Emigración canaria en Cuba

Emigración canaria en Cuba

Sin duda alguna, la emigración canaria en Cuba conforma uno de los más sólidos cimientos etnográficos y culturales para la isla caribeña, dentro de una extensa presencia ibérica en la isla desde 1492 con la llegada de Cristóbal Colón y su comitiva de exploradores hacia tierras desconocidas para la Europa civilizada.

En el Caribe, la España insular se sintió como en casa, emprendiendo variados oficios y profesiones con la enconada intención de prosperar en paz, hasta que las condiciones de su terruño mejoraran o las hicieran mejorar individualmente, con una fortuna que les propiciara su espléndido regreso. Los que llegaron forzosamente a raíz de los designios de la realeza de su tiempo después de la llamada “pacificación”, trabajaron más duro y quizás fueron los que primero se consideraron cubanos de pura cepa.

Unos regresaron con más o menos suerte. Otros, ni una cosa ni la otra, por causas diversas. Pero lo cierto es que su sacrificado y a veces desgarrado devenir, marcó y aún marca un fragmento importante de nuestra historia, la genética, la identidad y las ramas primordiales del comercio y la economía local, parte de lo que hoy se ve y se respira en la mayor isla de Las Antillas. Se dice que allí vivían 45 mil 814 canarios hacia 1862, con gran presencia femenina.

Para 1933, a raíz del censo poblacional más socorrido para hablar de la emigración española en Cuba, los canarios contabilizaban 18 mil 168 residentes. La mayoría se estableció en La Habana, en el extremo occidental del país y en la región central, alrededor de lo que hoy se conoce como Sancti Spíritus.

Braceros, comerciantes y fundadores

La participación de los canarios fue decisiva en la industria azucarera, en el cultivo y pequeñas manufacturas, «chinchales», tabacaleras de Cuba, sobre todo a partir de la abolición de la esclavitud en 1880, basados en su experiencia previa de los sembradíos domésticos que después se revertiría nuevamente en su propia tierra. En los momentos de mayor auge, representaron el 70 por ciento de la fuerza de trabajo en el azúcar y el 90 en el tabaco, con una preponderancia abismal sobre los emigrantes de otras regiones.

Fueron comerciantes, banqueros, bodegueros y lecheros. En esta última labor fueron pioneros organizados y poco a poco llevaron a una incipiente y próspera industria láctea. Dicen que se les veía con sus carretones por toda La Habana para ofrecer el líquido fresco. De la primera mitad del siglo XX sobrevive en La Habana el edificio de la Antigua Compañía “La Lechera de Cuba S.A.”, en la Calzada de Concha, esquina a Cristina, la primera planta pasteurizadora en esa nación.

En acto soberanamente aparejado a las actividades colonizadoras o productivas, los canarios fundaron asentamientos poblacionales que se convirtieron en ciudades importantes. Fundaron Santiago de las Vegas, en La Habana; Matanzas, Sagua la Grande, en Villa Clara; Manzanillo, en Granma y varias poblaciones pertenecientes a «Vuelta Abajo», Pinar del Río.

Cultura y religión

La influencia cultural, por su parte, es muy destacada y fácilmente apreciable. Desde la pronunciación del castellano, hasta las formas poéticas de las melodías y los cantos campesinos en las fiestas conocidas como guateques, parrandas y charangas. La décima, la improvisación y el repentismo, en general, han llegado con mucho vigor hasta nuestros días. Recientemente, el llamado “punto guajiro” que se practica en Cuba recibió el título de Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, por decreto de la UNESCO.

De su mano también arribó a Cuba el culto a la Virgen de la Candelaria, con un templo que comenzó siendo una ermita en el poblado capitalino de Guanabacoa y después creció hasta convertirse en la flamante iglesia de Santo Domingo, por ejemplo.

Hermandad regional

Asociación canaria en Cuba

Como era usual entre las representaciones de las comunidades autónomas españolas, ellos crearon su Centro Canario. Desde 1992, la actual Asociación Canaria de Cuba “Leonor Pérez” ocupa un inmueble en la calle Monserrate número 258, entre Ánimas y Neptuno, en territorio de La Habana Vieja. Su nombre honra a la madre del Héroe Nacional de Cuba, José Martí, oriunda de Santa Cruz de Tenerife.

Allí coordinan la atención y el apoyo social a los canarios y sus descendientes, en lucha por rescatar la herencia cultural y tradicional. Entre las actividades que celebran, tienen especial acogida los Juegos Florales que promueven la música, la danza y la poesía entre niños y jóvenes.

Los espacios interiores están decorados con pinturas y pasajes de la vida cotidiana en las Islas Canarias, con papel protagónico para la obra de Thelvia Marín, autora de la célebre escultura «El Emigrante», emplazada en Gran Canaria.

Quinta Canaria La Habana

También aquellos emigrantes de antaño construyeron la Quinta Canaria, aún ubicada en la Calzada de Bejucal y Séptima, en La Habana, una institución de salud que abrió en 1922 para proteger a sus coterráneos y asegurar un entierro decoroso cuando llegara el momento.

En estos momentos se desempeña como centro de rehabilitación mental y ha recibido apoyo financiero para su reconstrucción y mantenimiento por parte del gobierno regional de Islas Canarias y del Centro Internacional para la Conservación del Patrimonio.

Una tragedia

El día 9 de septiembre de 1919 naufragó el buque Valbanegra frente a las costas de La Habana, encabezado por el capitán Ramón Martín Cordero y cargado con 400 pasajeros, la mayoría canarios. Fue una gran desgracia provocada por una tormenta tropical. No fue una tragedia aún mayor porque de 44 pasajeros que debieron desembarcar en Santiago de Cuba, donde había hecho escala, sorpresivamente descendieron 742.

Vínculo indisoluble entre Cuba y Canarias

Más allá de las huellas visibles en las construcciones, asociaciones y costumbres, las marcas invisibles de la relación entre Cuba y las Islas Canarias son estrechas y muy fuertes. Abundan los cubanos con parientes, generalmente ascendentes o derivados de ellos, en tierras guanches y, lógicamente, en sentido contrario. Este nudo es y será indisoluble a través del tiempo, porque es un vínculo de sangre.

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