La Habana ofrece al visitante impresionantes fortalezas militares, construidas durante la época en que la Isla fuera colonia española. Podría pensarse que estas edificaciones fueron diseñadas y levantadas en áspera roca para que durasen toda la vida, como eterno desafío al tiempo, al mar y a los vientos huracanados que azotan al Caribe casi todos los años entre junio y noviembre.
En el litoral capitalino pueden observarse estas maravillas arquitectónicas de la ingeniería militar colonial, especialmente hacia el sector más antiguo de la ciudad, usualmente acosado por corsarios, piratas y ejércitos extranjeros. Una de ellas protegía el otro extremo, la entrada de un río parcialmente navegable en pequeñas embarcaciones.
Por eso casi al final del Malecón, cerca del paso al Túnel de la Quinta Avenida, puede observarse un pequeño fortín de sólo dos plantas, que fuera construido en la primera mitad del siglo XVII y que se conoce como el Torreón de la Chorrera.
Torreón de la Chorrera, un sitio plagado de historia
Objeto de deseo para las potencias mundiales del momento por su posición estratégica, La Habana debía ser resguardada. Ese fue motivo suficiente para que la corona española invirtiese en la construcción de una serie de muros empedrados y autosuficientes en teoría, que defenderían puntos neurálgicos de la zona costera desde Cojímar al este, hasta la desembocadura del río Almendares y el Bosque de La Habana al oeste. Ese torrente de agua dulce antiguamente era conocido como La Chorrera.
Allí se proyectó hacia 1643 la edificación de un pequeño fuerte que se terminaría tres años después, y sería nombrado Santa Dorotea de la Luna de la Chorrera, con el genuino propósito de evitar también que los posibles atacantes se abastecieran de agua potable.
Con planos que diseñara el capital Juan Alférez, la materialización de la obra se encomendó al santiaguero Juan Bautista Antonelli, hijo del tenaz ingeniero que construyese descomunales edificaciones como el Castillo de los Tres Reyes del Morro y el Castillo San Salvador de La Punta, en La Habana.
De este modo se levantó una estructura inicialmente redonda, de piedra maciza, que con el tiempo devino cuadrada, de dos niveles y una gran torre que cuenta con puentes levadizos y escaleras exteriores. La construcción mediría casi 25 metros de lado y 12 de alto, a la vez que tendría once cañones mirando al mar. En su interior, el fortín albergaría pozos, depósitos de víveres y casetas con capacidad para albergar a cerca de 50 personas.
El Torreón de la Chorrera tuvo protagonismo en la defensa de la Isla durante la toma de La Habana por los ingleses en 1762, cuando desde allí el coronel Luis de Aguiar dirigió la resistencia ante el asedio de dos navíos, hasta lograr que retrocedieran vencidos, sin municiones.
Desde entonces y hasta inicios del siglo XX, el fortín funcionó como centro militar. Posteriormente, en la década del 30, pasó a manos de la Marina de Guerra de Cuba.
El torreón hoy
En medio de la agitada vida moderna que se respira en La Habana, contrasta la presencia de reductos como este, testigos de la historia capitalina. Su atractivo sobresale como parte de la identidad del Malecón habanero, en medio de innumerables sucesos urbanos y fuente de inspiración de avezados pintores decimonónicos, que dejaron al Torreón de La Chorrera eternamente plasmado en sus lienzos.
En su interior no nos espera un baluarte armado para la guerra y con hombres dispuestos a pelear, sino un restaurante de exquisita comida criolla, ambientado con armaduras y cañones ornamentales que en tiempos de La Habana pasada estuvieron dispuestos a defender una de las mejores conquistas españolas en el Caribe.
El restaurante, conocido como Mesón de La Chorrera, invita a degustar platos típicos cubanos, preparados según las exigencias de la cocina tradicional antillana, como muestra exclusiva de inigualable elegancia y buen gusto. Exquisito resulta el Arroz con Pollo a La Chorrera, sugerencia distintiva del lugar, que está amenizado permanentemente con música española, como digno homenaje a las raíces de los cubanos.
Los amantes de la comida ligera pueden encontrar una pequeña cafetería justo a un costado de la entrada, con ofertas gastronómicas variadas y refrescantes, ideales para merendar a cualquier hora del día. Pero los que deseen recorrer su interior sin acudir a los servicios gastronómicos, también pueden hacerlo, pues la entrada es gratuita.
Contrario a su función primigenia, el Torreón de La Chorrera invita a pasar un rato inolvidable. Es el sitio ideal para que los enamorados y bohemios, desde lo alto de la torre, disfruten de la puesta de sol en los atardeceres habaneros. El penetrante olor a mar, además de una impresionante vista de la ciudad moderna, son otras bondades particulares que ofrece este fiel exponente de la herencia militar ibérica en el Nuevo Mundo.
Una mirada a los contornos
Aderezando los alrededores del Torreón de La Chorrera, se encuentra el clásico Restaurante 1830, famoso por su elegante Piano Bar. Cada noche, en sus jardines se ofrecen espectáculos bailables con música cubana para complacer todos los gustos, divertidos juegos de participación, veladas humorísticas, karaokes y gastronomía ligera.
Sin dudas, se trata de sitios que se complementan por su atractiva oferta cultural, patrimonial y culinaria, que merecen una visita durante su estancia en Cuba, pues recibirá una inolvidable conferencia de historia sin la dictadura de la pedagogía, apenas con las observación, la diversión, y el espíritu que levita en las paredes, las piedras, el litoral, y la contrastante combinación entre lo antiguo y lo moderno, mientras la vida bulle en el cercano paseo marítimo.
Torreón de la Chorrera, escenario de sucesos deportivos
La relevancia del Torreón de La Chorrera se evidenció el 18 de marzo de 2017, cuando se celebró en La Habana la primera edición de la regata homónima. En el evento participaron 14 embarcaciones, a dos vueltas entre el Castillo del Morro y el célebre torreón como protagonista. Indudablemente un escenario único para una visita memorable.