Era mi segunda visita a La Habana. Había escogido una «casa particular» porque quería conocer de cerca a los habaneros y comprobar lo que de cierto tenían los comentarios de algunas amistades. Sobre todo eso que definen como «hospedarse en familia», un concepto que me resultó atractivo e interesante.
Pues bajo recomendación renté una habitación en el barrio conocido como El Vedado, muy cerca de la Avenida Paseo. La casa era espaciosa, creo que de principios del siglo XX y su dueña presumía que había sido construida por sus abuelos. Bastó mi interés para escuchar historias, tradiciones y hasta disfrutar de antigüedades pertenecientes a su familia.
Entre adornos, muebles y demás objetos, me atrajo un librero repleto de textos alusivos a Cuba, su historia y sugerencias de viajes. Entre los tantos ejemplares tomé uno pequeño y comencé a hojearlo, se llamaba «Cochero», escrito por Luis A. Betancourt. En uno de los primeros párrafos describía:
«Cuando mi padre mudó sus coches para La Ermita de los Catalanes, en el año 11, todo eso que hoy es la Plaza de la Revolución José Martí era un reguero de fincas, lecherías, corrales y árboles.»
Precisamente, la Plaza de la Revolución era uno de mis objetivos a visitar. Y continué mi lectura que, además de sorprenderme, transcurrió entre comida casera, café y gratas conversaciones.
Por Paseo y rumbo a la Plaza, temprano en la mañana
La casa está a una cuadra de la Avenida Paseo, una alameda poblada de árboles, con bancos que facilitan el descanso y por donde transitan los vecinos del lugar. Tiene un tráfico relativamente considerable a determinadas horas del día.
Según supe formó parte de la primera urbanización que se hizo en la zona, aproximadamente hacia 1820. Avanzando en el tiempo El Vedado gozó de gran prestigio entre los habaneros siendo el sitio donde se construyeron grandes mansiones neoclásicas.
Sin embargo, el código ecléctico terminó convirtiéndose en el representativo junto al racionalismo que, hacia la segunda mitad del XX, insertó sus altos edificios de marcada influencia norteamericana.
Un sitio hermoso, acogedor y limpio, a diferencia de otros espacios en la ciudad. Bien merece la pena un recorrido por él.
La Plaza de la Revolución
Quería visitarla bien temprano en la mañana. El motivo: tomar algunas imágenes del lugar en las primeras horas del día. En particular me interesaba la escultura de José Martí a los pies de la torre, esa que los cubanos llaman «La Raspadura», y es que en la mañana el sol la ilumina de frente provocando un peculiar juego de luces y sombras.
Pasé un buen rato fotografiando todo el conjunto: el Teatro Nacional de Cuba, el Ministerio de las Comunicación, el de las Fuerzas Armadas y del Interior, edificaciones todas que rodean el emplazamiento; las siluetas del Ché Guevara y Camilo Cienfuegos, además de los coches clásicos que desde temprano arriban al lugar.
Otra mirada del sitio la tuve a la entrada del Memorial José Martí que minutos más tarde visité. La torre tiene la forma de una estrella y en su interior cada espacio ha sido aprovechado para diversas funciones: un teatro, una sala donde se expone la historia del lugar, otras dos dedicadas a Martí quien es considerado el Héroe Nacional de Cuba; mientras que la quinta, y última, está reservada para exposiciones transitorias. En aquel momento se exhibían obras; fotografías, pinturas, esculturas; como parte de un homenaje a la figura de Fidel Castro.
Por supuesto que reservé unos minutos para subir hasta el punto más alto de La Habana: el mirador que se eleva hasta 140 metros. Una magnífica oportunidad para avistar toda la ciudad y apresar vistas únicas con el lente y el recuerdo.
Buscando Los Portadores de la Antorcha
Muy cerca de la Plaza, justo detrás de la Biblioteca Nacional, también nombrada José Martí, en las intersecciones de las calles 19 de Mayo y Ayestarán, me esperaba mi segundo objetivo.
Había descubierto «Los Portadores de la Antorcha» durante mi visita a la Universidad Complutense de Madrid. Ocurrió exactamente cuando atravesaba la plaza de Ramón y Cajal y desde que la vi me fascinó. Luego supe que existían otras copias, también hechas por la escultora norteamericana Anna Vaughn Hyatt Huntington, distribuidas por varias ciudades del mundo, entre ellas, La Habana.
Fue muy grato encontrarla, sobre todo porque tuve la posibilidad de disfrutarla íntegramente; es decir, con antorcha incluida pues a la expuesta en Madrid le había sido sustraído ese detalle. Está muy bien conservada y forma parte de ese grupo de esculturas universales dispersas por toda Cuba, que aspiro cubrir con mis sucesivos viajes.
Descendiendo por Paseo
Tenía la opción de tomar un taxi; un «almendrón», por ejemplo. No obstante, elegí caminar en dirección al mar. Siguiendo esa ruta la avenida desciende, así que el esfuerzo sería mínimo.
Atravesé la Calle 23, importante arteria habanera donde se localizan diversos negocios privados, paladares, cafeterías, cines, La Rampa habanera y la famosa heladería Coppelia. Dudé si continuar por Paseo o desandar 23 para explorar los puntos más cercanos. Finalmente determiné que esa ruta quedaba para otra ocasión, así que continué rumbo al Malecón y al mar.
El recorrido por el Vedado es propicio para el disfrute de la arquitectura y de las vistas que por momentos dejan ver lo que se avecina, tal y como ocurrió mientras cruzaba la Calle 17. Justo allí, bajo la sombra de los frondosos árboles, escogí un banco, saqué nuevamente el libro que me había atrapado y comencé a hojear la historia que me proponía un desconocido que vivió en los albores del siglo XX habanero.
En La Habana y paseando por Paseo
Elegante, fresca, diferente son algunas de las ideas que me dejó mi primer recorrido por la Avenida Paseo. Una rápida mirada hacia el mar me invitaba a continuar. Pero eso queda para otra descripción, mientras sigo imaginando cómo pudo haber sido ese tiempo en el que comenzaba a crecer esta zona en La Habana de extramuros.