Después de poco más de un mes viviendo la zozobra, el martes 15 de marzo de 2016 los habaneros recobraron el aliento al presenciar la siembra de una ceiba joven y lista para crecer frondosa como habían sido sus antecesoras en las afueras del Templete, en el centro histórico de la ciudad.
Es que, según se dice, en ese preciso lugar nació la Villa de San Cristóbal de La Habana en 1519, cuando se mudó a la costa norte de la Isla, y allí se oficiaron la misa fundacional y el primer Cabildo (Asamblea normativa para dirigir y administrar la villa). En vísperas del 16 de noviembre de cada año, miles de lugareños, visitantes del resto del país y extranjeros, se acercan al árbol cargados de buena fe, sueños y esperanzas.
Al rayar las 12 de la noche y hasta bien entrada la madrugada, todos los presentes dan tres vueltas a la ceiba, deslizan monedas que viajan desde el tronco hasta las raíces a través de una plataforma de madera recién instalada, para evitar la compactación del suelo a su alrededor.
A continuación, y en silencio, expresan un deseo con fervor inusitado. Después, algunos se arrodillan, otros la besan, se persignan, la tocan con las palmas de las manos, con los nudillos, le hablan, le piden, pero siempre con una dinámica que permita avanzar con agilidad la extensa fila de peregrinos aglomerados por la promesa de ser parte de un suceso singular. Para transitar por esa experiencia, se mezclan ateos, religiosos y escépticos, con un denominador común: el respeto por la tradición cultural que mantienen con vida.
Vigilante ante la secuencia de escenas que se desarrollan a sus pies, en el antiguo jardín perimetral, el Templete acoge la ceremonia. Localizado en la calle Baratillo, entre O’Reilly y Enna, en el sector declarado como Patrimonio de la Humanidad en 1982, frente a la conocida Plaza de Armas, este pequeño mausoleo ha acompañado a las ceibas de turno desde 1828.
En un inicio, el Templete se concibió en honor a la reina Josefa Amalia de Sajonia, esposa de Fernando VII. En el interior del edificio, el primero construido con estilo arquitectónico neoclásico en La Habana, se custodian tres lienzos que evocan los primeros compases de la mayor y más importante colonia española en Las Antillas, y allí descansan junto a los restos de su autor, el artista francés que también fundó la Academia de Pintura San Alejandro, Jean Bautista Vermay.
La ceiba es un árbol imponente, hermoso y útil, con grandes dimensiones, venerado por diversos pueblos prehispánicos de América. Aunque la celebración tiene un origen católico, a ella se suman los practicantes de las religiones africanas pues ese árbol está considerado como el hogar sagrado de las deidades del panteón Yoruba.
Sin embargo, en su momento el célebre investigador y etnólogo cubano Don Fernando Ortiz dio un giro a la interpretación de este símbolo hacia un carácter histórico y cívico, al afirmar:
«Creemos que la ceiba del Templete fue el emblema de la municipalidad de la villa de La Habana y el más antiguo y permanente emblema de libertades ciudadanas que conservamos en Cuba.»
El nuevo ejemplar, con 15 años de edad y ocho metros de altura, fue transportado desde Las Terrazas, una comunidad eco sostenible ubicada a 70 kilómetros al oeste de La Habana y un destino turístico muy demandado por visitantes de todo el mundo. Para favorecer el crecimiento, vertieron 60 metros cúbicos de tierra fértil en la base. Los especialistas entrevistados por la prensa local, dijeron que es:
«…una planta saludable, con el fuste bastante formado y con varias raíces tabulares.»
Lo que le asegura un pleno desarrollo y larga vida.
El nueve de febrero de ese mismo año había sido cortado el viejo tronco, enfermo, maltratado por el tiempo y las alimañas, cuyo nacimiento se remontaba a 1960. Quizás murió agotado de tan pesada carga, de una responsabilidad que desgasta al más resistente: velar por los anhelos y ambiciones de muchos. Según los anales de la villa, la primera ceiba debió ser sustituida a mediados del siglo XVIII.