A veces las calles de La Habana se hacen inmensas, interminables. Los ojos quieren verlo todo, sin faltar al mínimo detalle. Ante el visitante atento y curioso, La Habana muestra su elegancia, su mestizaje, su riquísima historia.
Las calles cubanas, más pequeñas o más grandes siempre cuentan una historia, memorias en ocasiones adormecidas, en otras exageradas y casi siempre legendarias. Pero cuando se trata de la “Habana Vieja”, la zona más añeja y céntrica de la ciudad, pues esas historias se hacen cada vez más grandes, más preciadas.
Un afortunado encuentro con la Acera del Louvre
La inconformidad a veces puede dar buenos frutos. Caminando por las calles de la Habana Vieja, específicamente por el peculiar Paseo del Prado, llego hasta una esquina muy concurrida, Prado y San Miguel. Automóviles clásicos, ómnibus de turismo, música cubana, vendedores ambulantes, gentes de todas partes del mundo, mozos complacientes, olor a café…
Ante una fachada evidentemente colonial, como caracteriza a esta zona de La Habana, me detengo a pensar. Imagino un largo portal, sin las mesas que ahora impiden el paso, con pequeños negocios, posiblemente bares o cafeterías, donde los señores de sociedad se reunían en las tardes y las señoras desfilaban con sus vestidos y sombrillas.
La imagen me pareció muy sugerente, pero no me conformaba. Había algo más que atraía a tanta gente hasta aquí. Y cual zombi peregrino, decidí sentarme en el llamado Café El Louvre.
Enseguida pido un mojito – porque venir a Cuba y no probar el mojito sería lamentable – y comienzo a observar. Al frente el Parque Central, el Hotel Telégrafo, el Museo de Arte Universal, a un lado el Hotel Inglaterra y al otro el Gran Teatro Nacional Alicia Alonso. Miraba también los interiores, tan hermosamente conservados, con un preciosismo y una exquisitez constructiva como pocas había visto hasta el momento.
Pero unas excelentes vistas y una arquitectura típica colonial, no saciarían mi curiosidad. Tenía que saber más de esta calle. Era necesidad imperiosa.
Historias alrededor de una calle…
Pues resulta que me pongo de suerte. Un guía de turismo paró frente a mi mesa con un grupo de personas para comentar sobre una de las calles con más historia de la Habana Vieja. ¡Lo sabía!, me dije, e inmediatamente agucé mi oído para entender aquello que explicaba aquel joven. Nadie estaba más atento y expectante que yo en aquellos momentos.
Cuando La Habana comenzaba a expandirse, allá por el año 1863, con la caída de la Muralla que circunscribía la ciudad, un grupo de construcciones y locales se concentraron en esta zona. La llamada «Alameda de Isabel II», que con el tiempo pasó a llamarse Paseo del Prado, era uno de los sitios más concurridos, junto al Parque Central que en las noches acogía a las parejas de enamorados.
Frente a este parque se encontraba el Café Escauriza, con un salón de baile a donde las citadinos iban a comprar refrescos o helados. En 1868 este café lo compra Joaquín Payret, lo remodela y traslada su «Café Le Louvre» hacia acá. En poco tiempo el nombre se castellaniza y todos comienzan a llamarle Café El Louvre.
Rápidamente el sitio empieza a tomar popularidad entre los jóvenes aristócratas de la ciudad. Aquí se reunían con frecuencia para mostrar sus ideales liberales y discutir sobre política. En más de una ocasión se armaban peleas de honor y discusiones entre los asiduos. Es en estos momentos, debido al nombre del café y la fama que adquiere el lugar, que la calle comienza a llamarse Acera del Louvre.
Aquí además se jugaba ajedrez, cartas, billar, había un gimnasio, salas de baño y una confitería. Ya en 1875, en la esquina de Prado y San Rafael se inaugura el lujoso Hotel Inglaterra, por donde pasaron muchísimas personalidades importantes de la época. Todo el que llegaba a la ciudad, y fuera un poco conocido, se hospedaba en el hotel.
