Cuentan que Don Alejo se enamoró al instante de la señorita Juana, dueña de una increíble belleza que cautivó en el acto al impetuoso heredero de una de las mayores fortunas de Trinidad. Se casaron en julio de 1826 y poco tiempo después, atormentado por los celos, Alejo encerró a su esposa en una torre con más de 40 metros de altura que coronaba su finca. Decidió no volver compartir con nadie los encantos de la niña Juana.
Susurran los lugareños que todavía hoy, casi 200 años después, en las noches de luna se escucha el llanto de la joven, lento y sin consuelo desde la torre alta. Allí perdió sus fuerzas y su cordura durante tantos años de encierro. Juran los trinitarios que en las noches blancas puede verse su silueta y hasta su rostro en la oscuridad.
Trinidad, una ciudad colonial
Reza en los anales que la Villa de la Santísima Trinidad y el Valle de los Ingenios llegaron a albergar en 1827 a más de 11 mil esclavos africanos, en apenas 14 kilómetros cuadrados. Sobre la sangre de esos cautivos se erigieron fortunas deslumbrantes, palacetes y fincas que todavía cuentan su historia a quien la quiera escuchar. Una de las vías de acceso a la misteriosa ciudad muestra en el soberbio valle más de trece ruinas de las antiguas haciendas azucareras.
El tiempo en Trinidad no sólo se detuvo en las calles empedradas al estilo del siglo XVIII o en las casonas con herrería antiquísima, tejas de barro cocido, techos y puertas de centenaria madera preciosa. Sucede que la atmósfera en Trinidad sigue siendo colonial. El silencio y el espeso paso de las horas colocan al visitante en otra época, donde la vida transcurría sin las prisas de la actualidad.
La torre y el horror
La torre Manaca Iznaga eleva sus siete pisos, todos de diferente diseño, exactamente a 12 kilómetros del centro de Trinidad. Es una entre cientos de construcciones, casonas, palacios, conventos e iglesias que han sobrevivido inmunes al paso de los siglos. Viven aún en estas tierras los nietos y herederos de aquellos esclavos que levantaron la obra, para satisfacer las ambiciones y la vanidad de unos cuantos señores ricos y todopoderosos en su contexto.
La historia asegura que Don Pedro Iznaga y Don Alejo, su hermano, competían para encontrar antes el agua. El primero ideó un pozo de 45 metros hasta llegar al manto freático y el segundo erigió una atalaya sobre la que exclamó “¡agua!”, al ver el mar de la costa cercana, la misma torre que años después presenció impasible el horror de la joven Juana.
Alejo llegaba a los 50 años cuando se casó con la distinguida señorita, quien no correspondía en absoluto a su amor y ante las pasiones ocultas de la esposa, un buen día la condenó. La joven veía desde lo alto los verdes cañaverales y el sol. El señor no dio permiso para bajarla ni aún después que murió. Por eso Juana todavía vaga por el circundante Valle de los Ingenios, sin descanso, hasta hoy.
El justo minuto en que el tiempo se detuvo
La tercera villa fundada por los españoles en Cuba, hacia 1514, fue reconocida hace casi 20 años por la UNESCO como Patrimonio Cultural de la Humanidad. Dejando a un lado las leyendas de Trinidad, las razones para que la villa se detuviera en el tiempo y conservara intacto su patrimonio arquitectónico fueron puramente económicas.
A inicios de la década de 1860, la intensiva explotación del valle a raíz de los rendimientos de la máquina de vapor, hizo mermar la productividad de la tierra. Los hacendados que no pudieron instalar la novedad quebraron y los que sí, vieron sus tierras languidecer por la tremenda demanda de la producción.
Pronto abandonaron la comarca, huyendo también de las sucesivas rebeliones de esclavos. Así quedó Trinidad en 1865, casi completamente abandonada y aislada por tierra del resto del país. Hubo que esperar hasta 1920 para que llegara el ferrocarril y las primeras carreteras conectaron el poblado en 1950.
Trinidad, ciudad turística
Trinidad, ciudad turística y patrimonial por excelencia, ubicada en el centro sur de Cuba, es el destino de viaje para algunos visitantes; para otros, es una ciudad de paso hacia oriente o viceversa. Miles de negocios privados florecen en la gastronomía, mercados artesanales (tierra de instrumentos musicales hechos a mano) y el hospedaje, para los que buscan una atención personalizada y la plena interacción con los pobladores.
Para los que buscan lujo y confort, proponemos el Grand Hotel Iberostar Trinidad y la Playa Ancón está a sólo 13 kilómetros con una infraestructura hotelera aceptable. Para los que gustan de la naturaleza verde y no temen a las carreteras de montaña, desde allí abundan las excursiones a Topes de Collantes, en la vecina provincia de Cienfuegos.
Disfrute con calma de Trinidad
A Trinidad no vaya con apuros, se necesita tiempo, paso reposado y mucha calma para trasladarse a otros siglos entre calles adoquinadas, para disfrutar de una refrescante canchánchara en el patio colonial que usted elija.
Gracias por la historia y los detalles de esta hermosa ciudad
Gracias a ti Jenny , por leernos. ¡Trinidad es una ciudad maravillosa!