La Iglesia del Santo Cristo del buen viaje o simplemente la Iglesia del Cristo, como popularmente se le conoce, es uno de los templos religiosos más antiguos de La Habana y, por ende, uno de los fortines para la fe católica en Cuba.
A inicios del siglo XVII comenzó siendo una humilde construcción denominada ermita El Humilladero, por ser el destino de la procesión del Vía Crucis franciscano. De la obra original, sólo queda parte del esqueleto arquitectónico y la cobertura de alfarjes de la nave central, con un ábside semicircular. En 1732 se erigió la que hoy conocemos al más puro estilo barroco, se le agenció la fachada que ostenta, la puerta abocinada, las torres en los ángulos y el óculo ciego superior.
Revelan los anales que en 1932 se le sumaron los dos edificios laterales. Entre los elementos distintivos de su interior, destacan los hermosos y arrevesados vitrales tintados y su techo de madera, pintado y decorado con colores brillantes.
Marineros de ayer y de hoy
Desde su fundación, a ella acuden tradicionalmente los marinos antes de emprender una travesía, para solicitar buenaventura o al regresar, para agradecer la fortuna que se le ha brindado contra las inclemencias del tiempo y otras eventualidades. Durante las últimas décadas cientos de cubanos, de los llamados «balseros», pasaron por allí en busca de protección para su terrible aventura de la emigración ilegal por vía marítima en busca del territorio estadounidense.
La Iglesia del Cristo, espacio para el sincretismo religioso
La Iglesia del Santo Cristo del Buen Viaje es comúnmente utilizada por la regla Kimbisa, una de las reglas del Congo o de Palo, para sincretizar la religiones africanas con las de origen cristiano. La regla Kimbisa fue creada por el mestizo habanero Dolores Petit para acercar a la población blanca de fe católica al conjunto de rituales y liturgias africanas de Palo Monte.
La transformación de una plaza
En 1640, a un costado de la ermita se construyó la Plaza del Santo Cristo del Buen Viaje (también Plaza del Cristo o Parque de Bernaza) como espacio público delimitado hoy por las calles Lamparilla, Villegas, Teniente Rey y Bernaza. Desde entonces ha sido un concurrido espacio de reunión para los feligreses, vecinos y transeúntes que hacen un alto en el camino, y siempre ha formado parte inseparable de la iglesia aunque cumpliera funciones seculares.
Hasta allí llegaba la peregrinación por las estaciones del Vía Crucis los viernes de cuaresma, que desde el Convento de San Francisco de Asís transitaba la calle Amargura. Fue sitio para una de las pocas cajas de agua de la Zanja Real, primer acueducto de La Habana, que aprovisionaba a la población local y en algún momento le provocó el título de «Parque de las lavanderas», por la cantidad de mujeres negras que iba hasta el surtidor para materializar su oficio y también para atender a misa. Después se convirtió en un centro comercial con vida propia, un mercado colmado de pregoneros bulliciosos, vendedores y clientes, hasta que fue destruido por un incendio en 1863.
En el perímetro de la plaza y la iglesia, se encuentra la antigua Casa del Obispo, que entre 1846 y 1864 funcionó como Palacio Episcopal durante el mandato del obispo Francisco Fleix Solans.
En La Habana: de plaza a parque
En sustitución, nació el Parque Michelena con paseos y jardines. Durante todo ese tiempo mantuvo su aspecto colonial con calles y pasadizos estrechos y adoquinados hasta que en la etapa republicana de inicios del siglo XX el área fue pavimentada completamente y asumió un ambiente ecléctico, incluyendo al resto de las construcciones circundantes.
A partir de esos años sufrió un abandono total y degradante que se detuvo ligeramente con algunos trabajos en la década de los 80, cuando también se trasladó hacia allí el monumento a Gabriel de La Concepción Valdés «Plácido», el atormentado poeta mulato, iniciador del «criollismo» y símbolo del mestizaje cultural entre España y los descendientes africanos.
Recientemente, la que es considerada como quinta plaza de La Habana Vieja y la menos conocida, por estar bastante apartada del resto del centro patrimonial, ha recuperado su dignidad en grado sumo con la intervención de la Oficina del Historiador de la ciudad, a través de un rediseño total, moderno a pesar de la rehabilitación del mobiliario tradicional y la introducción de mesas-tableros para el entretenimiento de los aficionados al ajedrez, que son muchos en esa zona. En las tardes, después de la escuela, acuden a jugar decenas de niños de los barrios adyacentes para rememorar las escenas de bullicio de épocas pasadas.
Allí vive «Nuestro hombre en La Habana»
En los alrededores de la Iglesia del Cristo y su plaza, en la dirección ficticia Lamparilla 37, vive el simple vendedor de aspiradoras y agente secreto de Su Majestad británica, Jim Wormold. El escritor Graham Greene eligió este enclave para ubicar la casa y la tienda de «Nuestro hombre en La Habana», una de sus novelas más famosas.
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