El recuerdo de Hemingway en La Habana parece una leyenda. Contrario a lo que él mismo pudo pensar cuando pisó la isla por primera vez en 1928, su paso por allí no fue para nada efímero. Llegó buscando aventuras que aportaran nuevos sentidos a su vida, sin saber que en aquel paraíso del Caribe dejaría una profunda estela de anécdotas y añoranzas.
Para los que visitan Cuba y quieren seguir su huella, no hay mayor privilegio que penetrar en sitios que se enorgullecen de haber albergado su presencia. En busca de la experiencia, optamos por reservar una excursión de las que ofrecen las agencias turísticas locales, en nuestro caso fue Cubanacán Viajes, cuyos precios oscilan entre 30 y 47 CUC (42 Euros, como máximo) para los adultos, y entre 23 y 36 CUC (32 Euros, como máximo) para niños, en dependencia de la inclusión o no de almuerzo durante el recorrido.
Dios y hombre en La Habana
La ruta de Hemingway en La Habana no debe iniciarse sin conocer cómo arribó. Descendió a tierra el primero de abril de 1928, cerca de las 11 de la noche, según registros oficiales de la aduana.
El joven intelectual estaba a punto de cumplir 29 años y esperaba el nacimiento de su hijo Patrick. Su esposa, la periodista Pauline Pfeiffer, le acompañaba a bordo del vapor inglés Orita, con destino a Key West y apenas una fugaz escala en el puerto de La Habana.
Años después, su pasión por la pesca en mar abierto le llevó a las aguas jurisdiccionales cubanas para capturar petos, dorados, casteros y agujas, peces de hasta dos metros de longitud que sobreabundan en aguas tropicales, especialmente en la corriente del golfo.
Otras versiones más atrevidas atribuyen esa segunda visita a sus amoríos con Jane Mason, esposa del representante en Cuba de la Pan American Airways. Lo cierto es que sin La Habana no podía vivir, por eso en 1939 decidió instalarse en la habitación 511 del Hotel Ambos Mundos, en la esquina de las calles Obispo y Mercaderes, en el caso histórico, hasta que compró su casa en Finca Vigía, sitio por donde inició nuestro recorrido.
Finca Vigía, el hogar
Luego de transitar en autobús por las inmediaciones del puerto habanero, la rotonda de la Virgen del Camino y el sudeste de la capital cubana, llegamos al barrio de San Francisco de Paula. Sobre una colina reluce Finca Vigía, una mansión campestre que alquilara en 1939 Martha Gellhorn, su tercera esposa. Posteriormente, las ganancias de la novela Por quién doblan las campanas le permitieron convertirse en propietario de la vivienda decimonónica.
Una rica vegetación rodea la morada adonde llevaría a vivir en 1945 a su cuarta y última esposa Mary Welsh. Hoy es un museo que transpira su espíritu por los rincones. Abre puertas y ventanas para que los visitantes observen, sin entrar. Desde todos los ángulos conocimos parte de su vida gracias a sus pertenencias, objetos, alfombras, premios, instrumentos conservados como él los dejó al salir de Cuba en julio de 1960.
Botellas de ron, un gramófono y discos de música de la época, llaves de ciudades cubanas que le fueron entregadas en honor a su obra, animales disecados como trofeos de caza decorando las paredes, miles de libros que componen una singular biblioteca, vajillas de fina porcelana, obras de arte y la máquina de escribir frente a la que encontraba inspiración, son algunas de las reliquias de culto al maestro que pudimos disfrutar.
En el jardín que rodea la residencia, descubrimos los palmos de tierra donde descansan los gatos y perros que acompañaron al guionista de Tierra española. Una hermosa vista se extendía en derredor nuestro. Entonces, imaginamos que quizás en ese mismo sitio se paraba Hemingway a observar el paisaje que cada día le regalaba su casa cubana, y se volvía rumbo a su estudio para dar luz a una nueva obra.
Cojímar, inspiración y amistad
Cuando salimos de Finca Vigía, nos percatamos de que nuestra aventura recién comenzaba. Al este de La Habana nos esperaba el poblado de Cojímar, donde Hemingway conoció al pescador Gregorio Fuentes, un amigo personal y patrón de su yate Pilar hasta el último día. Sus anécdotas y las de otro colega llamado Anselmo Hernández, inspiraron la obra El Viejo y el Mar, premio Pulitzer en 1953.
