Cuando nos invitaron a conocer de cerca una tradición folclórica exclusiva de las provincias orientales, en Holguín, Santiago de Cuba y Guantánamo, lo más lógico es que hayamos dudado en primera instancia.
Habíamos escuchado hablar muy poco sobre la Tumba Francesa, o de la riqueza cultural que entrañaba para los descendientes de haitianos que en el siglo XVIII llegaron a la isla vecina junto a colonos franceses. Entonces llevaron consigo cánticos y bailes que representaban un escape sicológico, una reafirmación a la identidad de sus seres y les alegraban profundamente la vida en esclavitud.
Así que, motivados por la curiosidad, nos aventuramos en un viaje hacia el extremo este del territorio antillano. Aunque por avión se llega más rápido a cualquier destino, la mejor manera de impregnarse de la Cuba real es por carretera. El viaje puede ser agotador, pero esas tierras han sido bendecidas con paisajes impresionantes para contemplar y saturar agradablemente la memoria; ahora lo sabemos.
Mientras nos dirigíamos a la provincia de Holguín, nuestra primera parada, nos asaltaba la incertidumbre de cómo podríamos sentirnos ante los ejecutores de la Tumba Francesa y su contenido, un fenómeno de la cultura cubana que ha sido tan reconocido a ciertos niveles y silenciado a otros.
Raíces de la Tumba Francesa en Cuba
Corría la década final del siglo XVIII y la Revolución Haitiana emergía. Ante el temor de perder las fuentes de riqueza, muchos franceses asentados en esa porción de La Española, al este de Cuba, decidieron probar suerte en la Mayor de Las Antillas.
Acarrearon el tradicional cultivo de café y los esclavos que habían “poseído” durante décadas. La cercanía geográfica, fronteriza, entre el oriente de Cuba y el occidente de Haití, causó la elección de Santiago de Cuba y Guantánamo como los domicilios principales para la nueva oleada migratoria.
Los haitianos echarían raíces en esos campos. Allí continuaron cultivando su cultura, intentando conservarla en su mayor pureza. Entre todas sus expresiones, la más excelsa era aquella que mezclaba sonidos del África Occidental con danza tradicional francesa, que era desplegada en el interior de amplios salones.
Le llamaban Tumba Francesa, cuya traducción literal es “tambor francés”. Con los años, esa práctica se consolidó y transmitió de generación en generación, hasta llegar a nuestros días con una integridad sorprendente.
Holguín, Tumba Francesa Bejuco
Llegamos a Holguín extremadamente cansados del viaje. Sin embargo, había que seguir hasta el municipio Sagua de Tánamo, ubicado al este de la ciudad cabecera. Se dice que desde fines del siglo XVIII esa región se dedicó al cultivo del café, con predominio de la mano de obra haitiana.
En la sede de la Tumba Francesa holguinera nos recibe una anfitriona, señora de avanzada edad, agradeciendo la llegada de los visitantes e invitando a pasar al interior de un gran salón.
Llaman la atención los colores del vestuario de las mujeres, atentas al inicio de la música. Los atuendos son largos, anchos y predominan los tejidos de flores estampadas, con diseños muy similares a la moda de dos siglos atrás. En la cabeza llevan pañuelos de color entero, en combinación con el tono predominante de sus vestidos. Los hombres portan camisas blancas a mangas largas y pantalón oscuro.
Casi todos los bailarines sobrepasan los 50 años de edad y, según nos explicaron, la Tumba Francesa Bejuco tiene los miembros más envejecidos entre todos los cultores del género en el país. Los tambores, instrumentos indispensables para desarrollarla, se emplazan en un extremo.
De pronto, silencio sepulcral. Sale a escena un solista, nombrado composé, que interpreta un pequeño tema en lengua creole. Vuelve el silencio durante unos segundos. Ante la señal del composé al ejecutor del «catá» (idiófono de madera), comienza a escucharse un sonido estridente, seguido de manera cadenciosa por tres tambores de distintos tamaños, llamados «tumbas» (premier, bulá y second). Poco a poco, van sumándose las «maracas» (chachás) y los impactos sobre tambores más pequeños, «tamboritas».
Paulatinamente se incorporan las parejas de baile para emprender el masón, con estilos heredados de la contradanza inglesa y el minué francés, todo a ritmo de tambores. Las parejas forman círculos, túneles y se intercambian. Es una coreografía bien montada. Parece transportarnos a otra época.
Luego, algunas parejas descansan y otros integrantes bailan solos o acompañados, en una segunda ronda conocida como «yuba». Los músicos y el «composé» no descansan. Por el contrario, entre más se baila, más inspiración reciben para tocar y cantar. Las letras de las canciones exaltan el coraje de los cubanos, la hermosura de la mujer y el valor de la amistad.
