En el Malecón habanero, donde los municipios Centro Habana y La Habana Vieja trazan sus límites formales, encuentra sus inicios Belascoaín, una de las calles más transitadas de la capital cubana. Desde este punto parece que se extiende hasta el infinito, entre la madeja de autos, transeúntes y edificios que conforman el paisaje cotidiano de la urbe.
Fue inaugurada en 1782 y su construcción se atribuye a un español de Islas Canarias que llegó a ser Regidor de La Habana. Desde entonces, ha sido testigo de la historia de los últimos dos siglos capitalinos y espera por el viajero curioso para develar sus misterios. Algunos que la recorren a diario, e incluso muchos que viven en sus densas márgenes, desconocen cuánto tiene para contarnos sobre la ciudad y sus pobladores. Hoy les proponemos remontarnos al pasado, caminando por el presente de Belascoaín.
De frente a la ciudad
El paseo comienza en el punto donde se ubica la gran explanada que sirve de emplazamiento para el homenaje al Lugarteniente General del Ejercito Libertador de Cuba, Antonio Maceo y Grajales. Allí, desde 1916 se erigió el bello monumento con la autoría del italiano Doménico Boni, coronado por una estatua ecuestre del también llamado «Titán de Bronce».
A la vista, contrastan de forma espectacular el blanco y el negro de la base, y las figuras alegóricas. En diferentes momentos de su historia, el parque ha permanecido abierto al público, pero en la actualidad se halla protegido por una cerca perimetral.
Justo enfrente, en el encuentro con la calle San Lázaro, el gran Hospital Hermanos Ameijeiras se levanta al cielo ante nuestros ojos con sus parqueos elevados y sus juegos de líneas verticales, un ejemplo claro de cómo se mezclan modernidad y tradición en esta arteria.
Hasta aquí llegan a diario cientos de personas en busca de servicios asistenciales de salud, sin saber que a finales del siglo XIX ya este mismo terreno albergaba el Asilo de Mendigos San José y la Casa de Beneficencia de La Habana, donde se cuidaba y daba refugio a los recién nacidos que habían sido abandonados por sus padres.
En los primeros meses del año 1959, ambas edificaciones fueron demolidas y se construyó la nueva sede del Banco Nacional de Cuba, cuyas instalaciones ocupa el hospital desde 1982.
Belascoaín arriba
Emprendemos la marcha Belascoaín arriba, en una calle de doble vía, con dos carriles cada una, pero que no destaca de modo particular por su amplitud o magnificencia. Como parte de Centro Habana, nos adentramos en un fragmento urbano que se fue extendiendo en continua transición entre lo viejo y lo nuevo.
Cuando dejamos atrás el Hospital Ameijeiras, hallamos el recuerdo de dos sitios que hicieron historia. Nos referimos a la Plaza de Toros, donde se desarrollaron entre 1853 y 1897 grandes espectáculos para seis mil asistentes y el Frontón Jai Alai, creado en 1898 para practicar pelota vasca y que era conocido popularmente, por el ambiente que generaba, como el «Palacio de los Gritos». Este último estuvo abierto hasta 1921.
Aceleramos la marcha bajo los extensos portales con columnas, que se encadenan unos con otros cual túneles que protegen del sol, una característica de varios sectores habaneros. En nuestro camino se combinan las viviendas particulares con pequeñas instalaciones comerciales y gastronómicas. Existe una mezcla de edificaciones antiguas, que piden ser remozadas, con otras más actuales, de esas que muchos llaman de construcción “capitalista”, imagino que por haber sido construidas en la primera mitad del siglo XX y ostentar una calidad demostrada.
Una vez más los balcones se asoman a la calle, como queriendo ser parte de todo cuanto ocurre y, dividiéndolos, están los guardavecinos, esas rejas con los más caprichosos diseños que tipifican los barrios y marcan los pequeños límites perimetrales entre viviendas contiguas. El ir y venir de la gente y los autos, forma parte del entorno visual y acústico.
Rumbo a Cuatro Caminos
Pasamos las calles Neptuno, Zanja y llegamos al encuentro de Reina y Carlos III, en el punto donde no sabemos bien si finalizan o comienzan, pero donde se dan la mano para acoger a la bella Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús, la popular Tienda Yumurí y la Gran Logia de la Isla de Cuba. Al cruzar, encontramos el recuerdo de una de las cinco glorietas con las que se adornaba la Avenida Carlos III cuando se llamaba «Paseo de Tacón», en su época fundacional y donde hoy se rinde homenaje al científico cubano Carlos Juan Finlay, descubridor del agente transmisor de la fiebre amarilla.
Más adelante, entre las construcciones de interés en este lado de Belascoaín, se halla el inmueble que acoge desde 1984 al Instituto Superior de Diseño Industrial (ISDI), en la intersección con Estrella y Maloja. Creado en 1890 como parte de las obras de expansión de la ciudad, fue primero el Hotel Militar y Club de Oficiales, y luego albergó a varias instituciones como el primer Ministerio de Salud de Cuba, alrededor de 1913, donde Finlay realizara y expusiera muchos de sus importantes estudios.
Por esa ruta seguimos hasta llegar al «Mercado Único», o como todos lo conocen, la Plaza Cuatro Caminos en la intersección con Cristina, Arroyo y Manglar, donde radicó desde 1920 y hasta hace muy poco un famoso mercado agropecuario. En la actualidad se remoza para convertirse en un gran centro comercial. Aquí, en este otro céntrico y concurrido punto de la ciudad, termina Belascoaín y concluye nuestro viaje de hoy.
Entre muchos nombres
Si algo tiene en común la historia de muchas calles habaneras, es la multiplicidad de nombres. Al principio, Belascoaín se llamó «Calle del Cocal», por la abundancia de estos árboles en la zona fundacional. Luego, la creación de la Casa de Beneficencia hizo que se le conociera con el muy lógico apelativo de «Calzada de la Beneficencia», y para 1812 se designó «Calle Gutiérrez», en honor a uno de sus constructores.
En 1843 se le realizaron algunas transformaciones importantes y pasó a ser denominada tal y como le decimos hoy, en honor al general español Diego de León, Conde de Belascoaín. En 1938 se rebautizó una vez más a propuesta del entonces Historiador de la Ciudad, Emilio Roig de Leuchsenring, como Padre Varela, para recordar a un ilustre sacerdote e intelectual cubano.
Belascoaín, la fuerza de la tradición
Aún cuando el nombre actual y oficial de la calle, en justo y bello homenaje, es «Padre Varela», todos siguen conociéndola como Belascoaín, el apelativo que la identificó por casi un siglo. Este es otro ejemplo de cómo la tradición se arraiga en los pueblos y se resiste a algunos cambios.