Once cuadras es toda la extensión que posee la Calle Reina, una de las arterias más populares en la capital de la Mayor de Las Antillas. En pleno corazón de La Habana, antesala de las maravillas coloniales, es vía obligada para muchos en su viaje por la historia.
Conecta lo viejo y lo nuevo, la modernidad con la tradición, sirve de puente entre la amplitud de la Avenida Carlos III y las estrechas calles que serpentean hacia lo más antiguo de la ciudad. Siempre concurrida, siempre agitada, con gente que pasa sin apreciarla, mientras otros se quedan en los portales como si fuesen una parte integrante de ellos y pregonan en voz baja mercancías diversas.
Calle Reina, sus orígenes
Su surgimiento se remonta a mediados del siglo XIX, después de construida la Avenida Carlos III. Resulta que para llegar a la glamorosa avenida se hacía necesario establecer una ruta que no desluciera, que estuviera a tono y recorriera el desnivelado camino que iniciaba en el Campo de Marte, hoy Parque de la Fraternidad.
Fue así que se decidió hacer un terraplén que incluía puentes para dar tránsito a varias de las calles aledañas como Lealtad y Campanario. Al frente de las obras estuvo el ibérico Don Manuel Pastor, junto al Cuerpo de Ingenieros del Ejército. En ellas trabajaron unos mil reclusos.
Allá por el año 1844 fue remozada y denominada calle «de la Reina», en honor a Su Majestad española Isabel II. Desde entonces, todos la han conocido con ese nombre, incluso durante el periodo en que se convirtió en un sector eminentemente comercial a mediados del siglo pasado.
Un poco de todo
Reina es una calle ecléctica. Es un reto recorrerla con ojos inquisidores de principio a fin, justo desde la calle Amistad hasta la calzada de Félix Varela, más conocida como Belascoaín. Déjese llevar por su ritmo. Descubra la mezcla de razas que conforma al cubano en los rostros que pasan. Note el bullicio, el claxon de los autos en estrepitosa sinfonía…
Después dedique un momento a contemplar el entorno. No a la gente, no a los autos que pasan constantemente, no a los productos en la venta. Mire hacia los costados y mire hacia arriba. Sorprenda en medio del polvo de la vida constante, la diversidad de estilos arquitectónicos, la coexistencia de construcciones erguidas. Evidentemente, en diferentes instantes, cada una de las construcciones ha sido testigo de fragmentos diversos de la historia de la ciudad, con disímiles funciones.
En Reina conviven el Art Noveau y el Art Decó, con edificios coloniales y góticos… Lo mismo encontrará una vivienda, un gran almacén, una imponente iglesia, un parque que es nodo central del transporte citadino o un jardín casi escondido.
En lo alto, balcones derruidos que sobresalen, con bellas rejas que son en sí mismas obras de arte, grandes columnas de los más variados estilos, molduras en yeso, imponentes portones junto a sobrias y pequeñas entradas. Sorprendentes escaleras interiores con balaustradas incompletas que denuncian el esplendor de ataño, junto a un moderno inmueble.
En una esquina alguien toma un refresco, mientras un vendedor ambulante pasa con su carrito repleto de mercancías. Un niño vestido de uniforme escolar se apresura en regresar de sus estudios. Se respira vida constante a cada paso.
Una calle, muchos nombres
Como otras tantas de La Habana, la calle Reina hoy no se llama Reina, al menos no oficialmente. Se nombra Avenida Bolívar hace casi cien años, según consta en los registros y mapas. Pero una vez más la tradición popular es más fuerte que cualquier convencionalismo y Reina gobierna con su calificativo sobre todas las vías de la urbe.
Anteriormente había sido denominada Camino de San Antonio el Chiquito, porque posibilitaba el acceso al ingenio de igual nombre, o Camino de San Luis Gonzaga, por la cercanía de una ermita llamada de ese modo. Además, cuentan las leyendas que a la esquina que forma con la calle Águila muchos le decían «El Mentidero», por haber sido sitio frecuente de reuniones entre políticos.
De Aldama al Sagrado Corazón
Sorpréndase con algo más: dos magníficas construcciones levantadas en los extremos de la calle, joyas de la arquitectura de la ciudad que garantizan que sin importar por donde inicie, siempre tendrá una entrada y una salida triunfal en el recorrido por Reina.
En una punta, el Palacio de Aldama, una de las más espléndidas y emblemáticas construcciones de estilo neoclásico establecidas en el siglo XIX y persistentes aún en la Isla. Está hecha en piedra de cantería con una imponente fachada, bella y sobria, interiores con techos ornamentados, delicados frisos, audaces trabajos de carpintería y una maravillosa escalera principal con bloques enterizos de mármol de Carrara, que se complementa con lujosas barandas y adornos de bronce.
En la otra, cercana a Belascoaín, se estira casi hasta el cielo la iglesia y templo del Sagrado Corazón de Jesús, la construcción religiosa más alta de Cuba. De estilo neogótico, posee una torre de 77 metros de longitud sobre la que, a su vez, se alza una cruz de bronce de seis metros. La base está conformada por tres amplias naves de inmensas ventanas, hermosas vidrieras y columnas interiores, según el diseño propuesto por los padres jesuitas. Por sí sola, esta iglesia justifica una visita a la calle Reina, anticipo de las maravillas que esconde su vecina Habana Vieja.
Reina a mitad del siglo XX
Según el investigador cubano Ciro Bianchi, en 1958 Reina ostentaba 17 tiendas, 13 joyerías, diez peleterías, seis casas de venta de efectos electrodomésticos, dos mueblerías, una locería, una colchonería y tres sastrerías. Entonces merece la pena desandar la historia entre portales, columnas y el ir y venir de su gente ¿Quién se podía negar a recorrerla?