Así es a lo largo de dos horas y si te dejas arrastrar por el influjo, te encanta en el sentido más amplio del término. Pero se acerca la hora de irse para Santiago de Cuba y comparar.
Santiago de Cuba, Tumba Francesa La Caridad de Oriente
El territorio de Santiago de Cuba te recibe con calor abrasivo por el clima y la gente. El sábado es un buen día para conocer la Tumba Francesa La Caridad de Oriente, nombrada así en homenaje a la Virgen de la Caridad, Patrona de Cuba, cuya imagen bendice a todos desde el Santuario de El Cobre, a escasos kilómetros de la ciudad principal.
Esa agrupación fue fundada en el año de 1862 en honor al célebre General Lafayet, por eso en sus inicios fue bautizada como Sociedad Tumba Francesa Lafayet. No obstante, se dice que años antes, desde los cafetales de «El Caney», propiedad de colonos franceses, se celebraba la tradición.
Conviene llegar entre los primeros para el espectáculo. Son tantas las personas que acuden, que casi no caben en el sitio. Por suerte es un amplio espacio al aire libre y los bailes se pueden admirar con más holgura.
Como en Holguín, las mujeres visten ropajes decimonónicos, aunque de color entero en armonía con el pañuelo de la cabeza. Los músicos portan trajes de cuello y corbata; los bailarines, pantalón y camisa de la misma gama, y una pañoleta multicolor anudada en el cuello.
El inicio es similar al anterior, con la diferencia de que son las mujeres quienes tocan las «chachás», mientras las tamboritas cuelgan del cuello de los músicos. Los movimientos son muy similares, aunque el ritmo resulta más estridente y alegre, quizás hasta con alguna influencia de la famosa conga santiaguera.
Muy sorprendente fue descubrir la «tahona», una pieza donde los bailarines trenzan y deshacen cintas de colores en torno a un tronco común, conforme a los bailes tradicionales de los campos franceses y de otras regiones de Europa.
Durante la estancia en la Tumba Francesa La Caridad, conocimos del tributo que se le rinde a Gaudiosa Venet Danger, descendiente de dos de los principales cafetales de «El Caney», quien siempre defendió la pureza y dignidad de este hecho cultural perdurable en el tiempo, y se extiende incluso a la región más oriental de Cuba.
Guantánamo, Tumba Francesa Pompadour – Santa Catalina de Ricci
Sólo dos horas nos llevó el recorrido de Santiago de Cuba a Guantánamo. Es una ciudad tranquila, donde confluyen varios estilos arquitectónicos y con barrios bien diferenciados en cuanto a sus costumbres.
La Loma del Chivo es uno de ellos. Ubicado al este de la urbe, se enorgullece por conservar múltiples tradiciones religiosas y festivas, como la Tumba Francesa Pompadour – Santa Catalina de Ricci. Debe su denominación al propietario de un famoso cafetal y a la Patrona de Guantánamo, según la usanza católica.
Es domingo en la tarde y notamos la presencia de muchas personas, entre ellas los pequeños hijos de los músicos y bailarines que acuden al sitio para aprender, como forma genuina de asegurar el relevo. El salón es parecido al holguinero y el vestuario también.
Cuando el composé comenzó su cántico y los tambores vibraron, descubrimos un estilo diferente. Se canta en «creole» y español, por lo que en ocasiones se puede comprender el mensaje acompañado por la música. Las letras hacen recordar a héroes cubanos, hazañas militares, milagros de santos, la importancia y transparencia de los sentimientos verdaderos.
Tampoco falta la pizca del buen humor, tan común entre los negros haitianos de antaño. La lírica tiene su contraparte en la danza, que se ejecuta en todo momento. Comprendimos por qué se dice que esta sociedad es la más pura. Se parece más a la gente que la creó, personas que sabían reconocer los valores humanos, sentimentales y el poder de la alegría innata y necesaria.
De regreso a La Habana nos sentimos privilegiados. Pocos son los que han tenido la oportunidad de disfrutar las tres variantes de una Obra Maestra del Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad, enraizada en esa isla con riqueza y diversidad cultural sin límites. Es un suceso tan ajeno y cercano al mismo tiempo, que despierta sentimientos encontrados, y que todos deberíamos experimentar alguna vez.
Más honores para la Tumba Francesa
Por sus valores patrimoniales, las tres sociedades de la Tumba Francesa en Cuba ostentan varios reconocimientos. Entre ellos destaca el premio “Memoria Viva”, por el rescate y conservación de bailes y cánticos que enriquecen la cultura nacional de la mayor isla antillana.