Hay que comenzar con los poetas. Los poetas distinguen o vislumbran de una forma peculiar. Si quiere conocer la opinión sobre una imagen, una ciudad, un hecho, consulte a los poetas, pues ellos, sin dudas, escudriñan la realidad de una forma diferente.
Pretendo acercarle a La Habana de poetas y novelistas que la conocieron y quedaron prendados. A ella dedicaron hermosas ideas y la vivieron intensamente desde su literatura. Conozcamos de sus pasiones por esa maravillosa urbe que no teme decir su edad.
La Habana de Federico García Lorca
Comencemos entonces con Federico García Lorca. Se encontraba en New York en 1929 y allí, en medio de aquellos rascacielos, se siente como preso y viaja a La Habana. Su primera reacción es digna de ser anotada por cualquier viajero que sueñe visitar a Cuba. Lorca quedó deslumbrado:
“Pero ¿qué es esto? ¿Otra vez España? ¿Otra vez la Andalucía mundial? Es el amarillo de Cádiz con un grado más, el rosa de Sevilla tirando a carmín y el verde de Granada con una leve fosforescencia de pez… La Habana surge entre cañaverales y ruidos de maracas, cometas divinas y marimbos… Y surgen los negros con los ritmos que yo descubro típicos del gran pueblo andaluz, negritos sin drama que ponen los ojos en blanco y dice nosotros somos latinos”.
La Habana de Lorca es La Habana de hoy, pero digo más: la de hoy es aún más fascinante y la razón es sencilla: hace casi un siglo de la visita del poeta español y prácticamente es aquella misma ciudad: sus colores, lo racial, la música, el baile… Es como si el tiempo no hubiese pasado sobre la mayor isla del Caribe.
Nunca más Lorca olvidaría La Habana, tanto fue así que, en 1933, dijo en Buenos Aires:
“De Nueva York me fui a La Habana… ¡Qué maravilloso! Cuando me encontré frente al Morro, sentí una gran emoción y una alegría tan grande que tiré los guantes y la gabardina al suelo…”
García Lorca llegó a La Habana el viernes 7 de marzo. Se alojó en el hotel La Unión, situado en la calle Cuba número 55, esquina Amargura. Debe anotar esa dirección porque sería conveniente que caminara las mismas calles que produjeron tanto asombro en el poeta español. Hoy, todavía, provocan la misma fascinación.
Y de las cubanas, que son todavía aquellas cubanas que descubrió, dijo:
“Esta isla tiene más belleza femenina de tipo original, debido a las gotas de sangre negra que llevan todos los cubanos. Y cuanto más negro, mejor. La mulata es la mujer superior aquí en belleza y en distinción y en delicadeza”.
Y quizás porque yo al decir que hoy las habaneras son las mismas de Lorca. No lo son. Digamos que ahora son todavía más hermosas. El mestizaje ha crecido y las cubanas, lo atestigua una y otra vez quien allí viaje, son de una belleza singular: es el trópico, aseguran algunos, es el mestizaje, aseguran otros.
“La otra España”, aquella canción interpretada por Mocedades, es un texto de 1975 dedicado a los emigrantes españoles en América. Lo sé. Quizás en la mente de su autor pudo estar Bogotá o Caracas, Buenos Aires o Montevideo… Tal vez, por ser un himno, estén las mezclas de todas esas capitales.
Pero, después de leer los asombros del gran poeta español al encontrarse con La Habana, no podemos pensar otra cosa que en la incomparable y seductora capital cubana. “Tú eres la otra España, la que huele a caña, tabaco y brea. Eres la perezosa, la de piel dorada, la marinera”.
Gabriela Mistral: la chilena inolvidable
Lucila Godoy Alcayaga, no es otra que Gabriela Mistral. Ella vivió en Cuba días felices; estaba enamorada de La Habana, de los escritores de ese país, y por qué no: de los habaneros.
Una nota de por aquellos días, en uno de los periódicos habaneros, decía:
“Los pocos días que Gabriela Mistral pasó entre nosotros fueron, para los círculos intelectuales habaneros, de constante movimiento. La personalidad insigne de la poetisa despertó el más caluroso de los entusiasmos, y desde el momento de su arribo hasta que se embarcó para México, fue espléndidamente agasajada por nuestra sociedad, por los poetas y periodistas, y esencialmente por el elemento intelectual femenino, que siempre ha visto en ella a uno de los más radiosos faros del pensamiento de América y un orgullo de su sexo”.
