Cuentan, que en tiempos remotos las aves del mundo, cansadas ya de tanto caos y destrucción, se fueron un día en busca de su rey El Simurg, hermoso y perfecto. Decepcionadas regresaron, después de mucho volar o caminar, al mismo sitio de donde partieron. Aquel al que buscaban no se había manifestado. Sin embargo, El Simurg ya estaba allí, y siempre estuvo. Cada ave por separado y todas a la vez eran El Simurg.
Esta fábula persa, de espiritual fragancia, bien pudo haber tenido otros protagonistas. De tarde en tarde, los animales todos se reúnen, y si escucha con detenimiento los oirá contarse chismes, solucionar querellas, enamorarse o alcanzar la iluminación, como en la fábula.
Solo tiene que elegir acertadamente el lugar. En el campo, donde errabundan despreocupados, es muy sencillo esconderse en un lugar y oírlos; pero en la ciudad el asunto se complica, a menos que…
A través de una avenida umbrosa…
En la acera norte de la Avenida Carlos III (Salvador Allende), entre las calles Luaces y Almendares, se alza un vetusto portón enrejado.
Para llegar a él, le explico, tiene múltiples vías. Si viene desde La Habana Vieja, tome la calle Reina, y entre a Carlos III. Por la calle 23, suba por G, pase el Monumento al General José Miguel Gómez y salga a Carlos III, doblando hacia la izquierda. Desde el aeropuerto José Martí, basta con que tome la avenida Boyeros y luego se incorpore a Carlos III.
Escoltado por dos imponentes pilares, desde lejos parece la entrada a una antigua casa-quinta, una de las tantas que otrora pulularon en La Habana.
Pero si se acerca a la reja pintada de verde, un extraño susurro llegará a sus oídos. No hay modo de sustraerse a este llamado, y no lo haga, déjese llevar y camine lentamente por la umbrosa avenida que se abre a sus pies.
Si la tarde viste de gris, mejor. Los fantasmas, las voces del tiempo, prefieren los días así. Gustan de juguetear entre los bonsáis o se zambullen en el estanque de las carpas. Ellos, junto al guía humano, le conducirán por este pequeño paraíso, apenas 4 hectáreas, llamado la Quinta de los Molinos.
La Quinta de los Molinos del Rey. Pidámosle al tiempo que vuelva
En sus inicios, esta propiedad de la corona española se dedicaba, de ahí el nombre, a fabricar rapé y picadura de tabaco. Dos molinos de agua trituraban las hojas de dicha planta y enviaban el resultante a la España de finales del siglo XVIII, y de allí se vendía a toda Europa.
Luego, al Capitán General Miguel Tacón se le metió entre ceja y ceja construir allí una casa de veraneo para sus semejantes debido, en parte, a la privilegiada ubicación de la finca, tan cercana al Castillo del Príncipe.
Con la derrota de España, y bajo la ocupación norteamericana, la quinta se convirtió, nada más y nada menos que en la morada de Máximo Gómez, el Generalísimo, y en casa de descanso del Ejército Libertador. Tacón debió revolverse en su tumba.
De regreso a nuestros tiempos…
La Quinta de los Molinos es hoy un parque cultural. Monumento Nacional desde 1981, es un centro ecológico que alberga un Jardín Botánico, al Museo Máximo Gómez, un Mariposario y una singular colección de pavos reales, guacamayos, periquitos australianos, caos monteros, palomas, entre otras aves. Se añaden un muestrario de moluscos, delicadas y elegantes polimitas, y otra de quelonios, jicoteas cubanas y vetustas tortugas morrocoyes, oriundas de Sudamérica.
El coloquio de las plantas
Piérdase por sus senderos. En una esquina descubrirá el árbol Bala de Cañón, una especie originaria de Costa Rica, Brasil, rarísima, solo hay cinco en la isla; en un recodo, las famosas ceibas, entre las que señorea la Enorme Ceiba centenaria.
O la Palma Real y la Palma Corcho; el árbol de Cedro, de resonancias bíblicas; la Caoba; el Jagüey Blanco, la Guara, el Jacán. Deje que los susurros del tiempo lo guíen y halle al árbol Ácana, el único árbol que aparece en las actas capitulares de la villa de San Cristóbal de La Habana. Este es uno de los árboles más apreciados de la quinta, por su carácter endémico y por ser un ejemplar único. Cuenta la historia que, en 1857, ante el peligro de perderlo debido a un nuevo proceso de saneamiento de la ciudad, los botánicos del jardín se abrazaron tenazmente a su tronco y así lo salvaron.
El coloquio de las aves
Si decide extraviarse entre semejante vegetación, es posible que se tope con las aves. Le recomiendo, si desea oír sus pláticas, que sea cauteloso. Diversas especies migratorias se dan cita cada año en la quinta, vienen a visitar a sus parientes enjaulados, a enterarse de sus alegrías y pesares.
Les dan ánimo y les preguntas si las tratan bien, si comen todos los días y se quejan de que la libertad acarrea, forzosamente, sus riesgos y sinsabores. Ese es el momento más animado en el parque.
El coloquio de las mariposas
Luego, puede visitar el Mariposario. Primero de su tipo en Cuba, es un espacio de 168 metros cuadrados, completamente cerrado por un sistema de mallas y donde se pueden apreciar una gran variedad de mariposas.
Oírlas hablar, entre las flores, quizás le cueste más trabajo. Las mariposas son como las hadas, susceptibles, especialmente reservadas y muy recelosas de los humanos. Pero si lo logra, créame, será testigo de uno de los grandes portentos de la naturaleza. Pues las mariposas, como su ciclo de vida es tan corto, no pierden tiempo y suelen contarse de carretilla, como dicen en Cuba, las maravillas del mundo, sus secretos y tumultos.
Y es tal el arrobo y la magia que provocan, que su plática parece alados surtidores de pedrería, pequeños mosaicos bizantinos o hilos de luz prontos a trenzarse en un magnifico tapiz de vida.
Y esto… apenas es el comienzo
Y basta ya de consonantes y vocales, que leerlo no es lo mismo que vivirlo. Si visita a La Habana, , comparta con otras personas este asombroso jardín tropical. Aprenda con ellas, como dijera José Martí, “el abecedario de la naturaleza”, y celebre así la supervivencia de un pedacito de mundo mejor.