Disfrutar en el Vedado habanero

Disfrutar en el Vedado habanero

El Vedado es mucho más que un barrio, mucho más que un puñado de rincones en La Habana del siglo XIX. Entre vetustos edificios, añejos árboles y calles perfectamente trazadas, se esconden singulares historias, maneras de acercarse al pasado desde lo actual.

La Rampa, centrico paseo en el Vedado habanero

En él se localizan emblemáticos lugares como la céntrica Calle 23, el paseo conocido como La Rampa o el Hotel Habana Libre. Pero muchos otros están allí para atraer al viajero, al caminante. Basta una mirada para que el detalle pueda ser descubierto, mientras el sol y el olor a mar le harán contemplar ese pedazo de urbe con el sabor de la primera vez.

El Vedado y el Malecón de La Habana

Turistas se toman un selfie al atardecer en el Malecon habanero

Un lugar espacioso y diferente. Ideal para recorrerlo, sobre todo en las mañanas cuando el sol intenta asomarse entre faros, muros y edificios que compiten en altura. Ya sea caminando, con el afán de ejercitar los músculos o en pleno reposo, el Malecón demuestra su polifuncionalidad aprovechada, casi hasta el frenesí, por los habaneros.

Quizás uno de los menos disfrutados es el cercano al Hotel Nacional de Cuba. Poco transitado por caminantes motiva la contemplación del mar, tan inmenso que evoca la reflexión. Desde allí, hermosas imágenes de La Habana se regalan ante el lente de cualquier cámara que los inmortalice en recuerdos imperecederos.

Monumento al Maine

Monumento a las victimas del Maine

Justo al cruzar las sendas que guían el tránsito hacia el oeste de la ciudad, un soberbio monumento se eleva entre el ir y venir de los autos. Según consta en placa conmemorativa, se erigió en honor a las víctimas de la explosión del acorazado Maine, un lamentable suceso en la historia cubana ocurrido en 1898.

El monumento fue inaugurado el 8 de marzo de 1925 y destaca por la elegancia del conjunto que combina columnas y esculturas neoclásicas con fragmentos de la embarcación, hallados luego de la explosión. Hermoso y triste a la vez. Suceso inmortalizado desde el interesante arte escultórico cubano.

Hotel Nacional de Cuba

Entrada al Hotel Nacional de Cuba

Al subir la calle O, lo hallará en la esquina a 21. El Hotel Nacional de Cuba sorprende la cantidad de autos clásicos en la entrada. Es como una galería a cielo abierto, donde los modelos más insospechados, se exhiben y atraen a quienes no escapan de la tentación por hacerse una foto junto a ellos.

El hotel es majestuoso. Fundado en 1930, es considerado el insigne en la hotelería cubana. Y si los exteriores y la fachada demuestran apego a lo mejor del eclecticismo, ha sido mucho más elogiado por sus ricos interiores. Entre la diversidad de influencias resaltan los techos, cual homenaje a la tradición colonial, con su artesonado en madera; el azulejado con preciosas tonalidades que recuerda a Sevilla, mientras que los jardines, se dice, remedan a los típicos ingleses.

Pero si los motivos constructivos asombran, espere a visitar la galería fotográfica, espacio dedicado a los famosos que se han hospedado allí. Si menciono algunos, peco de dejar otros tan importantes como los primeros. Entonces, prefiero decir que es indispensables para conocer cuántos y cuántas han escogido a la Mayor de las Antillas para veranear y deleitarse con sus maravillas.

Vista panoramica del Hotel Nacional de Cuba en el corazón del Vedado

En los últimos años el sitio acoge a invitados, concursantes y jurado del Festival de Cine Latinoamericano, una manera diferente de mirar la cinematografía desde ese lado del mundo.

La Terraza del Hotel Nacional merece unos instantes, y diría que hasta una jornada completa. Es bien conocida por la variedad de tragos y bebidas, mientras que el visitante se entrega a la gran masa de agua marina que sustrae, subyuga y somete desde una posición totalmente privilegiada. Excelente espectáculo para inmortalizar en una instantánea.

El restaurante Monseigneur

Cartel de restaurante y bar Monseigneur en La Habana

Frente al hotel, un pequeño recinto deja leer en sus cristales: Monseigneur. Es un discreto restaurante estatal que escapa inadvertido para cuantos recorren la calle O.

La mayor parte del turismo gastronómico cubano suele hacerse en los establecimientos privados, o las llamadas paladares. Aunque algunos del sector estatal, como La Bodeguita del Medio o El Floridita, son los más frecuentados y conocidos, existen otros que pueden resultar ser interesantes. Ese es el caso del Monseigneur.

Posee un ambiente que recuerda al estilo francés de siglos pasados. Su decoración deja entrever algo de más, quizás de menos, pero se diferencia mucho de los modernos y lujosos restaurantes que florecen en La Habana actual. Según el capitán, fue diseñado a imagen y semejanza de uno, con similar nombre, en París.

De su decoración original solo conserva los candelabros con bases de ángeles, traídos de Francia, y parte del mobiliario, específicamente las sillas en cuyo espaldar son rematadas con espirales en bronce, que lamentablemente han sido recubiertas por esmalte.

Musico toca unos acordes en la guitarra en el restaurante Monseigneur

La carta es amplia, con cierta dificultad para leer porque el ambiente a media luz no ayuda mucho. El coctel de frutas es sencillo, pero como entrante es perfecto. Hay sopas, cremas y otras variantes para comenzar. Son diversos los platos principales. Pero muy recomendada es la combinación de lonjas de cerdo asadas a la plancha, acompañadas de arroz congrí, tostones de plátano y una pequeña ensalada con verduras de estación; todo ello acompañado de una cerveza nacional. Simple, a lo cubano, pero con excelente sabor.

Lo más atrayente es la presencia de un pianista. En Cuba existen paladares y restaurantes donde se puede disfrutar de música interpretada en vivo, generalmente ejecutada por agrupaciones de pequeño formato. En esta ocasión, es un pianista que, unido al ambiente a media luz, generan una atmósfera íntima, acogedora y elegante.

El rincón del Bola

Musico en el rincón del Bola

El Monseigneur abrió sus puertas al público el 13 de diciembre de 1953, por iniciativa de Eugenio Leal y Tulo Pertierra. Su posición privilegiada, a una cuadra de la avenida 23, lo convirtieron en blanco de las visitas de famosos huéspedes del Hotel Nacional de Cuba, quienes preferían hacer sobremesa en el sitio.

Una característica adicional contribuyó a su exclusividad: importantes veladas e informales almuerzos eran amenizados por descargas musicales de Ignacio Villa, conocido como «Bola de Nieve». El pianista, compositor y chansonnier, nacido en Guanabacoa, hizo suyo el restaurante – cabaret por varios años, llegando a ser reconocido como La Casa del Bola.

En las décadas del 60 al 80 del siglo XX, era considerado uno de los espacios más elegantes de La Habana. El ambiente a media luz y las descargas de importantes pianistas le distinguieron de otros con similares características. Aún se conserva el escenario original, con plataforma ligeramente elevada, donde se encuentra el instrumento que lo acompañó y que hoy deleita a quienes visitan el restaurante. Especial momento para escuchar otros géneros de la música cubana.

Desviarse de los circuitos turísticos tradicionales revela pequeños detalles que conforman la gran tradición de una ciudad. Al igual que el barrio del Vedado muchos otros duermen, mientras esparan ser descubiertos por los viajeros. Es como crear su propia ruta en La Habana, su sendero de esa microhistoria, dentro de una historia, sorprendente e inagotable.

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