Gabriela Mistral vivía fascinada por La Habana, por sus calles, por la intensidad de su Malecón, y por eso recorría asiduamente las calles habaneras. Amaba las lecturas de sus poetas y la música que podía encontrar en cada esquina. Amaba ese aire seductor y bohemio que, según muchos, sólo se encuentra en La Habana.
Y es que muy cerca de sus 500, La Habana misma, continua marcando la obra no solo de sus artistas sino también de quienes se inspiran en su mágica existencia.
Dos novelistas para la gran ciudad
Rómulo Gallegos, el autor de esa inmensa novela que es Doña Bárbara, fue presidente de Venezuela. Los golpes de estado siempre se han hecho presentes en la historia, y al genial escritor los militares lo sacaron del poder. Cuentan que lo montaron en un avión y que transcurridos 15 o 20 minutos, el capitán de la nave se le acerca al novelista y le pregunta a dónde quería dirigirse:
“¿No ha recibido usted órdenes de llevarme a algún país determinado?”, respondió Rómulo Gallegos, sin esconder su asombro. “La orden, respondió el piloto, es la de llevarlo al lugar que usted escoja. Hay combustible suficiente. México, Estados Unidos, Cuba… usted dirá, Presidente”.
El trato reiterado de Presidente, título que había mantenido con dignidad frente al cuartelazo traidor, pareció devolverle todos sus atributos y con serenidad y satisfacción exclamó el novelista:
“¡A La Habana, por supuesto!”
O sea: La Habana es conocida desde siempre por sus preferencias, por sus particularidades y distinciones. Por eso, si ahora mismo prepara un viaje y duda entre una u otra ciudad, haga como Lorca o como Rómulo. Responda sin titubeos y e incluso con alegría:
¡A La Habana, por supuesto!
Hemingway: “La Habana me llena de jugos”
Ernest Hemingway tocó por vez primera la tierra cubana en abril de 1928. Venía de Francia. En Cuba disfrutó, como pocos autores, que se sepa, de las frutas cubanas. Es curioso cómo, entonces, para referirse a su impulso creativo, decía que “Cuba lo llenaba de jugos”.
Su novela “Tener y no tener», publicada en 1937, ocurre entre Cuba y Cayo Hueso. El texto comienza con una descripción de La Habana Vieja que para muchos puede ser todavía, La Habana de estos tiempos:
«Ya sabes cómo es La Habana por la mañana temprano, con los vagabundos que duermen todavía recostados a las paredes; aun antes de que los camiones de las neverías traigan el hielo a los bares. Bien, cruzamos la plazoleta que está frente al muelle y fuimos al café La Perla de San Francisco y había sólo un mendigo despierto en la plazoleta y estaba bebiendo agua de la fuente».
Su novela «Por quién doblan las campanas» fue escrita en su nueva residencia de San Francisco de Paula, en La Habana, o sea: que era cierto que La Habana “le llenaba de jugos”.
En «Islas en el Golfo» realiza una hermosa descripción «Del otro lado de la bahía –escribe–, vio la antigua iglesia amarilla y el desparramo de las casas de Regla, casas rosadas, verdes y amarillas… y detrás de todo ello, las colinas grises próximas a Cojímar».
Hemingway disfrutó La Habana. La eligió para vivir, para escribir, para deleitarse con sus tragos. Describió los olores de Cuba; el olor de la madera en las cajas de envase recién abiertas, el olor del café tostado y el olor a tabaco. Su gran espacio vital fue la Corriente del Golfo, que cruza frente a La Habana, donde tanto le gustaba pescar.
El amor de Hemingway por La Habana merece una especial y singular atención. Vivió, quizás como pocos, la intensidad de sus calles, de sus tabacos, de sus rones, de sus mares y del ambiente que la hace única e inigualable.
¡A La Habana, por supuesto!
O sea, que no hay otra forma posible. Si miramos a los escritores, que son los que indagan con detenimiento, digamos sin vacilación: ¡A La Habana! Si tiene previsto visitar o regresar a Cuba, ese es el destino. La hermosa capital cubana, será persistentemente como los buenos libros: siempre hay una relectura, siempre hay un redescubrimiento.