De cara a la bahía de La Habana, en el costado de la Plaza de Armas que da al mar, se encuentra el Castillo de la Real Fuerza, la fortaleza más antigua de Cuba y de toda América. Desde 2008, radica allí un museo sobre la historia del fuerte y la ciudad vieja y sus conexiones con el antiguo Imperio Español.
Podemos llegar recorriendo el Malecón desde el Paseo del Prado, o por la hermosa Avenida del Puerto, lo mismo en autos de alquiler que en rutas locales de autobuses. La fortaleza es ejemplo de la arquitectura militar en tiempos del dominio español en el Caribe. El baluarte fue edificado entre 1558 y 1577, en el mismo lugar donde se encontraba un fuerte destruido, tres años antes, por corsarios franceses.
Castillo de la Real Fuerza, una historia convulsa
En 1555 el francés Jacques de Sores saqueó e incendió La Habana tras derrotar a sus escasos defensores. Para proteger la floreciente colonia de los ataques de piratas, corsarios y ejércitos extranjeros, el rey de España envió en 1558 a Bartolomé Sánchez, quien proyectó un castillo con una torre descomunal de 195 metros. Tras más de 20 años de intensos trabajos el imponente Castillo de la Real Fuerza estaba terminado.
Aunque su situación estratégica no era la mejor, porque se encontraba demasiado dentro de la bahía, logró resistir varios ataques externos y se erigió como uno de los estandartes de la defensa de La Habana.
Gabriel de Luján, gobernador de la Isla, y Diego Fernández de Quiñones, alcaide del Castillo de la Real Fuerza, pelearon por el mando de la guarnición de la fortaleza, compuesta entonces por unos 200 hombres. La discusión parecía eternizarse, hasta que Quiñones le ganó la partida a su superior jerárquico cuando sacó la tropa a la calle y se apoderó del terreno en disputa.
Continuaron por un tiempo las tensiones, y solo concluyeron cuando se supo de la cercanía a la capital del corsario inglés Francis Drake. Ante la posibilidad de que la asaltara, Luján y Quiñones olvidaron sus discrepancias y llegaron a un rápido acuerdo para defender la ciudad.
De enclave militar a museo
Durante cerca de dos siglos, el castillo fue la residencia del Gobernador General. Hoy alberga al Museo de la Fortaleza o Museo de la Real Fuerza, donde se exhiben tesoros rescatados del mar, celosamente guardados en Cuba durante años.
En la colección se exhibe una bella maqueta de la fortaleza que ilustra su evolución. También exponen diversos objetos que datan desde el siglo XVI hasta el XVIII, relacionados con la vida y las funciones del castillo.
Hay 14 espacios con dos temáticas fundamentales interrelacionadas: la arqueología subacuática y la historia de la construcción naval. La idea es potenciar la diversidad museográfica con hallazgos arqueológicos en pecios, el modelismo naval y la recreación de la vida a bordo de los antiguos navíos españoles. Guiándose por señales que rememoran los mástiles de madera de las antiguas naves, podemos acudir a los complementos informativos para transitar por los espacios expositivos.
Además, se pueden conocer antecedentes de la navegación en el Caribe, la historia de las construcciones navales desde el siglo XVII, una muestra de las herramientas para trabajar la madera, usadas por comunidades aborígenes cubanas, y los resultados de las investigaciones que en Cuba se han acometido en el campo de la arqueología subacuática.
El barco colosal
En otras de sus salas se muestran instrumentos de navegación y diversos modelos navales como el del Santísima Trinidad, botado al mar en el Real Astillero de La Habana en 1769 y bautizado con el sobrenombre de «El Escorial de los Mares».
Fue en su época el barco de línea más grande del mundo, con 53 metros de quilla, 60 de eslora, cuatro puentes, más de 140 cañones y casi 1,000 marinos.
Durante la Batalla de Trafalgar fue el buque insignia de la flota española y resistió durante horas a los navíos ingleses Neptune, Leviatán, Conqueror, África, Prince y Victory (el barco del almirante Nelson). Se hundió cuando era remolcado a Gibraltar como trofeo de guerra.
Una amante eterna habita el castillo
En el Museo se conserva «La Giraldilla», escultura de bronce fundida en 1632 por Jerónimo Martínez Pinzón. Su modelo fue Inés de Bobadilla, esposa de Hernando de Soto, séptimo gobernador de Cuba y explorador de la Florida. Cuenta la leyenda que Inés subía todos los días al torreón esperando ver el barco que trajera de vuelta a su amado.
Sin embargo de Soto nunca regresó. Incluso cuando se supo que había muerto explorando el río Mississippi, ella siguió esperándolo desde lo alto de la fortaleza durante el resto de su vida, convirtiéndose en un símbolo del amor eterno.
La torre oeste es conocida popularmente por el nombre de «La Espera» en honor a Inés, y La Giraldilla se ha convertido en uno de los mitos favoritos de los habaneros y en emblema de la capital, que también puede verse en las etiquetas del ron Havana Club. La atalaya está coronada por una aguja piramidal, en el extremo de la cual se encuentra una copia de La Giraldilla original.
Zona privilegiada para comenzar un recorrido de ciudad
El Castillo de la Fuerza se caracteriza por una simetría perfecta, propia de la arquitectura renacentista del siglo XVI. Está ubicado en una zona que es un punto de partida para explorar La Habana Vieja, rodeada por cafeterías, bares y restaurantes.
La fortaleza comparte sitio con las construcciones más importantes de la época colonial, entre ellos el Palacio de los Capitanes Generales, antigua sede de los gobernantes españoles y hoy Museo de la Ciudad. También se encuentran cerca El Templete, pequeña edificación construida en el año 1828 para evocar la fundación de la villa; el Palacio del Segundo Cabo, de estilo barroco; la «Casa de los Condes de Santovenia», convertida en el lujoso Hotel Santa Isabel o el Museo de Historia Natural.
La historia casi puede palparse en esa zona. En el aire creemos descubrir vestigios de los acontecimientos ocurridos en el lugar durante casi 500 años.