Finca Vigía, la casa de Ernest Hemingway

Finca Vigía, la casa de Ernest Hemingway

Ciertas casas, como los perros, terminan por parecerse a sus amos; y a su vez las esencias de estos, después de muertos, perfuman las paredes, los muebles, las lámparas, los jarrones, libros y demás rinconcitos de dichas moradas, haciéndolas irrepetibles… deliciosamente irrepetibles. En La Habana, entre estas «casas con ángel», como suelen llamarlas, sobresale Finca Vigía, la casa de Ernest Hemingway.

Un poco de historia

Asentada en una colina, Finca Vigía fue inicialmente puesto de vigilancia del ejército español, no obstante, su historia comienza realmente en 1887, cuando un arquitecto catalán compra la propiedad, y escapa a ella para mitigar el dolor provocado por la pérdida de dos de sus hijos. Desde ese momento, y por ese acto, Finca Vigía fue sinónimo de refugio.

Salon de la Finca Vigía, el santuario de Hemingway al sur de La Habana

Y un refugio era, hasta cierto punto, lo que buscaba Martha Gelhorn, tercera «señora Hemingway», en 1939, cuando encontró en los clasificados de un periódico el anuncio de alquiler del lugar. Ella y Hemingway vivían en el Hotel Ambos Mundos, y aun les pesaban, demasiados frescos, los horrores vividos en España durante la Guerra Civil.

Basta de hoteles, basta de riesgo, basta de crisis, queremos una vida normal, parecieron clamar los esposos y alquilaron la finca. Luego Hemingway acabó comprándola en 1940 y residió en ella, entre idas y venidas por medio mundo, durante veinte años. Se fue de Cuba en 1960, y seguro hubiera regresado si la muerte no lo hubiera reclamado inexorablemente para sus dominios.

Cementerio de las mascotas en la Finca Vigía - Hemingway

Llegada al museo Finca Vigía

En 1962, pasado un año del deceso del escritor, la finca fue convertida en museo por el gobierno revolucionario cubano y, es hoy, uno de los sitios históricos más queridos de la capital cubana. Ubicada a 15 kilómetros del centro de La Habana, en el poblado de San Francisco de Paula en San Miguel del Padrón, nos ofrece, nada más avistar su entrada, toda la exuberancia y hechicería del trópico.

Oficina en la torre de la Finca Vigía - Hemingway

En apenas cuatro hectáreas de terreno, nuestros sentidos se pierden entre diversos tonos de verde, sombras y golpes de luz; y solo regresan a nosotros cuando nos acercamos a la casa-museo, y, expectantes, ávidos, descubrimos que… no podemos entrar.

Un museo ¿atípico?

Actualmente, por innegables motivos de preservación, los visitantes solo pueden ver el interior de la casa desde sus múltiples terrazas y a través de sus puertas y ventanas. Algo totalmente contradictorio, pensarían algunos, ¿qué casa puede apellidarse museo, si no se puede entrar en ella?

Mesa de trabajo del escritor en la Finca Vigía - Hemingway

Se llega, por lo general, a este tipo de museos en busca del íntimo contacto con los detalles. Los visitantes agradecen, por supuesto, que les muestren los muebles, la poltrona favorita de Hemingway o el mobiliario rústico del comedor, diseñado por su cuarta y última esposa, Mary Welsh.

También los libros tal cual él los dejó; las cabezas disecadas de animales africanos; los cuadros de Roberto Domingo, el pintor de las corridas de toros, etc. Sin embargo, son las pequeñas cosas las que dan sentido a esta experiencia: leer un título medio borroso en el lomo de un libro; acercarse con respeto a las figurillas de los estantes; examinar el filo de los cuchillos de la colección del escritor; deshilar con la vista los diversos motivos de las alfombras, y otros, otros muchos sutiles descubrimientos que ahora… ¿Es realmente imposible poderlos apreciar?

Yate Pilar en la Finca Vigía - Hemingway

El viaje a San Francisco de Paula

Ante todo, busquemos la complicidad de la brisa del mediodía a la sombra de los árboles. Dejemos que sus brazos nos acaricien, nos sequen el sudor pegajoso de Cuba del rostro y lo perfumen de fragancias; ajenas quizás, raras, tal vez… Pero nunca insignificantes, nunca incapaces de arrastrar consigo ciertos destellos de luz, sonidos, sombras o roces, espacios, e invitarnos, al fin, a hacer el verdadero viaje, ese que no necesita de la voz de un guía, o de entrar a un lugar para consumarse.

Detalles del comedor de la Finca Vigia

Le invito, si duda, a asomarse a las ventanas de la sala principal de la residencia, si dejamos ir al oído escucharemos voces, en inglés, en español, risas, alguna disputa; el frufrú que producen los cuerpos en las rechonchas poltronas floreadas, o el crujido de estos cuando se incorporan en las mecedoras de rejillas, repletas las espaldas de infinidad de pequeños círculos.

Se escucha el tintineo de las botellas de cristal, el suave escurrir de una línea de ron o un trago de whisky en un vaso; o los bufidos de los toros pintados por Domingo. Luego, si pasamos a la biblioteca, parecerá que subimos una montaña muy elevada, una montaña de más de 9, 000 libros, revistas y periódicos. Ahí también sentiremos voces, en un inglés perfecto o chapurreado, según sea el caso, los personajes de Mark Twain, Balzac, Galdós y otros autores se repiten sin cesar sus historias.

Libros del escritor en la Finca Vigía - Hemingway

Después, sigamos al comedor. El mobiliario de madera rústica, de taberna, todavía cruje bajo el peso de los comensales. Alguien entra y pone un juego de cubiertos extras por si aparece algún «caminante extraviado». De pronto, escuchamos un bramido profundo, prolongado. Si lo seguimos llegaremos al estudio, o almacén de curiosidades, y hábitat del gran búfalo caffre, cazado en Tanzania, que de tarde en tarde se despierta y reta al hombre blanco. Hemingway nunca se acostumbró a escribir allí.

Detalle del salon principal de la Finca Vigía, residencia de Ernest Hemingway en Cuba

Acto seguido, no podemos dejar de ir al cuarto de trabajo del novelista, si bien le aconsejo pasar rápido y en puntillas de pie, no sea que Hemingway nos eche a punta de escopeta por interrumpirlo en su santuario.

Una casa llena de misterios, ángeles y mucha historia

Cuarto del escritor en la Finca Vigía - Hemingway

Y así, pudiéramos continuar pues la casa posee otras estancias, misterios y mucho de leyenda que la une a otros lugares habaneros igual de mágicos: El Floridita, Cojímar, el Sloppy Joe’s, La Bodeguita del Medio, la Marina que lleva su nombre…, pero el museo ya va a cerrar, el espacio se me acaba, y esta aventura, esta aventura merece ser vivida más allá de 850 palabras.

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