A sus pies la vida citadina, dinámica, abundante, para algunos surrealista, que pasa sin percatarse. Muchos esperan por un transporte público en la acera de enfrente; otros tratan de avizorar su futuro, sentados con una de las cartománticas que ya forman parte de la mística de los alrededores. Un señor en la esquina pregona su maní caliente, un par de niños pasa corriendo.
Todos están envueltos en el continuo rugir de los coches que transitan y la gente que vocifera. Casi nadie, en medio del ir y venir, se detiene un instante. Pocos saben, a ciencia cierta, que se hallan en el perímetro de una de las edificaciones más espléndidas que jamás se hayan construido en La Habana. Apenas un selecto grupo tiene, como usted, el privilegio de conocer a plenitud el Palacio de Aldama.
Aldama y su palacio
Corría el año 1844 en la capital de Cuba cuando fueron concluidas todas las obras del Palacio de Aldama, iniciadas cuatro años antes. Fue encargado por el hacendado vasco Don Domingo Aldama y Arrechaga. Del acaudalado ibérico radicado en la Isla, evidentemente, el palacio tomó su nombre. A cargo de la magnífica construcción estuvo el arquitecto e ingeniero dominicano Manuel José Carrera, muy reconocido en la época, quien siguiera las sugerencias del patricio e intelectual Domingo del Monte, yerno del dueño.
Se levantó en una zona bien concurrida de la ciudad, frente al antiguo Campo de Marte, hoy Parque de la Fraternidad Americana, en la manzana que ocupa la calle Amistad, entre las entonces llamadas calzada de la Reina y calle Estrella. El objetivo de su propietario era que fuese la residencia de sus hijos Miguel y Rosa Aldama, por lo que se edificaron dos casas. Ambas se comunicaban armónicamente por el interior, como si fuesen una sola pieza arquitectónica. Ambas poseían amplios aposentos, comedores, recibidores, oficinas, locales de servicio y grandes patios con fuentes y jardinería.
El monto total alcanzó el millón de pesos en oro, gran suma pagada con gusto con tal de superar en suntuosidad a cualquiera de las residencias existentes hasta el momento en ese país, al extremo de que es comparada con varias en París y Londres.
Características constructivas
Aldama es el más emblemático de los palacios de estilo neoclásico construidos en el siglo XIX y que aún persisten en Cuba. Incluso, para muchos es la obra arquitectónica más valiosa de las erigidas en La Habana por esos tiempos. Hecha con piedra de cantería, posee, casi escondidos, algunos elementos barrocos como las arcadas del porche exterior.
Se extiende por 56 metros sobre la calle Amistad. Resalta por su bella y sobria fachada, con alto puntal, grandes espacios y monumentales columnas de capiteles dóricos que alcanzan las dos primeras plantas del inmueble. Sus pórticos, el segundo piso apilastrado y coronado por cornisas clásicas de singular belleza, completan el extraordinario conjunto.
En el interior distinguen los techos, ornamentados con motivos clásicos, las finas pinturas, la delicadeza de los frisos, los trabajos de carpintería, realizados con cedro de los montes vírgenes de la Isla, las rejas de estilo imperial y la amplia presencia de mármoles de calidad con procedencias varias para componer los pisos, joyas de arte en sí mismos por la composición, colores y dibujos.
Entre todos los elementos descuellan las escaleras, fundamentalmente la principal, anchurosa y encantadora, con peldaños de bloques enterizos de mármol de Carrara que carecen de secciones externas de sostén, con lujosas barandas y adornos en bronce.
El palacio y sus historias
Casi desde su inauguración, el palacio se convirtió en un escenario importante para la vida social habanera, como sede de múltiples actividades de la aristocracia. Baste mencionar que el salón comedor había sido diseñado para albergar a más de cien personas en cada uno de sus glamorosos banquetes.
Pero a los sucesos culturales, la historia ha sumado otros menos agradables que hicieron famosa a la mansión en la etapa colonial. Durante la noche del 24 de enero de 1869, con la familia fuera, el Cuerpo de Voluntarios españoles saqueó la residencia y destruyó varios de sus preciosos bienes, a raíz de la declarada simpatía de Miguel Aldama con la causa independentista cubana.
A partir de ese momento inició un largo proceso que culminó con la confiscación del patrimonio de Domingo Aldama, quien murió poco después fuera del país. Años más tarde, luego de que el gobierno español se hubiese adjudicado el inmueble, se le restituyó a los propietarios originales; pero nunca más, ni ellos ni otra familia, lo ocuparían como vivienda permanente. En su lugar, la residencia pasó a nuevos dueños, cumplió diversos roles y se le realizaron algunas modificaciones.
Nuevas funciones sociales
Primero fue la fábrica de tabacos y cigarros «La Corona» en 1889; luego, sede de la sociedad inglesa «The Havana Cigar and Tobacco Factories Limited» en 1898; el Banco Hipotecario Mendoza, oficinas, comercios y una cafetería para 1947. Después de 1959 acogió la Academia de Ciencias, a los institutos de Etnología y Folklore, y el de Historia de Cuba, que lo ocupa en la actualidad.
Cada uno de los ocupantes ha tratado de adaptarlo a las nuevas funciones. De este modo y bajo protestas populares, se le añadió a fines del siglo XIX una tercera y nueva planta que respetó el estilo constructivo, aunque nunca con la misma majestuosidad. Se unieron las dos casas en una; más adelante se pelaron los muros para mostrar la sillería, tal como se había hecho con otras importantes edificaciones de La Habana colonial, entre otras intervenciones.
Incluso, en un pasaje de su historia pudo ser demolido, lo que generó un gran revuelo y la movilización de personas e instituciones que, luego de perseverantes intentos, lograron que se le declarara Monumento Nacional en el año 1949 y se realizaran las gestiones necesarias para que llegara a nuestros días con suficiente esplendor.
Palacio de Aldama, cumbre de belleza
Según expertos, el Palacio de Aldama es el máximo exponente del estilo neoclásico en Cuba, tal como sucede con el de los Capitanes Generales, que culmina el estilo barroco en la Isla. Ambos fueron llamados por el célebre historiador Emilio Roig como «dos cumbres de belleza».