Sin duda alguna, las raíces africanas han marcado con su huella indeleble la música popular cubana. Su vertiente popular ha bebido estable e incesantemente de la fuente negra de regiones, herramientas y prácticas lúdicas o religiosas.
Los esclavos arrancados de su tierra natal, llevaron consigo la musicalidad y la religión como elementos imprescindibles para soportar con aliento inquebrantable el acto criminal del secuestro y la vejación. Demostraron una fortaleza sin igual y lograron sobrevivir a ese holocausto muy particular. Dicen que desde los campos de caña de azúcar y las plantaciones de café se escuchaban los coros lastimeros, y durante los pocos días de fiesta se divertían tanto que parecía un ejercicio de exorcismo.
Para la posteridad debieron transmitir un sólido acervo oral, conservando todo o parte de sus idiomas, sus referentes mitológicos y avivar así la innovación incesante para sacar melodías acompañantes a sus herramientas de trabajo. El resto iba por dentro. Era y es su patrimonio espiritual. Debieron mezclar sus dioses, su raza y sus palabras para imponerse en un contexto extremadamente adverso.
Sociedad adentro
A pesar de todo, parece que el sacrificio rindió frutos sin parangón en la historia cultural del mundo y Cuba es uno de los mejores ejemplos para ilustrar este proceso. Según las crónicas, los pardos y morenos libres eran mayoría en la población general y entre los músicos de profesión. Se les daba muy fácil. La relación entre la significación social de sus propuestas y la resonancia humana, fue casi perfecta.
La rítmica, las melodías pegajosas, las letras atrevidas y pregoneras, el imaginario mágico-religioso, la alegría, energía, erotismo, emociones y virilidad de cantos y movimientos llamando a interminables festejos de liberación física y mental, se contrapusieron a la actitud rígida y puritana imperante en la sociedad post esclavista, y la minaron para siempre.
Los aportes a la danza, la contradanza, el danzón, el son y la salsa, la conga, y posteriormente el complejo de la rumba, son ejemplos evidentes de este fenómeno. Pero incluso más allá de estos, realmente han permeado cuanto género se cante o baile en Cuba sin importar su origen.
En tanto, el acompañamiento de la percusión como protagonista en las agrupaciones, fue un paso decisivo para el posicionamiento de su folclor, a raíz de los tambores batá y sus similares. Este instrumento, mensajero de los dioses y encarnación de los antepasados en los toques rituales, transformó la sonoridad imperante en la música creada en Cuba. También surgidos en África o adquiridos en su beneficio, proliferaron el chequeré, la marímbula, las maracas y el cencerro, por ejemplo.
Temáticas y cultores
Las temáticas relacionadas con la impronta africana son variadas y se han extendido a todos los géneros de la música popular cubana, debido a una apertura cultural y religiosa sin precedentes en la población y especialmente entre los músicos.
Históricamente, las canciones han hablado del culto a dioses y santos, sus descripciones, ámbitos de acción, alabanzas, atributos, fuerza, valores y epopeyas. Pero en las últimas décadas, se les da un tratamiento más cercano y personalizado de presencia y agradecimiento, de participación en la vida cotidiana, junto a sus creyentes, que hace mucho tiempo dejaron de ser únicamente negros.
En la música propiamente folclórica se han destacado las voces de Merceditas Valdés, “La pequeña aché”, Lázaro Ross, “Míster Babalú”, el grupo Síntesis con su serie discográfica Ancestros, entre otros.
El “Bárbaro del ritmo”, el sonero Benny Moré, compuso y dedicó muchas canciones a la religión que profesaba, como Dolor carabalí, El brujo de Trinidad y Siguaraya, ese árbol que “Sin permiso, no se pue´ tumbar”.
Igualmente, la mítica reina de la música campesina, Celina González, interpretó infatigablemente aquellos versos que la hicieron doblemente famosa: “Santa Bárbara bendita, para ti surge mi lira… ¡Qué viva Changó! ¡Qué viva Changó, señores!”.
Un joven blanco (al igual que Celina) y cultor contemporáneo de la trova como Adrián Berazaín, dedica un tema a la deidad Oshún, y Elio Revé Jr junto a su Charangón, expresa todo lo que siente por Yemayá, en una composición muy aceptada y bailada hasta el cansancio por su pueblo.
Pero sin lugar a dudas, la canción que marca un antes y un después en la historia musical cubana para el relanzamiento del amplio acápite de las religiones africanas hacia el imaginario colectivo y que influyó en toda una generación de bailadores, fue ¿Qué tú quieres que te den?, de Adalberto Álvarez y su Son, con un extenso recorrido por las deidades, el sincretismo y la actitud sospechosa de algunos practicantes.
“Desde el África vinieron y entre nosotros quedaron, todos aquellos guerreros que a mi cultura pasaron… Obatalá, Las Mercedes; Oshún es la Caridad… Por eso, pídele a tu santo, pídele a tu santo… Voy a pedir pa´ ti (por si acaso), lo mismo que tú pa´ mí…”. En ella se resume la visión actualizada de un país caribeño que no renuncia a sus raíces, después de varios siglos de transculturación.
Una sólida influencia africana
Las celebraciones y ritos mágico-religiosos de los abakuás, bantúes y yorubas que se asentaron en Cuba tras un largo periodo de esclavitud, han influido sólida y definitivamente en la manera de crear y ejecutar la música popular cubana, incluso en el modo de disfrutarla.