Una experiencia por el Malecón habanero

Una experiencia por el Malecón habanero

Desde que llegamos a La Habana, mis amigos y yo desarrollamos la costumbre de caminar todos los días por el Malecón. No importaba que desandáramos todo el día por cuanto sitio nos habían recomendado, esos que hacen a la ciudad cubana tan mágica.

Recorrimos el Vedado y sus mansiones, hoteles, cines y teatros; La Habana Vieja de arriba abajo con su tradicional Floridita o la Bodeguita del Medio, sus museos y su bullicio circundante. Pero cualquier espacio libre que teníamos lo aprovechábamos para caminar por el Malecón.

Nos sentíamos más unidos que nunca cuando respirábamos el aire de ese mar inmenso, cuando sentíamos el sol en nuestro rostro, mirábamos a niños jugar y parejas enamorar en ese extenso muro. Era una sensación embriagadora, de las que hace mucho no llenaba mi cuerpo.

Paseando y aprendiendo del Malecón

Coche antiguo, americano de los años 50, circula por la Calle Linea rumbo al Melecon

Solo estaríamos 15 días, así que, si de Malecón se trataba, buscábamos la manera de encontrar sitios, historias en toda su extensión que reafirmaran nuestro embeleso por aquella parte de La Habana.

El Malecón recorre buena parte de la costa norte de la capital cubana, desde el Castillo de la Punta hasta la desembocadura del río Almendares, en La Chorrera. Su riqueza, más allá de su conexión con el mar, se encuentra en las edificaciones y parques que quedan justo al frente. Ellas son reflejo de todo el barroquismo de esa ciudad, con sus columnas y sus diferentes estilos que han resistido el salitre y las tormentas.

Castillo de la Punta en el Malecon Habanero

Es cierto que muchas de las construcciones se ven avejentadas y maltrechas, otras han sido reparadas y restauradas; pero en eso también consiste La Habana, en la coexistencia de lo vetusto y lo moderno de manera natural.

El Malecón del Vedado

Hotel Habana Rviera, justo en el Malecon Habanero

En el recorrido costero nos llamó la atención el Hotel Riviera, en la calle Paseo, que según nos contaban los habitantes por muchos años fue de referencia para las lunas de miel de los recién casados en Cuba. Al lado se encuentra el Hotel Meliá Cohíba, lujoso y moderno. Siempre los contemplaba e imaginaba que las vistas desde cualquiera de sus habitaciones debían ser fenomenales.

Y continuamos. Por supuesto, que nos detuvimos en la llamada Tribuna Antimperialista. No tuvimos la suerte de disfrutar de los conciertos que allí se realizan en ocasiones especiales. Pero en los fines de semana, pudimos ver en las mañanas proyectos culturales con actividades para niños con mucha música, competencias y juegos instructivos.

Estatua de Marti en la Tribuna Antimperialista que lleva su nombre

Inmediatamente después estaba el gran Hotel Nacional de Cuba, donde se han hospedado personalidades importantes de todo el mundo; una de las sedes de importantes eventos como el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano. Siempre cedíamos a la tentación y entrábamos para sentarnos en sus jardines. Realmente tienen una vista romántica, espectacular y un ambiente natural, con sus pavos reales caminando como en casa. Un rápido coctel y seguíamos por el Malecón.

Hotel Nacional de Cuba, visto desde el Malecon

Es hermoso, en el recorrido, sentir el cambio arquitectónico en cada tramo. La zona que pertenece al Vedado conserva sus edificios altos y modernos, con su elegancia. Después de La Rampa, donde termina la calle 23, las cosas van cambiando. Ese es uno de los puntos más populares y concurridos de la ciudad. Los jóvenes en las noches se reúnen allí, algunos con sus guitarras y otros hasta con bocinas, para pasar el rato y conversar.

Coche americano antiguo circula por La Rampa en el Vedado con destino al Malecon

El Malecón de La Habana Vieja

En la medida en que se avanza hacia el este, se va descubriendo otra ciudad, más antigua y hasta menos cuidada, diría yo. Después de pasar el Parque Antonio Maceo se perciben las grandes casonas, muchas veces con dos plantas, de puntal alto y bellas columnas. Aparecen así, muy unidas, muchas con una pared en común que las divide. Parecen apretarse para caber todas en la misma acera.

Estatua de Antonio Maceo en el parque que lleva su nombre en Centro Habana

Siempre encuentras algunos edificios remozados, que al menos muestran una fachada decorosa, mientras otros están prácticamente en ruinas. Algunos son los llamados «solares» donde viven muchas personas en pequeños espacios. El paso de los años y el mar los ha destruido. Pero como ya dije, aquello no desluce la ciudad, sino que la hace diferente.

Por supuesto, en la mayoría de esos edificios maleconeros existen negocios de renta de habitaciones, moteles, cafeterías o restaurantes. Uno de los hoteles clásicos de La Habana es el Hotel Deauville, en la intersección de Malecón y la famosa calle Galiano. Por supuesto, una vez más pensé que sería un espectáculo hospedarse en sus habitaciones frente al mar.

El encuentro con el Ana’s Restaurante Buffet

Entrada del Ana's Restaurante Buffet

A unos pocos metros nos encontramos con el Ana’s Restaurante Buffet. A primera vista no parecía gran cosa, una decoración sencilla y serviciales mozos. Habíamos estado en otras mesas buffet en la ciudad, pero esa llamó nuestra atención.

Lo primero que salta a la vista, además de los precios asequibles, es la frescura de las comidas, sobre todo de las verduras. Una gran variedad de ensaladas de todo tipo, separadas, mixtas o cocidas, un banquete para mis ojos. Luego los entrantes muy sabrosos, sobre todo los fríos como el ceviche.

Además podía comer lo que quisiera, cuantas veces quisiera y créame, luego de toda la caminata por el Malecón, estábamos bastante hambrientos. El sitio es ideal para ir en familia, con amigos o en grupos de trabajo o negocios. Tiene un reservado, pero preferimos sentarnos frente a una de las ventanas desde donde parece que puedes saltar directamente al mar.

Detalle de una de las mesas buffet del Ana's Restaurante Buffet

Las carnes también eran variadas (cordero, cerdo, pollo, pescado, res) en diversas preparaciones. Podíamos optar por los cocidos a la plancha o al carbón. Yo preferí deleitarme con unos pinchos que resultaron ser una delicia. Nada era salado, grasiento o muy condimentado como a veces sucede en los restaurantes de ese país. Terminé probando los dulces caseros, muy cubanos y exquisitos, como el arroz con leche, el dulce de frutabomba y la mermelada de guayaba con queso, delicias para no despreciar.

Terminamos el recorrido en uno de los edificios que más me cautivó de la ciudad, el perteneciente al Centro Hispanoamericano de Cultura, donde casualmente se inauguraba una exposición de arte contemporáneo. La construcción, con sus inconfundibles cariátides, parece invitar al viajero a entrar en La Habana, en la bahía, evidenciando la sensualidad e imponencia propia de la ciudad y su gente.

Un día por el Malecón habanero

Vista del Malecon Habanero en Centro Habana

Creo que ese fue uno de los días que más disfrutamos del Malecón. Aprendimos muchísimo con las historias de cada sitio, descubrimos un restaurante al que volvimos antes de partir, y sobre todo compartimos y reímos en grupo. El aire y el azul del mar, nos imprimió esa tranquilidad y alegría que necesitábamos. La Habana ciertamente es una ciudad como pocas en el mundo.

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