El olor a salitre de Cojímar penetra inexorablemente por los poros. Sobresalen su pequeña ensenada, su corto malecón y su torreón colonial, punto defensivo contra ataques de corsarios y piratas. Un parque que da al mar evoca la imagen de Hemingway con una escultura en bronce de su rostro, rememorando su mítica y repetida presencia por estos parajes.
Cercano está el Restaurante Las Terrazas, punto de reunión de hombres de mar en las décadas de los 40 y 50 del siglo pasado. Es un recinto sencillo, decorado con motivos alusivos al mar y a Hemingway, quien atracaba su yate en la parte trasera, para subir los escalones de piedra que lo conducían a la fonda, solicitar un plato a base de mariscos o pescado, y energizarse con los testimonios de los humildes y bravos pescadores. Allí conversaba con Gregorio e hilvanaba la historia que luego plasmaría sobre el papel en blanco cuando llegase a Finca Vigía.
La Habana Vieja, la vida bohemia
Salimos de Cojímar hacia La Habana Vieja por la Vía Monumental que conduce al túnel de la bahía. Descendimos cerca de la Plaza de Armas, para caminar hasta el Ambos Mundos, donde se hospedaba el escritor durante sus visitas desde 1932, hasta que se instaló durante una temporada en 1939, mientras encontraba una villa para alquilar.
La habitación 511, convertida en museo, se conserva como la dejara el ganador del Premio Nobel de Literatura. Atractiva resultó la exposición transitoria de reproducciones de obras de la plástica que atesoraba en Finca Vigía. Cuadros de Rembrandt, Cézanne o Picasso, figuraban entre sus preferidos.
A sólo unos pasos se encuentra el emblemático restaurante La Bodeguita del Medio. Fue ahí donde, gracias a su preferencia por el mojito, comenzó a comercializarse extensivamente esa bebida preparada a base de jugo de lima mezclado con ron blanco, ramas de hierba buena machacada y azúcar. Cuentan que asistía casi a diario para beber cuantos vasos se le antojaran.
Pudimos ver fotografías como evidencia palpable de su estancia en la Bodeguita. Pero después de degustar el trago refrescante y leer la frase que estampó en la pared trasera de la barra:
«Mi mojito en La Bodeguita y mi daiquirí en El Floridita.»
Nos dirigimos hacia el otro bar-restaurante, en una caminata más larga. En El Floridita Hemingway solía pasar cerca de cinco horas en el sector izquierdo de la barra. Allí bebía una variante del daiquirí elaborada por él mismo, parecida al mojito, pero con limón, doble ron y sin azúcar. Hoy se conoce como «Doble Papa», pues Hemingway en Cuba era conocido como «Papa».
Donde solía sentarse, el escultor José Villa Soberón esculpió una estatua de bronce a tamaño real para eternizarlo. Frente a su figura de medio lado y con la mano derecha por debajo de la cintura, permanece un vaso Doble Papa, en honor a su devoción por la bebida.
A pesar del ambiente festivo y emocional que nos rodeaba, nos negamos a culminar el tour y decidimos completar nuestra experiencia. Rentamos un taxi y partimos por nuestra cuenta hasta el otro lado de la ciudad, a la Marina Hemingway. Según nos informaron, en 1960 el autor de Adiós a las armas inauguró allí el Torneo de Pesca de la Aguja que también y aún lleva su nombre, donde fue participante.
La Marina y el Club Náutico Internacional que igualmente allí tiene su sede, contribuyen decisivamente a preservar la memoria del Hemingway presente en la Mayor de Las Antillas, un ferviente enamorado de ese país, su mar y su gente. No fue casual que en el discurso de aceptación del Nobel en 1954, dijera que:
«…es un Premio que pertenece a Cuba, porque mi obra fue pensada y creada en Cuba, con mi gente de Cojímar, de donde soy ciudadano. A través de todas las traducciones está presente esta patria adoptiva donde tengo mis libros y mi casa.»
Otras rutas de Hemingway en Cuba
Durante los periodos que dedicaba a la pesca, Hemingway recorría la cayería norte del archipiélago en su yate Pilar. Visitaba asiduamente el Cayo Mégano de Casiguas, en Pinar del Río, y los Jardines del Rey, en el centro de Cuba. No sólo lo hacía para pescar, sino también para cazar submarinos alemanes durante la Segunda Guerra Mundial. Estas bellezas naturales inspiraron su novela Islas en el Golfo.
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