Viajar a Santiago de Cuba siempre estuvo entre mis prioridades. Deambulando por sus calles comencé a entender el por qué de tantas cosas. Se respira un aire diferente y no sólo porque su bahía alimenta el paisaje de la ciudad. Las montañas también la custodian y hacen que la gente suba y baje constantemente por una calle inclinada o cientos de escalones.
Después de un buen ascenso, la grata sorpresa de una magnífica foto en la que el mar, las montañas y la ciudad están ahí, en perfecta armonía para ser apresados con la cámara, con los ojos o con el alma. Eso no lo vi en otra ciudad de Cuba. Como tampoco vi una casa como la de Diego Velázquez, la más antigua de América y la única, porque ese entretejido de maderas preciosas en un balcón volado, juro que no lo había visto ni en imágenes.
Desde allí muchos otros lugares que llaman la atención: la catedral, el parque Céspedes, el Hotel Casagranda, el Palacio de Gobierno… y los santiagueros.
¡Qué alegres son! Y expresivos, y musicales… Hablan cantando, caminan bailando, se expresan con todo el cuerpo: el pelo, los ojos, los gestos, aunque realmente lo menos que necesitan es hablar. Con la música lo dicen todo.
Los conoces mejor si vas a un concierto en la Sala Dolores, la Casa de la Trova, la Casa de la Música, si te detienes a escucharlos guitarra en mano en la Plaza de Marte, o mejor aún, si vas a los Carnavales Santiagueros. No por gusto los mejores de Cuba.
La gente bebe cerveza aunque, no abandonan su ron tradicional; comen las delicias de la región y «arrollan» tras las congas y comparsas de sus barrios. La conga de Los Hoyos, es la más famosa y hay que oír cómo suenan la trompeta china, la campana (la llaman así por el sonido aunque puede ser un pedazo de metal cualquiera) y la «galleta» y el «bocú», que son los tambores que ponen el toque de autenticidad.
Van por toda la calle tocando, cantando y aquella música que solita te envuelve, sientes como te penetra, y te arrastra por las calles de un Santiago que se embriaga. Los músicos disfrutan tanto porque saben y están conscientes de todo lo que el ritmo logra en cada persona que se detenga a disfrutarlos. Es una experiencia única que jamás podrá compararse con otra.
Muy cerca están los 502 años de Santiago de Cuba. Qué buen pretexto para llegar hasta allí y recorrer sus calles caminando, o en una moto, como se mueven muchos santiagueros y visitantes; celebrar en sus carnavales, con su gente mientras arrollan con las congas. Pero también pasar por el Cementerio y llevar algunas flores a Martí, a Compay Segundo; bajar hasta el Museo del Ron y degustar un trago tratando de adivinar qué tiene ese licor que tanto deleita a todos.
Y por supuesto, seguir hasta El Cobre para llevarle unos girasoles a la Patrona de Cuba, la Virgen de la Caridad y compartir la petición de todos los que ruegan por los cubanos y por esa ciudad tan alegre y bonita.
Y dejar un tiempecito, antes que el sol de vaya, para andar por las rampas del Morro de Santiago y allí sentarse en sus muros a contemplar la puesta. Quien sabe si tenga la suerte, como muchos santiagueros, de escuchar el crepitar de sus rayos rozando a las azules aguas del Mar Caribe.