En busca de las cervezas cubanas

En busca de las cervezas cubanas

Nos levantamos tarde y estábamos sentados en la terraza del Hotel Inglaterra, en la famosa Acera del Louvre, donde por muchas décadas se reunieron los artistas y pensadores más grandes de Cuba, la vanguardia en muchos aspectos. Queríamos impregnarnos de aquel espíritu. Elegimos el Inglaterra porque nos habían dicho que era el hospedaje más antiguo de cuantos continuaban en activo en todo el país y los precios estaban bastante ajustados a nuestro presupuesto. Además, estábamos a las puertas de La Habana Vieja, nuestro radio de acción.

Apenas teníamos un día antes de seguir camino y el tiempo tendría que sobrarnos para catar las cervezas cubanas, nuestro verdadero objetivo. No soy un especialista, mucho menos mi esposa. Sólo somos aficionados a nuevas sensaciones. Sabíamos que no eran muchas marcas, pero se anunciaban buenas.

Partimos desde el iconico Hotel Inglaterra

Ante todo, debíamos tener cuidado, era muy fácil distraerse con las cervezas importadas: Heineken, Bavaria, Carlsberg, de las que también se pueden encontrar en Europa, y varias son regionales, como la Presidente (Guatemala), Corona (México) y Brahma (Brasil), entre otras.

Cerveza Bucanero

Decidimos probar la primera allí mismo, acompañada de algo del menú llamado Cinco Tapas, que no era igual que las tapas de la península pero no estaba mal para picar. Nos recomendaron una cerveza Bucanero, posiblemente la más popular y consumida en toda la Isla.

Realmente estaba buena, fría y refrescante, en botella, aunque también se comercializa extendidamente en su icónica lata roja. Es oscura y tiene 5.4 grados de alcohol, según pude leer, y se vende en casi todas partes. El precio varía erráticamente en bares, restaurantes, mercados, de acuerdo con la categoría del establecimiento y el entorno donde esté localizado.

Cerveza Cacique

Resueltos, salimos rumbo a La Habana Vieja atravesando el Parque Central donde la gente se concentraba para debatir o, mejor dicho, para discutir a viva voz en las peñas deportivas, y el cielo se oscureció de pronto. Las personas comenzaron a acelerar el paso. Dicen que por el calentamiento del día, llueve en muchas tardes de verano. A nosotros, visitantes al fin, no nos preocupó.

Atravezamos el centrico Parque Central

Justo al otro lado del parque nos topamos con el magnífico Hotel Gran Manzana Kempinski, nueva joya y orgullo del turismo antillano, con todo su lujo y elevados precios de boutiques emplazadas en la planta baja. Hasta donde pudimos ver, lo más hermoso fueron sus grandes y finas lámparas colgantes, de lágrimas cristalinas.

Caminamos por el Boulevar de Obispo

Enfilamos hacia el bulevar de Obispo y abocado a la entrada de la calle estaba El Floridita. Nos sentimos tentados a entrar, pero en nuestra filosofía clasificaba como «lugar común» para los turistas.

Bajo la llovizna bajamos por la célebre vía, aún congestionada de paseantes, y al escuchar la música nos decidimos a entrar a un lugar llamado «El bosque de Boloña». Buscábamos una mesa y mirábamos la carta, cuando el aguacero arrancó sin piedad, con relámpagos. Mucho nos molestamos cuando el encargado nos echó sin más, junto a otros transeúntes cubanos y extranjeros, porque el local estaba lleno y debíamos pasar la lluvia en otro portal. Hasta la puerta nos cerró.

Admiramos el nuevo Hotel Gran Manzana Kempinski

Así notamos la diferencia entre lo estatal y lo privado que se erige en la Isla. Cobijados en el zaguán de una tienda, llegó un empleado de la paladar «La Familia», buscando clientes con un paraguas. No queríamos comer; le comunicamos nuestro interés: probar una cerveza cubana diferente, y así nos descubrimos tomando apurados una Cacique, una bebida clara que no estaba mal, pero no competía.

Cerveza Cristal

La tormenta cedía y continuamos Obispo abajo. Teníamos que aprovechar el tiempo. Varios establecimientos llamaron nuestra atención, el Café París, también otro en los bajos del Hotel Ambos Mundos, donde vivió Hemingway, pero algunos estaban demasiado oscuros para nuestro gusto y otros atestados de comensales por la lluvia que provoca aglomeraciones.

Llegamos a la Plaza Vieja, corazon de La Habana

Seguimos de largo hasta la Plaza de Armas, rodeada de construcciones coloniales, cafeterías y restaurantes, como La Mina. Con los pies empapados, nos aventuramos a almorzar allí protegidos por unos toldos. Llegó la hora de la Cristal, clara, de 4.9 grados, exquisita por adelantado y con la comida. Un filete de pescado y las masitas fritas de puerco se convirtieron en maridaje perfecto, mientras un quinteto musical repetía:

«Píntate los labios, María, píntate…»

Nos vimos obligados a repetir la verde enlatada (también existe embotellada), deliciosa, helada y digestiva. Nos dijeron que allí era tan popular como la Bucanero. Mi mujer me dijo que no podría tomar una más, pero al rato se arrepentiría. Y nos fuimos para continuar nuestra misión, escuchando las notas de:

«Oye como va mi ritmo, bueno pa’ gozar, mulata…»

Cerveza «Tropical» artesanal en la Factoría Plaza Vieja

Doblamos derecha hacia la Plaza de San Francisco de Asís y después de sobrepasarla, volvimos a tomar derecha hasta la Plaza Vieja, donde hay una cervecería artesanal sobre la que nos habían informado. Por el camino abundaron las ofertas de agua de coco natural y coco glacé.

