a los ojos del público común y corriente, funciona el Museo de Arte Sacro que en buena lid se expande por todos los espacios abiertos y cerrados. Una amplia y exquisita colección de pinturas, orfebrería, textiles, relicarios, arte decorativo, vajillas y recipientes de cerámica, objetos valiosos y diversos encontrados en excavaciones de la zona y mobiliario religioso de los siglos XVII al XX, nos hace repensar la vida diaria y la cosmogonía de aquellos antecesores.
El museo, en el corazón de La Habana Vieja
En el otrora recinto de los monjes franciscanos que coexistían en número de 60, aproximadamente, que dirigían el coro, asistían a los moribundos, consolaban penitentes, predicaban y enseñaban latín, teología y arte, según los anales, se realizó un encomiable y exhaustivo trabajo de recuperación y reconstrucción por parte de la Oficina del Historiador de La Habana, bóveda por bóveda, para reabrirlo al público a partir de 1994 con actividad todos los días entre las 9:30 de la mañana y las 6:30 de la tarde.
Dicen los encargados que allí aspiran a una nueva museografía, más dinámica, explicativa y viva, acercando su patrimonio a la comunidad, desplegando variantes atractivas para las nuevas generaciones, en busca de eliminar la rigidez árida que como concepto ha separado a los jóvenes de instituciones como esa.
Alejado del arquetipo señalizado y etiquetado del resto de los museos, merodeamos por la capilla central, el patio, la torre del campanario que domina la ciudad vieja en funciones de mirador y que alguna vez fuera la más alta de los contornos, los pasillos, los claustros, y sin previo aviso nos topamos con una escultura de la Madre Teresa de Calcuta, en el jardín que orgullosamente lleva su nombre. Junto a ella, varias lápidas de artistas, intelectuales y otras personalidades que descansan eternamente en la quietud y el recogimiento.
Principales colecciones
Las pinturas hispanoamericanas de los siglos XVII, XVIII y XIX, ocupan un lugar preponderante. Allí vemos a «San José», a través de los ojos de Juan Bautista Vermay; el anónimo «Retrato de Fray Juan Lazo de la Vega y Cancino»; «San José y el niño», de José Nicolás de la Escalera, «Santa Gertrudis y Cristo Redentor», de Vicente Escobar, y «Dolorosa», de Juan Jorge Peoli, entre otras.
De la contemporaneidad, aparecen «San Jorge y el dragón», de Ángel Manuel Ramírez; «Monje», de Octavio Cuéllar; «La mesa del silencio», de Carlos Alberto Rodríguez, y «Lo simple y lo compuesto», de Arturo Montoto.
Igualmente, se muestran varias tallas de madera policromada del siglo XVIII, como Santa Ifigenia, Nuestra Señora de las Angustias, Santa Catalina de Siena, San Francisco de Asís y Santo Domingo.
De la orfebrería están los objetos de metales preciosos utilizados en la liturgia, incluyendo el atril original que perteneció al antiguo templo. Se observan florones decorativos de la escuela cubana de orfebrería del siglo XVIII, una custodia de plata dorada, y un cordero de plata donado al templo en 1759. En varias salas también aparecen abundantes tesoros arqueológicos propios de las excavaciones dentro del perímetro de la iglesia, con predominio para los restos de vasijas y recipientes de cerámica confeccionados en los siglos XVI y XIX.
Exposiciones
Desde la inauguración, por aquellos salones han desfilado numerosas exposiciones transitorias y otras permanentes que han enriquecido el patrimonio cultural de Cuba. Entre las más frescas en la memoria, están «Revelaciones», del pintor cubano Nelson Domínguez; la muestra fotográfica «Mascarada», del italiano Alfredo Cannatello; la exposición mixta de pintura y fotografía «Puertas de Barcelona», concebida con 150 cuadros del artista Lluís Durán y setenta fotografías finalistas del concurso «Opengram», con motivos arquitectónicos. Por su parte, una de las más apreciadas ha sido Urbi Sanctior. La Habana monástica, una muestra cronológica de las órdenes conventuales más importantes que han existido en La Habana desde mediados del siglo XVI.
Pero, sin dudas, la que más hondo ha calado entre los habaneros de estos tiempos ha sido «El Ingenio» de Leonardo Da Vinci, una exhibición patrocinada por la fundación italiana Anthropos. En el Salón Blanco del Museo de Arte Sacro en La Hse hallan unas cien piezas fabricadas por artesanos e ingenieros, a partir de los planos originales del maestro renacentista.
A la salida del Museo de Arte Sacro en La Habana
Después de una buena dosis mística y visual del más fino arte relacionado con la religiosidad católica en un ambiente de claustro, bien vale la pena digerir sanamente la espiritualidad al aire libre en la contigua Plaza de San Francisco de Asís, también llamada «Plaza de las Palomas», con su «Fuente de los Leones», entre una activa multitud despreocupada, el paisaje urbano y la brisa costera de La Habana Vieja.