Comienza con el viaje, desde el sitio de su hospedaje, hasta llegar al Emboque de la Luz, el muelle donde podrá embarcarse en ese pequeño recorrido hacia el otro lado de la bahía de La Habana. Desde allí zarpan dos pequeñas lanchas hacia puntos diversos de la ciudad: uno hacia el municipio de Regla, otro interesante motivo para echarse a la mar, y el segundo hacia el poblado de Casablanca, nuestro objetivo de hoy. Asegúrese de llevar su cámara, agua para beber y zapatos cómodos porque el viaje lo amerita.
Listos para la aventura
Debe saber que entre una embarcación y otra transcurren 30 minutos, tiempo más que suficiente para recorrer los alrededores de esta suerte de terminal, aunque no debe alejarse demasiado porque pierde la salida. En las afueras divisará la Alameda de Paula, un paseo que en tiempos de la colonia era muy frecuentado por los habitantes de la ciudad, en ese entonces protegida por la muralla. Justo al lado del embarcadero está el puente flotante donde obtendrá interesantes imágenes de esa porción de La Habana.
A poco más de una cuadra hallará el Museo del Ron, ideal para que lo visite, no solo para acercarse a interesantes informaciones relacionadas con esa demandada bebida sino para disfrutar de excelentes tragos preparados con rones cubanos. Pero esa experiencia la dejaremos para nuestro regreso del viaje, claro está. Ahora nos vamos que la lancha nos espera.
A bordo de La Lanchita…
Su precio es módico. Para los cubanos es solo 20 centavos de su moneda nacional; así que si les ofrece una moneda de 5 centavos CUC será más que suficiente. El viaje es corto, no excede los 10 minutos pero le sugiero que se asegure una plaza cerca de las ventanas y puertas y así podrá hacer numerosas fotografías. De un lado tendrá vista hacia la Avenida del Puerto con impresionantes construcciones como la Iglesia Ortodoxa, la Lonja del Comercio y la hermosa y antiquísima Casa Pedroso, con sus contrastantes colores amarillos y azul que tanto la favorecen en medio de ese entorno. Para fotografiarlo mejor deberá hacer el viaje en la mañana, momento en que el sol ilumina esa parte del Centro Histórico habanero.
Del otro lado, observará las laderas que le indican la cercanía a Casablanca y el sitio donde descansan los pequeños botes que cada día llevan a sus dueños hacia la pesca. Este modesto lugar es idóneo para tomar imágenes más realistas, pero donde los contrastes ofrecen valiosas fotografías. Sepa que el mejor momento para obtenerlas es la tarde, quizás más próximo al ocaso, pues la luz incide de manera menos dura y su reflejo en el agua puede sorprenderle con seductoras tonalidades.
Llegamos a Casablanca
Bueno, hemos llegado al muelle de Casablanca y comenzaremos el recorrido hacia el Cristo de La Habana, su principal atracción. Al salir del embarcadero notará que a la derecha hay un pequeño establecimiento donde se venden, entre otros productos, refrescos y bebidas que le servirán para energizarse, ya sea antes de emprender la marcha o al regreso.
Casablanca es un pueblo humilde, habitado por pescadores y demás moradores. Se dice que ya existían pobladores mucho antes de que los ingleses dominaran La Habana colonial, en 1762, y algunas de sus construcciones dejan entrever antiguas edificaciones, muchas de ellas maltratadas por el tiempo. Identificará una pequeña estación de ferrocarril de donde parte el conocido Tren de Hershey que conecta a La Habana con la hermosa ciudad de Matanzas.
Caminando hacia el Cristo
Pero debemos continuar viaje. Entonces le sugiero que suba las empinadas escaleras que quedan justo enfrente del pequeño muelle. El ascenso, porque lo es, se disfruta más si se realiza caminando. Claro que encontrará ofertas de taxistas y guías que espontáneamente querrán acompañarle. Yo prefiero hacerlo por mi cuenta, pues me permite tomarme mi tiempo, detenerme a contemplar las sucesivas vistas que aparecen en el camino, bien de la bahía o del otro lado de la ciudad y hasta tomarme un refrigerio que, a mitad de camino, venden en un pequeño y rústico establecimiento.
