Cuando nos detenemos justo a la entrada de la bahía de La Habana, en el extremo este de la céntrica avenida Malecón, estamos en áreas del castillo de San Salvador de La Punta. Es una majestuosa obra arquitectónica que se resiste a perder el peculiar encanto que le acompaña desde hace siglos. Existen sobradas razones para intuir que la fortaleza parece estancada en el tiempo, a pesar de los nuevos aires que intenta imprimirle la voluntad humana contemporánea.
La Habana de piratas y corsarios
Hacia el siglo XVI, el puerto de La Habana era sitio de paso para los barcos que atravesaban el Atlántico, provenientes de Europa, en busca de la prosperidad que prometían las tierras del Nuevo Mundo. La afluencia permanente de comerciantes, viajeros e inmigrantes, garantizaba la presencia de mercancías que entraban o salían de los almacenes, por lo que la bahía habanera estaba expuesta a los ataques de piratas y corsarios provenientes de naciones enemigas de España.
Esa dura realidad a la que se arriesgaban sobre todo los habitantes de la entonces floreciente urbe, obligó a la Corona Española a ordenar la fortificación de la ciudad. La disposición se materializó con la construcción del Castillo de los Tres Reyes del Morro, el Castillo de la Real Fuerza y el Castillo de San Salvador de la Punta. Surgió así la primera red de defensa de la capital ultramarina, símbolo del señorío ibérico en el Caribe.
Fue Bautista Antonelli, un ingeniero militar italiano al servicio de los reyes, quien estuvo a cargo del diseño y construcción del fuerte, hasta que falleciera en 1616. Antonelli no pudo ver terminada su obra, pues la ejecución demoró desde 1589 hasta 1630. Al parecer, problemas con el presupuesto y desacuerdos entre el ingeniero y algunos funcionarios de la Isla, la retrasaron por cuatro décadas.
Sin embargo, San Salvador de La Punta demostró que los esfuerzos invertidos en su edificación no fueron en vano. Desde sus inexpugnables murallas de piedra maciza, anónimos soldados defendieron a La Habana de los intrusos. Se dice que durante la toma de la ciudad por los ingleses en 1792, desde este recinto se libraron cruentas batallas contra El Morro, después que fuera ocupado por tropas enemigas.
Por su importancia estratégica, esta mole de forma poligonal no tardó en convertirse en uno de los símbolos heráldicos incluidos en el Escudo de La Habana, junto a los castillos de El Morro y de la Real Fuerza. Aún en nuestros días pueden admirarse esos tres elementos en la actual insignia de la ciudad, que descansan sobre un fondo azul, encima de la llave dorada que posiciona a La Habana como “Llave del Nuevo Mundo”.
Joya de la arquitectura militar española
Han quedado en la desmemoria los nombres de aquellos obreros que trabajaron en la construcción del castillo. La labor debió ser ardua. De sol a sol debió esculpirse, cavarse y dar forma a las cúpulas y pabellones. La obra debía quedar compacta, para durar por siempre.
Tres torres resguardan los costados. Dos miran al mar y una a la tierra. Se dice que en 1601 se demolió un cuarto baluarte, y luego de las batallas por resguardar La Habana de los ingleses, San Salvador de La Punta fue reconstruido.
La entrada principal se ramifica abriendo paso a varios salones interiores. Mientras se transita por ellos puede respirarse la humedad de la piedra, sentirnos pequeños y oprimidos bajo las cubiertas abovedadas, algunas de ellas con respiraderos, en dependencia de la función que tuvieran antaño. Al tacto, persiste sobre las manos la tosquedad y aspereza de la roca.
El segundo piso ostenta un local, techado en madera y barro, que albergaba al regimiento de guardia. Un foso de escasa profundidad rodea el castillo; sin embargo, todavía pueden verse los reductos de una serie de canales subterráneos que transportaban el agua desde el Río Almendares a través de la Zanja Real, primer acueducto construido en la Isla, también por el ingeniero Antonelli.
Museo San Salvador de La Punta
El tiempo ha transcurrido y en nuestros días San Salvador de La Punta es uno de los principales encantos culturales y arquitectónicos de La Habana. Sin embargo, a lo largo de su historia ha cumplido diversas funciones. A fines del periodo decimonónico y durante poco más de la primera mitad del siglo XX, acogió instituciones asociadas a la marina de guerra.
Fue sede de la Escuela de Milicias desde 1959 e Instituto Cubano de Hidrografía durante los posteriores años 70, hasta que a fines de esa década comenzaron los primeros trabajos de restauración. Estos se acrecentaron cuando en 1982 La Habana Vieja fue declarada por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad. Justamente veinte años después, en el mes de abril de 2002, se inauguró el actual museo.
Tres salas conforman la exposición permanente. Una dedicada a la historia de la fortaleza, muestra los documentos, cartas, disposiciones y planos que avalaron su construcción, así como piezas encontradas en excavaciones durante los trabajos de rehabilitación y conservación.
Otra estancia remite a la historia de la ingeniería naval en Cuba, mediante la exhibición de dibujos, grabados y diseños de barcos en miniatura resguardados en las vitrinas. Pero quizás el mayor atractivo se encuentra en el tercer recinto, conocido como la Sala del Tesoro, cuya apertura fue posible gracias a los descubrimientos arqueológicos acontecidos en los fondos marinos allegados a la bahía. La exposición está conformada por fragmentos de oro y plata, prendas, piedras preciosas, cerámica y utilería proveniente de los pecios explorados.
En los alrededores del Castillo de la Punta
Un parque ubicado en la explanada de San Salvador de la Punta sirve de reposo a caminantes y admiradores del mar o del paisaje urbano costero. Cañones antiguos ubicados frente al Morro contribuyen al decorado exterior. En este sitio se ubica desde junio de 2016 el monumento y la placa conmemorativa que avalan a La Habana como Ciudad Maravilla del Mundo Moderno.