Guantánamo, tierra entre ríos

Guantánamo, tierra entre ríos

A quien diga que no hay nada que hacer en Guantánamo, respóndale que no es cierto. La ciudad tiene ofertas para todos, de corte más urbano o rural. Para aprovechar el tiempo y descansar, empecemos por la Casa de la Trova Victorino Rodríguez. Allí se encuentran las esencias de ritmos musicales muy criollos como el nengón o el changüí, y usted puede cantar o sencillamente tararear y moverse entre rones y guitarras, la versión más cubana de una guajira universal.

 

Por su parte, la plaza Mariana Grajales y su conjunto escultórico ofrecen la bienvenida a la ciudad y resulta un verdadero festín para el que se interese por la fotografía.

Calles de la ciudad de Guantanamo

Algunos viajeros prefieren hospedarse en casas particulares, alojamientos que abundan y se destacan por la calidad, confort, atención personalizada y buenos precios. Resulta, además, una excelente oportunidad para convivir con los guantanameros, muy de cerca, en sus espacios de vida cotidiana. En la modesta red de hoteles, se destaca el Castillo de la Villa, antigua fortaleza militar colonial devenida en agradable hospedaje.

Guantánamo, imperio de la naturaleza

Desde la propia urbe podemos elegir destino. En las primeras horas del día comienza la actividad por los ríos abundantes, relativamente cercanos a la ciudad, con paseos en cayuca, una embarcación típica de la región diseñada para cruzar los caudales más transparentes y vigorosos del país antillano. Si el río no le interesa, puede enfilar hacia un paraje bien raro, el único semidesierto cubano, ubicado en la franja Caimanera-Maisí. En ese lugar es donde menos llueve en toda la Isla, con una vegetación muy propia que forma un verdadero jardín botánico exótico y contrastante en su contexto.

Camion ZIL crusando el puente sobre el rio Duaba en Guantanamo

Toda una jornada, merecen los bosques lluviosos tropicales del Parque Nacional Alejandro de Humboldt, que abarca buena parte del territorio guantanamero y también de la vecina provincia de Holguín. Su alucinante belleza dista apenas unos pocos kilómetros del centro de la ciudad. Como en tiempos de su descubridor, el célebre científico alemán, continúa siendo uno de los ecosistemas en sistemas montañosos de mayor riqueza y endemismo del mundo.

Lechon asado en las calles guantanameras

Pero las sorpresas no terminan en este parque. Si de verdad ama la naturaleza, no puede perderse El Yunque. En una excursión de alrededor de cuatro horas previstas para escalar los 575 metros de altura de la montaña, hasta la aplanada cima. El esfuerzo durante la subida se alivia con una parada a mitad de camino donde un campesino lugareño ofrece una gran variedad de frutas a un precio muy económico (1 CUC, poco menos de 1 Euro), que ayudan a reponerse del esfuerzo y experimentar sabores exuberantes y endémicos de la región tropical.

Guantánamo, imperio de la naturaleza

Siempre puede haber algún peligro ligero en el ascenso que se transforma en aventura, debido a la verticalidad en ciertos tramos, al barro húmedo y ramas caídas, pero vale la pena disfrutar la sensación de tener a toda la naturaleza a nuestros pies. La vista que ofrece la cúspide del Yunque no podrá hallarla en otro lugar: el valle, la Bahía de Taco, la ciudad primada de Baracoa. Algunos aseguran que entrecorta el aliento, tanto como la subida misma. Lleve cámara en mano, protegida de la humedad ambiental, para poder registrar al menos un instante de divinidad. Al final, ayuda a refrescar un baño en el río Duaba, que corre alegre al pie de la montaña.

Poner el dedo en el mapa y echar a andar

Rotonda a la entrada de la ciudad de Guantanamo

En Guantánamo, a falta de tiempo para tantas opciones, a veces hay que elegir. ¿Vamos al zoológico de piedra, a Baracoa, a presenciar la tumba francesa, o a descubrir la herencia cafetera? Pende la promesa de un pronto regreso para conocer a fondo un zoológico sui géneris localizado en la zona de Yateras, las maravillas y el chocolate de la primera villa fundada en Cuba por el conquistador Diego Velázquez, y una manifestación artística declarada por la UNESCO como Obra Maestra del Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad, mientras decidimos emprender el camino hacia los cafetales.

Bicicletas y motos en las calles de Guantanamo

La conservada estancia de una finca cafetalera del siglo XVII cubano, se levanta en medio del lomerío. Para llegar, se utilizan viejos pero seguros y potentes camiones rusos de montaña con conductores expertos en esas rutas. El viaje termina en los mismísimos confines del bosque tropical, donde lo espera la casona señorial, lista para brindarle muchas variedades de café. Aquí, entre el canto de los pájaros y el viento marino que azota al cafetal, perdemos un poco la noción del tiempo. Es el corazón del monte que, además de su quietud, ofrece asiento confortable, refrigerios, elíxires producidos en la región oriental y una tienda de suvenires para agenciarse el recuerdo imperecedero.

Escena cotidiana en las calles de Guantanamo

El cafetal tiene la huella del esclavo y la ascendencia francesa de sus primeros dueños, emigrados de la cercana Haití en tiempos de revolución. Dicen que en las noches claras, desde lo alto, pueden verse las luces de Puerto Príncipe, apenas a 80 kilómetros de distancia sobre el Paso de los Vientos.

Entre montañas, aparece Guantánamo

Mural callejero en la ciudad de Guantanamo

La caprichosa topografía guantanamera ofrece excitantes desafíos para los amantes del senderismo. Con el 75 por ciento de su área inmersa en la serranía, es de los territorios más montañosos del país. Custodiados celosamente de la modernidad y el tiempo, hay rincones y secretos aún por explorar.

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