Justo en este punto notará que hay una pequeña entrada cerrada al paso de los caminantes. La misma conduce hacia San Carlos de La Cabaña, una de las fortificaciones militares que custodian la enseñada habanera y donde cada noche ocurre el milagroso Cañonazo de las 9, una bonita tradición, devenida en espectáculo, que también le recomiendo no perderse.
Si emprende esta ruta en las mañanas, le acompañará la siempre bienvenida sombra de la vegetación que rodea el lugar. En las tardes encontrará esos pequeños remansos, pero no serán igual de efectivos que al comenzar el día.
Desde el Cristo de La Habana
El recorrido no rebasa el kilómetro, pero es cuesta arriba por lo que se hace difícil en ocasiones. Sin embargo, el esfuerzo le será recompensado con el premio mejor, cuando logre llegar a la base donde se halla enclavado el Cristo habanero. Una vez allí admirará uno de los paisajes más hermosos de La Habana colonial y hacia el interior de la bahía. Numerosos visitantes llegan constantemente a este indescriptible sitio, ya sea en lujosos coches antiguos, en visitas dirigidas transportadas en autobuses o simplemente caminando, como nosotros. Pero para optimizar mejor la estancia, debe saber que hay dos momentos claves que le permitirán sublimar esas imágenes que de seguro va a tomar.
En las mañanas la ciudad se ve completamente alumbrada por la tenue luz del amanecer. Recuerde que el sol, en la zona del Caribe, puede llegar a ser implacable, tanto para nosotros como para las fotografías que deseamos obtener. Bien temprano los colores de la zona antigua se despiertan con claros tonos muy agradables, pero no ocurrirá así con la imponente estatua, de 1958, obra de la escultora cubana Jilma Madera.
Ciertamente, en cualquier horario podrá retratar al Cristo. Pero en las mañanas las fotografías se verán afectadas por la posición del sol, que le ilumina desde su parte trasera. Si por el contrario, lo visita en la tarde, entonces será la mejor oportunidad para captar sus facciones sin temor a perder las tomas hechas a la escultura.
Le adelanto un pequeño detalle. Se percatará que entre el nutrido grupo de viajeros hay una persona que propone hacerle fotografías con su cámara. No desconfíe de él, acceda y verá las curiosas imágenes que le tomará. Este hombre ha estudiado los mejores espacios para retratarse junto al Cristo habanero porque es un asiduo al lugar. Así podrá “besar la escultura”, “cargarla sobre su mano” o apresarla entre ambas extremidades, como una singular muestra de su visita y que a su regreso podrá mostrar a familiares y amigos cuando comparta sus experiencias.
Tendrá la oportunidad, también, de adquirir algún souvenir en dicho espacio. Ofertan reproducciones de paisajes de la bahía, similares a los que se contemplan allí, rostros afrocubanos, brillantes “almendrones” o coches antiguos, además de adquirir un hermoso sombrero cubano que no abandonará hasta después de culminada su visita a Cuba.
Vivir Casablanca como en una película
Un pequeño poblado puede también atraparnos en cualquier lugar del mundo y en ese caso está Casablanca. Mientras espera la próxima salida que le llevará de regreso a la ciudad, puede recorrer sus calles, las más cercanas al muellecito, o sentarse en un pequeño Malecón aledaño al mismo y ver cómo los pescadores reparan sus embarcaciones o limpian el pescado que lograron atrapar en sus salidas.
Bastarán pocos minutos para repensar en el viaje y planificar el regreso, quizás para recorrer la Comandancia del Ché Guevara, justo al lado del Cristo, o explorar las inmediaciones del Instituto de Meteorología de Cuba y su observatorio. Pretextos encontrará para el regreso a este encantador sitio de la capital cubana.