La Plaza de San Francisco de Asís, en La Habana Vieja, es fuente inagotable de sorpresas. Junto a las bellas construcciones, el amplio espacio adoquinado lleno de palomas, los carruajes que recuerdan la época colonial y el olor a salitre que delata la presencia del mar que baña a la ciudad, el arte trae al presente a varias personalidades representativas de la cultura cubana y mundial, y las inserta de manera orgánica en la cotidianidad. Figuras inmóviles como la escultura de Federico Chopin impresionan al paseante y lo convidan al diálogo.
Figuras del pasado
Muchos de los que transitan por la Plaza San Francisco de Asís, en su ir y venir constante, olvidan la presencia de estas estatuas que observan silenciosas. Sin embargo, quienes llegan por primera vez se sorprenden gratamente.
En medio del viaje al pasado que representa desandar las calles del centro histórico habanero, el mítico «Caballero de París» se luce con la barba desgastada por el roce continuo de las manos que la acarician pidiendo fortuna; Fray Junípero Serra guía y protege a la infancia, al igual que en Palma de Mallorca; la Madre Teresa de Calcuta nos invita a la meditación profunda sentada en el jardín del fondo de la Basílica Menor del Convento contiguo mientras, reposando en un banco, el compositor Federico Chopin se dispone a revelar algún secreto a quienes llegan dispuestos a descansar a su lado.
No necesitan identificación, ya todos los conocen y los han asumido como habitantes de la ciudad. En su inmovilidad de bronce puede adivinarse que se sienten orgullosos de la oportunidad de seguir interactuando con quienes los buscan: otro privilegio de la inmortalidad. Se inscriben dentro de la corriente del arte figurativo que en los últimos años ha insertado en diversos espacios de la urbe a otras figuras criollas y universales.
Federico Chopin en La Habana Vieja
De las múltiples esculturas en la mencionada plaza, la de Chopin es la más reciente. Fue ubicado allí en 2010, cuando se conmemoraron doscientos años de su natalicio. Desde entonces, llegan hasta uno de los laterales del Convento de San Francisco de Asís, en la esquina de Oficios y Amargura, los amantes de la música y las artes en general, turistas que se sorprenden de encontrarlo tan lejos del Viejo Continente, niños que juegan distraídos, transeúntes habituales, paseantes de ocasión que aprovechan para fotografiarse, y residentes de la zona que lo han asumido como un vecino más.
Lo descubrimos mientras caminamos a su encuentro: la vista gacha, la postura erguida pero cómoda, con el brazo derecho apoyado en el respaldo del banco mientras el otro descansa sobre las piernas, los pies ligeramente cruzados… De cerca percibimos los dedos largos que delatan el oficio, el cabello peinado con esmero, el lazo en el cuello y cierta tristeza en la mirada, quizás representativa del espíritu profundamente romántico y enamorado que lo caracterizó en vida.
Un regalo a La Habana
Esta imagen de Chopin es un regalo especial para los habaneros y cubanos de parte del escultor Adam Myjak, precisamente de Polonia. Fue posible gracias a la colaboración entre el instituto Adam Mickiewicz y la Asociación de Cineastas de ese país, con la Oficina del Historiador y el Ministerio de Cultura, por la parte cubana.
Muestra al gran músico y maestro en los últimos tiempos de su existencia, cuando aún se mantenía trabajando, pero ya estaba enfermo. Se cuenta que Myjak se basó en la única foto de Chopin que se conserva, supuestamente tomada en 1849. Tuvo como referencia, además, varios dibujos que lo captaran durante su último año. Con estos ingredientes, el estudio de su creación y su personalidad, el músico emergió nuevamente a la corporeidad, ahora en la calurosa Habana, rodeado de alegría antillana.
Chopin murió con sólo 39 años. Sin embargo su obra, fundamentalmente al piano, trasciende hasta el presente. Está conformada por una amplia gama de célebres polonesas y mazurcas, preludios, sonatas, nocturnos, baladas, valses y conciertos para piano, que se estudian en las escuelas cubanas especializadas. Tuvo una activa vida que lo llevó de gira por varios países de Europa, entre ellos Francia, donde residió hasta sus últimos días.
Su arte conmovedor y pasional ha sido catalogado como profundamente patriótico y un símbolo del nacionalismo polaco, al punto de que el autor es aún considerado como el más universal de los músicos del país, admirado por críticos y amantes de la calidad creadora e interpretativa.
Un momento con Chopin
Alguien se sienta a su lado; hace silencio. Por momentos lo mira con demasiada atención. Nadie podría adivinar si intenta hablar con el músico a pesar de las barreras idiomáticas o sólo descansa distraído. Al rato, toma impulso, se yergue ligero y casi de modo imperceptible roza la mano que descansa sobre la pierna. Mientras se retira lanza un nuevo vistazo y se nos antoja que es de agradecimiento.
Nos apresuramos a sentarnos nosotros también, imitándolo; puede que este día nos vayamos con un buen consejo o una bendición de genio.
Sitio de referencia y encuentro
Cuando en 2010 fue develada la estatua, Anna Pienkosz, encargada de negocios de la Embajada de Polonia en Cuba, comentó:
«Guardamos la esperanza de que este banco se convierta en un punto de referencia de la ciudad, un lugar donde las personas se citen y las quinceañeras se retraten, a tono con la costumbre que hay en esta Plaza de San Francisco de Asís.»
Hasta ahora, ha sido así.