El son es lo más sublime para el alma divertir, dijo el legendario Ignacio Piñeiro en su tema «Suavecito», y no se equivocó. Pocos géneros musicales han logrado tipificar con más solidez a un país, como base para casi todas las referencias sonoras que le sucedieron. Pocas expresiones culturales han llevado más felicidad a todo un pueblo. Porque el son no es sólo música, también es baile de los buenos, testigo y compañía en los momentos más felices para muchos.
Con el objetivo de proteger ese bien inmaterial imprescindible para los habitantes de Cuba y ayudarlo a perdurar ante nuevas y lógicas tendencias que lo marginan, las autoridades pertinentes decidieron declararlo como Patrimonio Cultural de la Nación en el año 2012.
El Son: patrimonio de la nación
El son cubano , el origen de un género
Se dice que el son existe desde mediados del siglo XVI, con el «Son de la Ma Teodora», de 1562, interpretado por dos hermanas dominicanas llamadas Micaela y Teodora. Este elemento ha traído confusiones y divergencias sobre el origen del ritmo, pero al parecer se ha comprobado fielmente que procede de las montañas del oriente cubano, donde se asentó definitivamente y con identidad propia desde finales del siglo XIX para extenderse al resto de la isla.
Inobjetablemente, surgió por la fusión de la cultura y los ritmos africanos y españoles. Como antecedentes directos tuvo al «nengón», el «ñongo» y el «changüí», ritmos que se interpretaban a base de instrumentos como el tres, el bongó y el marímbuto, de procedencia puramente africana, que desembocarían en el llamado son montuno.
A la capital llegaría más tarde y con muchos tropiezos, de la mano del que posteriormente sería el Sexteto Habanero, fundadores del son tradicional. Fue vetado por la aristocracia y la burguesía, al catalogarlo como un género de negros y provincianos pobres. Incluso no se permitió en los salones de baile durante mucho tiempo. Las necesidades creativas y de renovación llevaron a que poco a poco las agrupaciones incorporaran otros instrumentos de percusión, la guitarra, la clave, la trompeta, el trombón, el piano, el bajo, incluso el violín y la flauta, en dependencia de la demanda, el formato y la intención.
Del son a la salsa, y a la timba
Con todos esos instrumentos, más inquietudes y numerosas plantillas, llegaron las bandas, las charangas y las orquestas de salsa. Dicen que hubo dos momentos primordiales de distinta naturaleza para su promoción y expansión definitiva. Primero estuvieron las trasmisiones de radio y las producciones discográficas, que acercaron este género a los hogares y las victrolas. Por otro lado, la invitación pública a la Sonora Matancera para que tocara en el cumpleaños del entonces presidente Gerardo Machado, a inicios de los años 30 del siglo pasado.
A partir de esa época inició su despegue indetenible, con plena influencia en otros ritmos cubanos como el bolero, la guaracha, el chachachá, el mambo, el pilón, la pachanga y el songo, entre otros. Después llegaría el tono más melódico de «la salsa», como etiqueta internacional y comercial para un ritmo puramente ahijado del son cubano. Posteriormente, con variantes sonoras más agresivas, veloces y estridentes, se impuso «la timba» en el escenario nacional cubano, dispuesta también a fusiones de todo tipo.
Grandes músicos y vocalistas han trascendido en la historia del son cubano. La lista sería interminable, pero valdría la pena mencionar a algunos como Benny Moré, Daniel Santos, Roberto Faz, Vicentico Valdés, Miguelito Cuní, Abelardo Barroso, Compay Segundo, Eliades Ochoa y todos sus colegas del Buena Vista Social Club, Juan Formell, Pacho y Pachito Alonso, Arsenio Rodríguez, Ñico Saquito, Ibrahim Ferrer, Celia Cruz y Miguel Matamoros. En honor a este último se realiza en años alternos en Santiago de Cuba el Festival Matamoros Son.
El son más largo del mundo
Corría el año 1996, y en la discoteca Antilla Cosmopolita de la ciudad de Barcelona se tocó y bailó al ritmo del son cubano durante treinta horas consecutivas. Esa fue la inspiración y el antecedente directo de una idea más grande. Al año siguiente y como era de esperar, la marca fue superada con creces en suelo antillano, como elemento promocional asociado a la primera edición de la Feria Internacional Cubadisco, con el patrocinio del Instituto Cubano de la Música y el sello discográfico español Magic Music.
El llamado «boom de la salsa» en Cuba y el mundo estaba en pleno declive, por lo que necesitaban una nota de impacto para revivirlo. Desde Pinar del Río hasta Guantánamo, de un extremo a otro, las principales ciudades cubanas se coordinaron para relevarse en lo que sería el son más largo del mundo, como quedó oficialmente registrado en el libro Guinness de los Records.
Durante cinco días ininterrumpidos, es decir, por 120 horas continuas la mayor isla del Caribe vibró al mismo ritmo. Miles de cantantes, músicos, técnicos y bailadores, pusieron su empeño para semejante logro. Todas las orquestas de prestigio que cultivan el son o alguna de sus variantes, se sumaron al notable evento.
La arrancada fue en el mítico Salón Rosado de La Tropical, en La Habana, con Los Van Van. Después de ellos, por los escenarios de toda Cuba desfilaron agrupaciones como Adalberto Álvarez y su Son, la Charanga Habanera, NG La Banda, Yumurí y sus Hermanos, la Orquesta Aragón, el Septeto de Ignacio Piñeiro, Original de Manzanillo, Elio Revé y su Charangón, Isacc Delgado y tantos otros de lo que más valía y brillaba en su momento.
Este fue un ejemplo clarísimo del apego social y multitudinario a:
«Un elemento distintivo de la cultura cubana en el contexto internacional, siendo el género musical más apreciado, cantado y bailado a través de nuestra historia.»
Como reza textualmente el documento constitutivo del son como patrimonio de esa nación.
A bailar con el son cubano
Aunque las variantes más novedosas permiten que se baile de distintas maneras, el son es un alegre baile de parejas, donde ambos se entrelazan en armonía, cadencia y picardía. Se dice que el hombre galantea y admira a la mujer mientras se mueve, y ella seduce y contonea su hermosura. En esencia se rigen por pasos básicos, pero también se pueden marcar pasos con libertad creativa, al estilo de las ruedas de casino que se admiran y disfrutan en los centros nocturnos.
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