Probamos la cervesa Cristal en la Plaza de Armas

Estuvimos a punto de desertar hacia el restaurante La Vitrola, con un ambiente espectacular, lleno de turistas, pero nos mantuvimos fieles al objetivo y nos sentamos en la Factoría Plaza Vieja. Así que revisamos la carta y pedimos un «Matrimonio cervecero», con una hamburguesa Gran Muralla y una jarra de cerveza clara de medio litro. Además de esa, tenían «Tropical» oscura y negra. Nos explicaron que se hace allí mismo, con tecnología austriaca.

Si el interés es puramente en la cerveza, se puede contratar un dispensador trasparente con capacidad para tres litros, de autoservicio, y al final paga lo que consumió al aire libre o en el interior con mesas al estilo de las tabernas antiguas. Nos habían hablado de las maltas que también se fabricaban allí, pero rápidamente nos aclararon que pocos meses antes se había trasladado la oferta de esa bebida hacia un local adyacente, climatizado y listo para recibir sin alcohol a toda la familia.

Aunque nuestras expectativas eran bastante altas, pasamos un buen rato rodeados de las añejas casas decimonónicas, patrimoniales, con coloridos balcones de madera y una evidente proliferación de los negocios particulares. Llegó la hora de tomarnos un café, y lo hicimos cruzando la plaza, en El Escorial. Aunque debimos esperar un poco, valió la pena un buen cortadito, de la marca «Serrano». De allí nos llevamos a casa como suvenir una muestra de café cubano, con los granos tostados; también los puede pedir tostados y molidos en una bolsa de papel.

Cerveza artesanal en la Avenida del Puerto

Un tanto acalorados ya, con las mejillas hirvientes, cuando no pensamos que podríamos probar absolutamente nada más, nos dirigimos al Almacén de la Madera y el Tabaco mientras caía la tarde. Nos dijeron que era imprescindible; bajamos a pie hasta la Avenida del Puerto y seguimos hasta la entrada de la Alameda de Paula, donde una inmensa nave metálica emplazada sobre pilotes se adentra en la bahía. Primero aparecimos con recelo en un espacio tan grande y medianamente ocupado en aquel instante.

Probamos la cerveza oscura en e3l Almacén de la Madera y el Tabaco

Bastaron unos minutos para aclimatarnos. Parecía frío, impersonal, pero una orquesta de pequeño formato nos dio el estímulo, la oportunidad y la sabrosa alegría para bailar un poquito en confianza. Dicen que así es todas las jornadas desde el mediodía hasta la medianoche. Allí fabrican la misma cerveza que en la Plaza Vieja, y al mismo precio, pero nos dijeron que no tenía nombre. A esas alturas el nombre sería lo de menos. Pedimos una jarra de la oscura para acompañarla divinamente con un enchilado de camarones y una brocheta de vegetales.

Admiramos la Iglesia de Paula en la cercania de el Almacén de la Madera y el Tabaco

La locomotora que nos dio la bienvenida en la explanada que sirve de entrada al almacén, nos introdujo al decadente mundo comercial del siglo XIX, confirmado con el paisaje alrededor de la bahía. Viejas estructuras portuarias, muelles, talleres y depósitos abandonados, nos hicieron recordar la gloria pasada de otras tantas ciudades en el mundo. Si el agua no estuviera contaminada, sería un hermoso y nostálgico museo y parque industrial.

Regresamos en busca de cervezas cubanas

Aún nos faltaba probar la cerveza negra y lo hicimos, ¡¿cómo no?!, y la ligera acidez era dulzura en un buen trago, largo, sólido y abundante. Ya era de noche y no quisimos arriesgarnos a desandar terreno desconocido en condiciones desfavorables. Alquilamos un artefacto llamado «bicitaxi», un triciclo creativo con un conductor esforzado al máximo a base de pedales, que nos regresó al Parque Central. Satisfechos y cansados, con la meta vencida, nos fuimos escuchando los ecos acompasados de la orquesta que se diluía poco a poco en la distancia:

«Para gozar, baila suavito; así es el son, bien sabrosito…»

Deudas de este humilde catador

En nuestro corto recorrido no nos topamos con la Tínima, producida en la zona centro-oriental de Cuba. Dicen que es muy buena, la más fuerte con 6.5 grados de alcohol; algunos, incluso, nos aseguraron que era la mejor. Mala suerte. Tampoco encontramos la Polar, la Mayabe o la cerveza «a granel» de la época de carnavales, que se venden en pesos cubanos corrientes. Se rumora que próximamente sacarán al mercado las marcas Varadero (más amarga) y Caney, con 5.2 grados. Pueden estar seguros, no pasará mucho tiempo hasta que regresemos a catarlas, sedientos y empapados en sudor.

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