Cercano a la bahía de La Habana y al túnel que la atraviesa, en el No. 1 de la calle Refugio, se levanta uno de los edificios más bellos de esa ciudad. Vemos un tesoro rodeado de vegetación desde que nos acercamos por la explanada del Parque 13 de Marzo, donde hay una magnífica y reciente estatua ecuestre de José Martí. La construcción persiste colmada de historias fascinantes y alberga desde hace varias décadas al Museo de la Revolución.
Lo primero que distingue desde la distancia es la majestuosa cúpula, recubierta con piezas de cerámica vidriada, de notables valores arquitectónicos, artísticos y patrimoniales. Asomada unos cuantos metros sobre el inmueble, en el momento de su construcción figuraba entre las más altas de la urbe, y se dice que fue un ensayo para erigir después la del Capitolio Nacional.
Poco a poco, ante nuestra mirada se descubre la estructura misma, levantada en sillares de piedra blanca tallada, una imagen que encanta por su eclecticismo. Allí se mezclan evidentes toques hispanos y neoclásicos, en un armonioso conjunto que atrae la atención, incluso, del más distraído.
Palacio Presidencial
Antes de declararse Museo de la Revolución, en esa joya de piedra radicaba el Palacio Presidencial de la República. Fue proyectado por los arquitectos Rodolfo Maruri y Paul Belau, y construida por la General Contracting Company. El costo total rebasó el millón y medio de pesos, una exageración para la época. La idea fue crear una nueva sede para el Gobierno Provincial; sin embargo, la Primera Dama del momento, Mariana Seva, esposa del entonces presidente Mario García Menocal, quedó encantada con su lujo, prestancia y privilegiada posición, lo que fue suficiente para que después de algunas gestiones se instalara allí el Palacio Presidencial.
Desde 1920, fecha en que se inauguró oficialmente y hasta 1958, fungió como residencia para 21 gobernantes de Cuba, iniciando por Menocal y concluyendo con Fulgencio Batista.
En la planta baja del palacio se alojaban la planta eléctrica, la central telefónica, algunas oficinas auxiliares y hasta una caballeriza. En el primer nivel se diseñaron los espacios oficiales más importantes, el segundo se dedicó a la residencia señorial y, el superior, a la guarnición responsable de la seguridad.
Palacio adentro
Los arcos y columnatas invitan a pasar. Una breve escalinata separa el pórtico del interior del edificio. Inmediatamente, nos asalta la certeza de que estamos en un sitio especial, sin dudas. Frente a nosotros se extiende la amplia escalera, que se abre en dos brazos que conducen a la primera planta. Al igual que todo el piso, los escalones están revestidos de mármol de Carrara. Justo entonces divisamos los bustos de Martí, Juárez, Bolívar y Lincoln, custodiando los costados.
La vista inmediatamente busca el cielo, como impulsada por algún oculto magnetismo, y descubrimos la cúpula por dentro, magnífica, impresionante. El escudo de la nación antillana sirve de motivo decorativo sobre un fondo azul que contrasta con el blanco de las paredes. Tiene pechinas con láminas de oro de dieciocho quilates y a medida que la vista baja nos sorprenden los frescos, en su mayoría referidos a pasajes históricos y personajes criollos, como la obra del pintor cubano Armando Menocal donde muestra la «Victoria de las Tunas» en el siglo XIX.
Destacan de inmediato las lámparas que penden del techo o adornan las paredes en todo el recorrido, imitando candelabros. Al igual que el resto de la decoración, estas fueron instaladas por la compañía Tiffany Studio.
Arte y artistas en el palacio
En el segundo nivel hallamos el Salón Dorado, otrora empleado como comedor, que ostenta frescos del célebre artista Leopoldo Romañach. Además, hay una pequeña y bella capilla y, particularmente, el Salón de los Espejos, amplio y decorado recinto donde actualmente se efectúan actos oficiales. Fue diseñado a imitación del existente en el Palacio de Versalles.
Como su nombre lo indica, posee varios espejos de grandes dimensiones, que provocan el efecto de engrandecer la habitación. Lo distinguen la monumental escena del techo, llamada «La Glorificación de la Patria», un trabajo del ya mencionado Menocal. Igualmente aparecen otras pinturas y adornos en dorado, donde el gorro frigio del escudo nacional tiene un lugar especial. A continuación, buscamos el despacho presidencial y el salón donde radicó el Consejo de Ministros, espacios que mantienen su aspecto original.
El museo también exhibe otras pinturas, decorados y esculturas de distinguidos maestros cubanos de inicios del siglo XX. Y para traernos a la actualidad artística, confrontamos una gran pieza colectiva en acrílico y carbón sobre lino, madera y bronce titulada «Arca de la Libertad», con expresas referencias políticas al periodo revolucionario, desde la llegada de los expedicionarios del yate Granma para la contienda guerrillera hasta nuestros días.
De palacio a museo
Se dice que tras el cambio de poderes en 1959, el palacio se mantuvo como sede de la presidencia y del Consejo de Ministros hasta 1965. Para 1974 cambió sus funciones y se convirtió en Museo de la Revolución, institución creada 15 años antes en el Castillo de la Punta y trasladada hasta entonces hacia las instalaciones de la Plaza de la Revolución.
La base de la colección estuvo compuesta por objetos que recuperó y coleccionó la guerrillera Celia Sánchez desde la Sierra Maestra y que, con el paso de los años, se incrementó ostensiblemente. Como resultado, la muestra permanente de hoy exhibe unas 700 piezas en 30 salas expositivas y acuden a sus predios 300 mil visitantes anuales, como promedio. Entre los objetos considerados «especiales», atesoran una boina del Che y un sombrero del también Comandante Camilo Cienfuegos, además de algunas pertenencias de Fidel Castro.
En el museo se puede recorrer gran parte de la historia de Cuba desde 1492, con la llegada de los españoles, hasta 1990, en una cronología que lleva por la «Etapa Colonial», la «República Neocolonial», la «Guerra de Liberación Nacional» y la «Historia de la Revolución».
El palacio en sí mismo gana valor como museo, pues fue escenario del asalto de un grupo de jóvenes contra el entonces presidente Fulgencio Batista, el 13 de marzo de 1957. En los muros exteriores y sobre todo en el patio central, persisten más de 300 marcas del impacto de los proyectiles.
En 1976, por su parte, crearon uno de los sitios más visitados del recinto, el Memorial Granma, como dependencia anexa. Allí encontramos una réplica a tamaño natural del barco que transportara desde México a Fidel Castro y sus 81 seguidores en 1956; así como vehículos, aviones, una lancha de desembarco, los restos de un bombardero y la base de un lanzacohetes, con gran significación para la historia de ese país. En 2010 fue declarado Monumento Nacional.
El Museo de la Revolución cubana está abierto al público todos los días entre las 10:00 de la mañana y las 4:00 de la tarde. El precio de la entrada es de 8.00 CUC (aproximadamente 7.15 Euros) y 2.00 CUC (menos de 2.00 Euros) adicionales, si prefiere el servicio de guía. En el interior cuenta con varios puntos de venta de productos artesanales, libros y otros suvenires de la institución y de Cuba.
Afuera, el museo comienza y continúa
Algunos restos de la muralla que rodeaba a La Habana durante la época colonial y el tanque utilizado por Fidel Castro durante los sucesos de Bahía de Cochinos, presiden la entrada al museo. A un costado, la Iglesia del Santo Ángel que recuerda una de las grandes obras literarias cubanas y, en derredor, el museo al aire libre que resulta la Habana Vieja en toda su extensión.