La emigración es un tema totalmente vigente en el mundo de hoy, con matices diversos, pero no debemos olvidar que tiene un pasado y que por muchas causas ha modificado la dirección de los flujos humanos.
Desandando fuentes de información, encontramos una guía de rutas turísticas que utilizan como base, y amplían, los itinerarios desarrollados en el marco del proyecto «Emigrantes Españoles en América: Nosotr@s también fuimos los otros», financiado en 2009 por la Dirección General de Ciudadanía Española en el Exterior del Ministerio de Trabajo e Inmigración.
Sin dudas, uno de los destinos más importantes para los españoles desde el siglo XIX hasta la primera mitad del XX fue Cuba y, como es de suponer, La Habana, considerada la «Llave del Nuevo Mundo». Hacia esa ciudad y otras regiones del archipiélago caribeño, enfilaron su rumbo más de 825 mil hombres y mujeres procedentes de la península ibérica.
Se dice que las tres cuartas partes de ellos regresaron o decidieron ejercer la emigración «golondrina». Pero alrededor de un tercio se «aplatanó» como parte de la joven nación y, según el mencionado documento, ejercieron como braceros, comerciantes, médicos, pescadores, lecheros, poetas, peones de ferrocarril, periodistas, maestras, empleadas de hogar, amas de casa, prostitutas y notables intérpretes.
El Morro y Triscornia
Españoles de varias comunidades autónomas llegaban en masa a La Habana con el deseo y la necesidad de abrirse camino, prosperar y asegurar su futuro en lo que nos atrevemos a llamar «El sueño insular».
Desgraciadamente muchos perdieron la vida durante la travesía, debido a enfermedades y naufragios. Pero la mayoría logró cruzar con éxito el Atlántico y los recibió el Castillo de los Tres Reyes del Morro, a la entrada de la bahía habanera, símbolo de que habían alcanzado su destino.
Las regulaciones migratorias y aduanales del momento establecían que los llevaran al campamento Triscornia, en el poblado de Casa Blanca, donde los ponían en cuarentena bajo condiciones muy difíciles desde cualquier ángulo que se mirara. Fue fundado por otro emigrante, el maestro de ribera José Triscornia, quien además construyó un muelle para el acceso a la barriada y un dique para embarcaciones de pequeño calado.
La estancia en el refugio costaba 20 centavos de la época, y permanecían allí por mucho tiempo los más pobres, incluso mujeres que viajaban solas, sin conexiones con los coterráneos ya asentados. El antiguo reclusorio de inmigrantes existe aún hoy, como sede de una empresa astillera y de organizaciones juveniles.
Así, Casa Blanca y su vecina Regla se erigieron como las primeras residencias permanentes para un número elevado de españoles que decidieron quedarse en ese lado de la bahía y cuya huella ha trascendido en el tiempo.
Casa Blanca
Las laderas de la Loma de la Cabaña, otra fortificación famosa del entorno ultramarino, se urbanizaron progresivamente hasta formar Casa Blanca. Siempre ha sido fuente de gran tradición marinera y pesquera, lugar de tránsito y contención, en términos militares y sanitarios.
Las escaleras que parten de la costa y sus alrededores, proliferaron para facilitar el ascenso hacia casas e instituciones, aportando un elemento identitario inconfundible. Después de tantas vicisitudes, ese paraíso vertical se convirtió en hogar y espacio de desarrollo social para varias comunidades de ibéricos, especialmente para los gallegos.
Por el Muelle de Casa Blanca desembarcaban los contingentes del Ejército Español y otros pasajeros comunes de una orilla a otra, como sucede todavía. De aquella etapa sobreviven de pie, en diferentes estados de conservación, el Edificio Lavale, en la calle Artés No. 206, el conocido Convento y la actual Parroquia de Nuestra Señora del Carmen, templo religioso adonde asistían todos los emigrantes católicos a cultivar su religión.
Como bono adicional y sin desentonar, Casa Blanca ostenta el majestuoso Cristo de La Habana, una escultura moderna de 20 metros de alto que permite disfrutar una imagen singular de Jesús de Nazaret y una vista excepcional de la ciudad a sus pies.
Regla
Un poco más al este se encuentra Regla, asentamiento también ubicado en las riberas de la bahía y profundamente marcada por la actividad portuaria. Desde su fundación a finales del siglo XVII, recibió a muchas personas provenientes de España, con preponderancia para los gallegos y asturianos, dedicados a la pesca y al comercio.
La presencia española es evidente en la arquitectura y en los descendientes de aquellos pioneros. Allí quedan los viveros y las bodegas en funcionamiento, el Santuario Nacional de Nuestra Señora de Regla, nacido en la era colonial y destino permanente para los católicos, la antigua filial del Centro Gallego, que actualmente alberga la Casa de Cultura «Roberto Faz Monzón». También para dar rienda suelta al arte y el esparcimiento, sobreviven el Teatro Céspedes y el Liceo de Regla.
¿Cómo llegar?
Para llegar a Casa Blanca y Regla desde el centro de La Habana, con ánimos de revivir la historia de nuestros antepasados, tenemos tres opciones principales. Cruzando el Túnel de la Bahía, tomamos derecha hacia la Fortaleza de San Carlos de La Cabaña y la bordeamos buscando la costa por el lado este, hasta toparnos con el Observatorio Meteorológico y más allá, las urbanizaciones. De otra manera un tanto peculiar, tomamos el ferry en el embarcadero de la parte histórica de la ciudad, con un precio de apenas cinco centavos de Euro.
El servicio tiene abundantes frecuencias y el recorrido dura entre seis y 10 minutos. La otra variante, viable y atractiva, es tomar el tren de Hershey que va desde La Habana hasta la provincia de Matanzas. Aunque en la práctica sus horarios pueden ser irregulares, está declarado con salidas cada tres horas, entre las 6:00 a.m. y las 5:00 p.m. Los precios se mueven de 0.30 centavos de Euro hasta 1.30, según el destino.
Pueblos de inmigrantes
Los territorios ultramarinos de Casa Blanca y Regla, alrededor de la Bahía de La Habana, poseen una tradición histórica inobjetable de la presencia española «no gubernamental» en la Isla, especialmente de la etapa en que ese destino significó la esperanza de prosperidad para miles de ibéricos pobres. Tales huellas son aún evidentes en la vida cotidiana de los pobladores.