¿Quién imaginaría que a miles de kilómetros de Europa, se encuentre uno de los mayores museos sobre Napoleón Bonaparte y su legado? Pues sí, el lugar existe y lo encontré hace poco caminando por la céntrica zona del Vedado, cerca del hotel Habana Libre.
Su dirección es Calle San Miguel No. 1159, en la esquina de la calle Ronda, pero es más útil saber que su entrada se ve desde la escalinata de la Universidad de La Habana. El Museo Napoleónico se encuentra en una edificación que originalmente era utilizada como vivienda por Orestes Ferrara, diplomático y periodista cubano, uno de los creadores de la colección que se exhibe, integrada por 7,400 objetos personales, armas y obras de arte relacionados con la vida del emperador francés.
Dicen que es la más extensa y variada muestra pública de piezas de la época napoleónica, existente en la actualidad.
Un palacio italiano y cubano
Ferrara mandó a construir su mansión inspirada en los palacios renacentistas de Florencia. Él era de origen italiano, y nombró el majestuoso edificio como «Dolce Dimora». La vivienda se inscribe dentro del eclecticismo de ese período de la arquitectura cubana.
A finales de los años 20 del siglo pasado los arquitectos Govantes y Cabarrocas la erigieron con mármoles de la península itálica, hierros forjados, cristales europeos y maderas de primera calidad. Un enorme jardín rodea toda la casa, y hay otros espacios exteriores, como terrazas y galerías.
Tesoros en La Habana
Aunque las piezas provienen de varios sitios, entre ellos de la propiedad de Ferrara, la mayoría de lo exhibido perteneció al multimillonario azucarero Julio Lobo Olavarría. Él recopilaba objetos personales que fueron del emperador o estuvieron relacionados con su vida.
Abarcan distintos períodos de aquella época convulsa, como el reinado de los Borbones, la Revolución Francesa, el ascenso de Bonaparte al poder, el Consulado y el Imperio, el momento de los principales combates, el regreso del corzo a la isla de Elba y la batalla de Waterloo.
Destacan los esbozos de Voltaire, las pinturas de la batalla de Waterloo, una máscara mortuoria de Napoleón, realizada en bronce dos días después de su muerte por su doctor Francesco Antommarchi, quien luego de residir en Nueva York, se asentó en la oriental Santiago de Cuba, las pistolas que el caudillo llevaba a la batalla de Borodinó, así como un mobiliario que recrea el estudio y el dormitorio de líder militar.
Las galerías del museo también exhiben grabados, esculturas, muebles de estilo, trajes militares y armamentos. Además, piezas de diversas artes decorativas y una voluminosa colección, alrededor de 4,000 ejemplares,de libros raros y valiosos en francés, inglés y español, pertenecientes a los siglos del XVI al XIX.
Recorriendo el museo
En 1959 Ferrara emigra de Cuba. La mansión Dolce Dimora pasa a manos del estado y se decide emplazar ahí el Museo Napoleónico. Recorriéndolo tengo la impresión de viajar en el tiempo, por los estilos decorativos de la Francia de finales del siglo XVIII e inicios del XIX: el directorio, el consulado, el imperio…
Hay espacios de la casa que mantienen su función original, como el comedor, que preserva todo el mobiliario y los elementos decorativos. Completan el ambiente objetos originales de bronce y porcelana, los materiales más usados en las artes de este período.
Allí los visitantes caminan sobre los mármoles originales del piso, y admiran una vajilla que el emperador donó a Jerónimo Bonaparte, su hermano menor. La tapicería del lugar es de un verde con abejas doradas que se usaba mucho en la época de Napoleón.
Entre las pinturas que vi me impresionaron «Napoleón prepara la ceremonia de su coronación» de Jean Vibert, «Napoleón frente a los campos de Boulogne» de Jean Baptiste Regnault, «La Batalla» de Eugenio Lucas Velázquez y el «Retrato a Napoleón en la Isla de Elba», encargado a Robert Léfèvre por la condesa María Walewska.
En las galerías ambientadas de la segunda planta puede verse cómo los Bonaparte, transformados en familia imperial, asumieron el papel de embajadores de la política y el arte francés llevándolos al resto de Europa.
A las manos de ebanistas cubanos, artesanos que dominan las maderas preciosas de la Isla, se debe la escalera de caoba y las puertas que conducen a la biblioteca. El gran salón tiene una fabulosa colección de soldaditos, y en el edificio hay una terraza, situada en el cuarto piso, que ofrece una magnífica vista panorámica de la ciudad en la cual se ve desde el Malecón hasta la Plaza de la Revolución.
Adios Napoleón
Luego de tomar algunas fotos impresionantes, donde se puede ver todo el barrio del Vedado habanero, salgo del Museo Napoleónico. Cuando hago este tipo de paseos me gusta sentarme en algún lugar cercano para descansar y poner en orden las imágenes de mi cámara.
Cruzo la calle L, que pasa delante de la Universidad de La Habana, camino hacia la calle 23. En el #414 está el bar-restaurant Waoo!!, un sitio agradable para tomar un coctel cubano o internacional, y compartir unas tapas. Entre un mojito y algo de queso, pienso en que todavía me asombra encontrar semejante joya francesa a tantos kilómetros de Europa.