Cuando Juan Núñez de Castilla, ilustre capitán español, fundó la Villa de Bejucal en 1713, seguro que nunca había bailado una conga y tal vez, ni remotamente imaginó que en aquel mismo poblado, casi un siglo después, los tambores africanos comenzarían a marcar el paso alegre y desenfrenado de vecinos y forasteros… al menos una vez al año.
Las Charangas de Bejucal, reconocidas en 2015 como Patrimonio Cultural de la Nación, surgen en las primeras décadas del siglo XIX. Pese a su origen navideño, con los años devinieron en celebraciones paganas que reunían en dos bandos rivales a los habitantes del lugar. Por un lado, negros esclavos, criollos y mulatos; por otro, españoles humildes y simpatizantes de la corona, todos bailando al son del tambor.
Lo curioso es que hasta hoy, más de 200 años después, los descendientes de aquellos primeros pobladores defienden aún, a ritmo de conga, los estandartes, emblemas y símbolos de cada agrupación.
La fiesta ya empezó
Si no puedes llegar a tiempo a las charangas ¡¿qué le vamos a hacer?! Pero si estás en Cuba no puedes perderte por nada del mundo lo que ocurre el 24 de diciembre, desde el atardecer hasta el amanecer siguiente. A la luz de los fuegos artificiales, lumínicos y voladores, la noche en Bejucal se torna más clara que el día. La atmósfera arde, se abren las puertas, la vecindad se vuelca a las calles y luce sus mejores galas.
Los bandos rivales llegan a sus puntos habituales de reunión sobre las ocho de la noche y comienza la acción, para ver quién suena más, quién baila más, quién emula al tambor en ritmo y sabor. Mientras las congas del bando azul y el rojo bailan con enconado esmero, retándose mutuamente con sus evoluciones, entre los visitantes y bailadores se mueve la Macorina o la Boyera, personajes típicos de la celebración, cada uno con su propia leyenda y significación.
¿A quién no le gusta una fiesta intensa?
Pero quizás lo que más trasciende en las Charangas, lo más fuerte de la experiencia, es la imagen de las carrozas: monumentales, deslumbrantes como catedrales de luz, llamativas, con lujo carnavalesco. Llegan a alcanzar hasta 23 metros de altura y una vez colocadas en los lugares que por siglos ha dictado la tradición, comienzan a mostrar sus misterios danzantes, resultado de un trabajo arduo e incansable.
En cada detalle está el talento de muchos. Conforman la piedra angular del combate entre bandos y lo que ellas ofrecen, hasta el momento justo, debe permanecer en absoluto secreto.
Se enfrentan el gallo rojo y el alacrán azul
Resultaría difícil estar en el pellejo del jurado que decide al final el bando ganador. Para los bejucaleños el gran premio en las Charangas es cosa de honor. En esa villa todavía hoy se nace y se crece en el bando rojo o en el bando azul, o lo que es lo mismo, en «La Espina de Oro» o «La Ceiba de Plata». Durante generaciones, esa pasión se ha trasmitido de padres a hijos y nietos, con la misma porfía de la era colonial aunque hayan sucedido muchas cosas desde entonces.
Lisset Rodríguez, bejucaleña de 45 años, contó recientemente a un medio de prensa que en las Charangas hay varias reglas no escritas. Para empezar, todo lugareño dondequiera que esté y si su salud lo permite, debe volver al pueblo cada año a participar en las fiestas. Por otra parte, las rencillas y disputas personales no deben tener lugar en esos días, pues todo el mundo debe velar por la tranquilidad, no sólo las autoridades, también la gente común. Y qué decir de los secretos de las carrozas:
«Si usted los llega a conocer, eso no se puede decir ni por todo el oro del mundo, por lo menos así me enseñó mi abuela; ella nació aquí en Bejucal, en el bando rojo igual que yo… el secreto no se dice, así es como debe ser.»
Junto a los Carnavales de Santiago de Cuba, en el extremo oriente del país, y las Parrandas de Remedios, en el centro, las Charangas de Bejucal conquistaron todo el reconocimiento oficial en 2015 al ser declaradas como parte de lo más valioso del patrimonio cultural en la Mayor de Las Antillas. Ahora pertenecen a todo un país.
Consejos para viajeros charangueros
Si usted decide cruzar el Atlántico para vivir esa fiesta, permítame un par de buenos consejos: duerma a pierna suelta la noche anterior para que no lo venza el cansancio, y busque ropa bien cómoda para bailar sin descanso, arrollando entre charangueros.