De Trinidad a La Boca, un poblado entre montañas, mar y río

De Trinidad a La Boca, un poblado entre montañas, mar y río

Trinidad es una ciudad que atrae por los siglos de conservación. Muchos llegan hasta ella para conocer de cerca hábitos y costumbres de épocas coloniales, pero también para recrearse en sus hermosas aguas marinas. Sin embargo, pocos se percatan de que, justo antes de llegar a la ribera cubierta de numerosas playas, un pequeño pueblo costero resguarda la cotidianeidad de sus habitantes entre montañas, ríos y mares.

Conociendo La Boca

Es una localidad perteneciente a Trinidad; ambas separadas por casi 7 kilómetros de distancia. Es un pueblo apacible, encantador y sencillo. Siempre que viajo a la vetusta ciudad detenida en el tiempo, le dedico algunos días. Me gusta por la tranquilidad que se vive en sus cortas y estrechas calles, sobre todo aquella que bordea cada una de sus playitas.

Los locales no sobrepasan los 400, pero La Boca es fundamentalmente un poblado de paso. En los meses de verano, julio y agosto, es invadido por una oleada de visitantes que viajan desde otros poblados, incluso de provincias aledañas para hospedarse en casas rentadas. Durante ese período es un hervidero, lleno de personas que van de un lado a otro, mientras las playas acogen a miles de bañistas que se alojan por esos días.

Pero también recibe a otros cientos que, en viaje de ida y regreso, optan por disfrutar al menos de una jornada playera. Y así, se anima el ambiente en La Boca donde pequeños negocios gastronómicos que pretenden satisfacer las exigencias de quienes gustan del sol y el mar en la costa sur del centro de Cuba.

Sin embargo, yo prefiero el resto de los meses, esos en los que la calma y el deambular de sus vecinos hacen el día a día del lugar. Es entonces cuando camino por la Avenida del Mar, serpenteando sus numerosas «playitas» y adentrándome en las aguas de cada una para saber cuál es, exactamente, la diferencia entre ellas.

Me fascina, en las tardes, sentarme en los bancos que enfrentan la anchura del mar para extasiarme con las puestas de sol y las tonalidades que, a cada instante, dan color al cielo. Y es que en Cuba, los ocasos se diferencian entre sí: acompañados por el mar, las montañas o un extenso valle siempre sorprenden gracias a algún detalle natural, de esos que tanto abundan en la isla.

Sigo viaje y gracias a la brisa llego hasta el Ranchón de La Boca, una especie de homenaje a la arquitectura típica de los campos cubanos. Una cerveza cubana, bien fría, y regreso al banco que acompaña mis contemplaciones. Pero en esta ocasión el regreso tiene un motivo diferente: espero a Martín, un amigo pescador, dueño de la casa donde me hospedo. En este viaje me voy de pesca con él y sus amigos, una experiencia que podría ser única en mi vida.

Preparándonos para ir de pesca

«Cayendo la tarde», como reza un bolero del cubano Manuel Corona, todos nos alistamos para la partida. Hay buen tiempo y todavía discuten en qué embarcación podríamos hacer mejor la travesía. Revisan las carnadas, los carretes, las varas… En Cuba la pesca es más que pasión para sus practicantes. En la mayoría de los casos la convierten en el centro de su vida. Ciertamente la experiencia es precaria, pero muy disfrutada.

Sus embarcaciones son pequeñas, marcadas por los años y el daño del salitre que deja marcas que no siempre pueden borrarse con pocos recursos. Los más humildes suben a una cámara de camión, la misma que en otros tiempos fue protegida por una «goma», como le suelen llamar a los neumáticos en Cuba. Ya sean remozadas o austeras, cualquier embarcación en La Boca resulta alegre, repleta de anécdotas y reflexiones que agrupan a quienes gustan de escuchar una buena historia mientras se espera la picada de algún pez.

En La Boca la pesca puede hacerse en cualquier horario del día, aunque la mayoría prefiere las noches. Más tranquilidad, menos ruido y por el día se trabaja en otras labores, son algunos de los argumentos más comunes cuando les preguntas el porqué del horario.

Dicen también que en las noches las luces del pueblo le dan un aspecto idílico al viaje; así que tengo suficientes motivos para sumarme al paseo.

Aguas adentro

Nuestro grupo tenía 6 miembros, contando con mi presencia. La embarcación es fuerte, bien equipada, pero nunca salen sin reserva: alimentos, medicinas, agua, etc., «por si las moscas», como dice otra frase célebre cubana.

Nos acompañaba una botella de ron Yayabo, una bebida oriunda de la zona que rememora al emblemático puente de la ciudad de Sancti Spíritus. Luego del primer brindis y del folklórico «bautizo», propio del sincretismo religioso que viven los cubanos, partimos buscando un premio proveniente del mar.

Los cubanos pescan con «vara» (caña) o directamente con el carrete en el que se enrolla la pita de pesca. La espera trajo un sinnúmero de historias, sucesos y hasta mitos que una vez escucharon de sus abuelos y que encuentran eco en las montañas que ladean a La Boca. «Güijes», «aparecidos», «el niño del diente largo», «el hacha que corta a medianoche en el monte» y muchas otras brotaron como los manantiales que dan vida a los ríos que desembocan en el poblado.

El primer pez había caído: un pargo que rápidamente fue aderezado con sal y limón para ser convertido en un suculento ceviche hecho por ellos mismos. Poco más de una hora bastó y ya estaba probando las bondades del mar en el centro de Cuba. El golpear del oleaje contra el barco y el vaivén de la embarcación me recordaba las tradicionales mecedoras que, en Trinidad, son usadas para el descanso, y de paso, ventilarse ante el exceso de calor.

La noche era fresca y por doquier las frágiles luces de otras embarcaciones nos hacían sentir acompañados. Y es que no solo es deporte y entretenimiento, la pesca en La Boca es un medio de subsistencia para muchos de sus pobladores.

El encuentro en el punto de venta

Un joven cruza a nado la desembocadura del río Guanayara, mientras las pequeñas embarcaciones se acercan al punto de venta de pescado fresco. Este es un sitio de encuentro para los pescadores que intentan comerciar lo conseguido en la noche. Allí se pesan, se comparan y hasta se presume quién tuvo una mejor captura.

Es un lugar muy pintoresco que muestra peculiaridades, jerga y costumbres de los sencillos hombres de mar. Muy cercano a la primera playita sirve, además, como fondeadero para las embarcaciones del lugar.

El premio final

Nuestra pesca no fue abundante, pero sí provechosa; sobre todo para mí que probaré, por vez primera, la guasa. «Epinephelus itajara» dicen que es su nombre científico, pero en La Boca todos le llaman guasa. Cuando alguien logra pescarla, los demás se reúnen para contemplar sus cientos de libras. Es un pescado vigoroso, de boca grande, para nada hermoso aunque despierta los celos de muchos y no debe ser por gusto. Martín me dice que hoy la probaremos empanizada con una receta tradicional que aprendió de su madre y que acompañaremos de una cerveza cubana «a punto de partirse» (muy fría) y unos crujientes boniatos fritos.

Y es entonces que, imaginando lo que debía ser un manjar de dioses, veo al muchacho que regresa a nado desde la otra orilla; esa que comienza donde las montañas trinitarias casi dan la bienvenida a quienes prefieran el descanso y la tranquilidad de un auténtico poblado como La Boca.

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