Cuando salían del teatro todos se reunían en la Acera del Louvre y se comentaba sobre las últimas noticias del mundo. Cualquiera que llegara nuevo era motivo de análisis por aquellos jóvenes alegres y gallardos que abucheaban a todo aquel simpatizante con el partido español. Incluso se hicieron llamar “los jóvenes de la Acera del Louvre”.
Ideas separatistas e independentistas se proclamaban. La acera se convirtió en escenario fundamental para la lucha por la independencia desde la capital cubana. Muchos de los que aquí se reunían partieron a la guerra, en 1868 y luego en 1895. Hoy se erige una tarja con el nombre de 40 jóvenes que cayeron en combate y cuyos ideales salieron del fervor de estas tardes en la Acera del Louvre.
Una de las peleas más conocidas entre criollos y españoles fue la llamada «Batalla del Ponche de Leche». Cuando las autoridades impidieron los bailes en el café, los muchachos que ahí se divertían lanzaron a los oficiales sus ponches, lo que ocasionó muertes y deportaciones.
En este sitio también hay una tarja en homenaje al militar español Nicolás Estévanez. Insultado por el cruel fusilamiento de ocho estudiantes de medicina en 1871, se pronuncia por la unión y la justicia justamente en la acera; rompe su espada y renuncia a sus cargos. Año tras año, se le rinde honores por su honesto acto.
Grandes nombres de la Acera del Louvre
Por aquí pasaron además, grandes figuras de la historia de Cuba como el Héroe Nacional José Martí. Al concluir la llamada Guerra de los Diez Años, los veteranos vuelven a su Acera del Louvre y en 1879 reciben aquí las palabras de Martí, alentándolos a la lucha y la emancipación verdadera.
El General Antonio Maceo, uno de los grandes héroes por la independencia cubana, un mulato alto e imponente, se hospedó en el Hotel Inglaterra en 1890 durante seis meses, y se reunió con todos esos jóvenes que lo admiraban y seguían a todas partes, los mismos jóvenes que se incorporaron más tarde a la llamada Guerra del 95, organizada y dirigida por Martí.
Era toda una revelación aquello que comentaba el guía. La envergadura que llegó a alcanzar esta calle durante el siglo XIX era impresionante. Y entre los sucesos históricos también se incluyen leyendas. Se dice que al Caballero de París, personaje representativo de la ciudad, se le comienza a llamar “Caballero” en la Acera del Louvre. Trabajó como sirviente en la zona, en el Hotel Inglaterra, Telégrafo y Sevilla y en sus delirios pensaba que la acera era un paralelo a París.
Se comenta que por aquí se pavoneaba a inicios del siglo XX otro de los personajes populares ya mitológicos para los cubanos, Alberto Yarini, un gigoló relacionado con negocios corruptos y que apasionaba a las féminas.
En general esta famosa calle ha servido de espacio ideal para todo tipo de novelas e historias. Su encanto legendario atrapa todavía a los transeúntes. Hoy se exhiben en sus losas obras de arte de importantes artistas cubanos que honran su historia y complementan su elegancia.
Revele la historia y los encantos de la Acera del Louvre
Sentarse en el Café El Louvre y revivir las memorias de este sitio histórico, se convirtió en una experiencia cautivadora. Gracias a la curiosidad y a un guía muy bien preparado, mi caminata se enriqueció enormemente. Descubrí que el deslumbramiento a primera vista por la Acera del Louvre, se hace mucho más sólido y encantador cuando conoces los pasos que por allí anduvieron, las figuras y sucesos que hicieron grande a esta calle.
Un hotel, un café y una acera han protagonizado la historia de Cuba y todavía hoy seducen a viajeros de todo el mundo. Acérquese entonces hasta la Acera del Louvre y revele todos sus secretos.