¿Qué tal si les dijera que los mejores puros habanos premium del mundo están embebidos en cultura e información?
Así es. Este ingrediente exclusivo, bien podría ser el argumento adicional para los precios de venta que exhiben en tiendas y casas especializadas. Entre tripas y capas de la aromática y codiciada hoja torcida, ha llovido literatura cubana y universal, han impactado noticias de última hora y algún que otro panfleto educativo. El ambiente y las manos expertas que le dan forma definitiva, respiran ilustración.
A estas alturas, las «Lecturas de Tabaquería» conforman una tradición bien posicionada y gratificante para los artesanos de los famosos Cohíba, Romeo y Julieta, Vegas Robaina, Partagás, Montecristo, Hoyo de Monterrey y otros. Más de siglo y medio de práctica extendida e ininterrumpida dentro del gremio, le han valido para merecer el título de Patrimonio Cultural de la Nación, y aún aspiran a mayores reconocimientos internacionales.
Herencia del siglo XIX
Lógicamente, desde su designación patrimonial en el 2012, se ha vuelto a suscitar el interés y la atención en los valores y la historia de una tradición que comenzó en el año 1865. Por esa época, eran numerosas las críticas y señalamientos de intelectuales progresistas y humanistas sobre la conveniencia de amenizar una actividad larga y extremadamente monótona, que además de habilidades entrenadas exigía largos periodos de concentración para asegurar la calidad del producto.
En ese mismo sentido, confluía la necesidad de aprovechar el tiempo en cultivar el intelecto de los tabaqueros, que en su mayoría eran analfabetos, y no valían más que para la tediosa faena casi en esclavitud, dentro de un negocio que comenzaba a ser muy lucrativo.
Se dice que la primera idea pública al respecto surgió del joven letrado Jacinto Salas y Quiroga después de un viaje por la Cuba, proveniente de La Coruña.
«Y entonces se me ocurrió a mí que nada más fácil habría, que emplear aquellas horas en ventaja de la educación moral de aquellos infelices seres. El mismo que sin cesar los vigila podrá leer en voz alta algún libro (…) y al mismo tiempo que templase el fastidio de aquellos desgraciados, les instruirían de alguna cosa que aliviase su miseria…»
Los primeros experimentos de implementación se realizaron con presos cigarreros en el Arsenal del Apostadero de La Habana. Entonces, según los anales históricos, el ejemplo se reprodujo en la cercana villa de Bejucal, en 1864, y de allí pasó oficial y regularmente a la fábrica habanera «El Fígaro”, con impulso del liberal Nicolás Azcárate.
Al año siguiente se llevó a las galeras, «salones de torcido», de Jaime Partagás y poco a poco al resto de sus similares. Indeteniblemente, aquella práctica se propagó hacia otras geografías, asociada a los tabaqueros emigrantes, principalmente en el sur de Florida. El sabio cubano Don Fernando Ortiz, aseguró a través de sus investigaciones que la primera lectura de tabaquería en La Habana fue del libro titulado «Las luchas del siglo”.
El lector de tabaquería
En sus inicios, algunos de los propios encargados y trabajadores privilegiados con la capacidad de saber leer, ejecutaban la tarea. Posteriormente surgió la figura del lector de tabaquería. A través del tiempo, muchos de ellos fueron vetados o suspendidos por la elección de sus materiales, la proyección sindicalista o sediciosa, en contra de los intereses de las autoridades políticas de turno.
Por un tortuoso camino, la elección de ese acompañante para el trabajador y artesano de la hoja ha desembocado en un concurso de oposición. Generalmente se convoca a varios aspirantes para que pasen un periodo de prueba, ante la audiencia en plena labor. Por votación eligen al más grato y profesional, según el criterio mayoritario, teniendo en cuenta la dicción, potencia, claridad de la voz, entonación, encanto, histrionismo y estilo. En locales chicos la lectura se realiza a viva voz, mientras que en los más amplios se utilizan equipos de audio.
Horarios y temas de lectura
Aunque los detalles difieren entre establecimientos debido a la voluntad de los torcedores, el convenio con la administración, la cantidad e importancia de la información disponible, se marcan tres momentos principales para la lectura. En horario matutino, se establecen dos sesiones: quince minutos entre las 8:15 y las 8:30, y media hora entre las 10:00 y las 10:30. En estos dos momentos se imponen las noticias nacionales e internacionales extraídas de los periódicos y otros materiales afines.
Después, en horario vespertino, entre las 13:30 y las 14:00 horas llega la maratón literaria. Durante treinta minutos, novelas y cuentos se apropian de la atmósfera y se superponen transitoriamente al fuerte aroma del tabaco curado. Para seleccionar las obras, se aplica una encuesta de opciones múltiples enriquecidas con las sinopsis correspondientes. Se ha comprobado que prefieren las novelas policiales, las biografías de grandes personalidades, los poemarios, temas sobre la sicología y la familia, consejos sobre sexualidad y medicina verde, alternativa.
Cuando los oyentes están de acuerdo con alguna propuesta o quedan especialmente satisfechos con lo que escuchan, golpean a coro sus filosas «chavetas», instrumento de corte, contra el tablero, mesa de trabajo, en señal de aprobación. El ruido es atronador, pues la plantilla puede ir desde unas decenas de empleados, hasta varios cientos.
Llama la atención que en una era eminentemente tecnológica los tabaqueros experimenten, y en algunos casos prefieran, la calidez directa de la fonética humana antes que un aparato de reproducción digital. Definitivamente, este gremio centenario, patriótico y casi misterioso, cultiva una tradición que llegó para quedarse y que perdurará por siglos. Quizás nos sirva para apreciar un poco más cada bocanada de humo, mezclado con humilde pero sólida cultura.
Tabaco, sociedad y patrimonio
De acuerdo con el documento acreditativo como Patrimonio Cultural de la Nación, las «Lecturas de Tabaquería» conforman una muestra del diálogo cultural permanente entre los obreros de la industria tabacalera y la sociedad que los circunda, reconocidas como una importante expresión del patrimonio cultural inmaterial de Cuba, con la esperanza de convertirse algún día en Patrimonio Intangible de la Humanidad.
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