Lo mejor de recorrer La Habana es armarnos un itinerario a placer, caprichoso, mover como un rompecabezas los lugares que nos recomendaron o ya conocemos. Así será otra, y a la vez la misma, con cada nueva visita. Sin embargo, para corresponder la belleza de La Habana y conocerla desde su origen, siempre prefiero comenzar el paseo por la Plaza de Armas, la primera y más importante de todas las creadas en la urbe colonial.
En el siglo XVI estaba situada entre el Castillo de la Real Fuerza y la antigua Iglesia Parroquial Mayor que en 1741 dejó de existir debido a la explosión del navío español «Invencible». Hasta allí podemos llegar recorriendo el Malecón desde el Prado, o por la hermosa Avenida del Puerto, lo mismo en autos de alquiler que en rutas locales de autobuses. La plaza se ubica en el lugar donde, hace casi medio milenio, fundaron la villa de San Cristóbal de La Habana.
El acceso ideal es por el majestuoso pórtico levantado donde la Avenida del Puerto se une a la calle O’Reilly, una de las que circunda la plaza. Había sido derruido en 1930. Sobre la puerta, construida originalmente en 1852, luce ya el escudo de La Habana, de frente al mar.
El origen del nombre
Las graves diferencias entre Gabriel de Luján, gobernador de la Isla, y Diego Fernández de Quiñones, alcaide del Castillo de la Real Fuerza, ayudaron a nombrar la Plaza de Armas. Ambos peleaban por el mando de la guarnición de la fortaleza aledaña, compuesta entonces por unos 200 hombres. La discusión parecía eternizarse, hasta que Quiñones le ganó la partida a su superior jerárquico cuando sacó la tropa a la calle y se apoderó del terreno en disputa.
Continuaron por un tiempo las tensiones, y solo concluyeron cuando se supo de la cercanía a la capital del corsario inglés Francis Drake. Ante la posibilidad de que la asaltara, Luján y Quiñones olvidaron sus discrepancias y llegaron a un rápido acuerdo para defender la ciudad.
Hoy, en el Castillo de la Real Fuerza se exponen tesoros rescatados del mar, celosamente guardados en Cuba durante años. En el año 1589 la plaza gobernada por la fortaleza adquirió la forma y tamaño actual. Desde el comienzo estuvo rodeada de los edificios más importantes de la época, entre ellos la sede los gobernantes coloniales.
El Templete
Apenas cruzamos la puerta de O’Reilly, a la izquierda encontramos El Templete, pequeña y bella edificación que simula, con estilo neoclásico, un templo grecorromano. Fue construido en el año 1828 para evocar la fundación de la villa.
En su jardín hay una ceiba, sembrada para recordar aquel árbol bajo el cual se ofició la primera misa. Allí se reúnen los cubanos para celebrar cada 16 de noviembre el aniversario de la ciudad. Me gusta seguir la tradición de dar tres vueltas a este árbol, tocarlo tres veces, lanzar una moneda y pedir un deseo. En el interior del Templete se conservan tres pinturas en las que se retratan la primera misa, el primer cabildo y una escenificación del acto de inauguración y bendición del lugar.
Palacio de los Capitanes Generales
Enfrente de El Templete, cruzando el parque de la plaza, se levanta el imponente Palacio de los Capitanes Generales. Fue inaugurado en 1791 y como la sede del régimen español en Cuba, fue el domicilio a más de 60 gobernadores. Luego de la independencia sirvió como Palacio Presidencial hasta 1920.
Actualmente funciona como Museo de la Ciudad, el más importante del Centro Histórico. Entre sus salas permanentes está La Parroquia (recuerdo de la destruida Iglesia Parroquial Mayor, que estaba en ese lugar), la Heráldica, la Pinacoteca, y la Sala de las Banderas, donde se exhiben todos los estandartes de las guerras de independencia. En su patio central se levanta la estatua de Cristóbal Colon.
Además de su historia, me gusta merodear por los alrededores del edificio porque es una zona muy tranquila. Se puede disfrutar a la sombra de la brisa que llega del mar y ver las numerosas palomas que sobrevuelan el parque. Frente a él hay una curiosa calle de adoquines de madera, donde todos los sábados las editoriales cubanas más importantes presentan sus novedades. También se pueden comprar souvenirs, libros y postales de la historia del país.
Palacio del Segundo Cabo
Es un edificio de estilo barroco situado en el costado de la Plaza de Armas que da a la calle O’Reilly. Fue construido en la década del 80 del siglo XVIII y diseñado por el mismo arquitecto español que ideó el de los Capitanes Generales. Su nombre se debe a que fue la residencia del General Segundo Cabo, Vicegobernador de Cuba. Posteriormente, acogió el Senado, el Tribunal Supremo, y hoy al Instituto Cubano del Libro.
En su portal puede verse la estatua del rey español Fernando VII, el más aborrecido de los monarcas españoles. Esta imagen de mármol estuvo colocada en el centro de la plaza hasta 1955, cuando se retiró para instalar en su lugar la del independentista Carlos Manuel de Céspedes, «Padre de la Patria» en Cuba.
La Casa de los Condes de Santovenia
En una de las esquinas del parque, la de las calles Baratillo y Obispo se encuentra la antigua Casa de los Condes de Santovenia, un enorme edificio creado a principio del siglo XVIII. En 1867 la casa se convirtió en el Hotel Santa Isabel, lujosa instalación de 5 estrellas que se mantiene funcional.
Allí puede disfrutar de un mojito o un daiquiri, oyendo música tradicional cubana, mientras comparte en Internet, por Wi-Fi, las primeras fotos de su recorrido por la ciudad.
El Museo de Historia Natural
Ya en la calle Obispo, paralela a O’Reilly, encontramos el Museo de Historia Natural. Cuando entro me imagino en una expedición a los bosques cubanos. En su interior se exhiben ejemplares de mamíferos, aves y reptiles de la Isla, y también de otras partes del mundo. Es una aventura fascinante conocer la naturaleza en medio de la ciudad.
El mejor inicio para conocer La Habana
La historia casi puede palparse en la Plaza de Armas. En el aire creemos descubrir vestigios de los acontecimientos ocurridos en el lugar durante casi 500 años: corridas de toros, autos de fe, ejecuciones, representaciones teatrales, fiestas de la realeza, torneos y canonizaciones. Rodeada por cafeterías, bares y restaurantes es el punto de partida perfecto para explorar La Habana Vieja.
Luego de recorrer sus edificaciones históricas, podemos enrumbar los pasos por la Calle Obispo, donde nos es raro encontrarse con personajes callejeros como las mujeres vestidas de blanco vendiendo maní, los tríos musicales que tocan canciones de son y guaracha, o ancianas cartománticas vestidas de vivos colores y fumando enormes puros. Todos son hijos de La Habana, ciudad maravilla, que un día comenzó a crecer desde la sombra de una ceiba.