Sin acumular cantidades migratorias impresionantes respecto a sus vecinos, los castellanos en Cuba hicieron un gran aporte a la economía y la nacionalidad cubana desde el propio «descubrimiento» en 1492. En los primeros tiempos imperaron los flujos de militares y civiles encargados de la logística para el ejército, pues sólo los súbditos de la Corona de Castilla, y sus alrededores, estaban autorizados para pasar a las Indias a establecerse o comerciar con aquellos territorios.
A pesar de eso, hasta inicios del siglo XX la región de Castilla y más o menos León, no entraban en las grandes estadísticas de emigrantes. Como dijera un estudioso, tiempo después también fueron víctimas de un contagio psíquico en los viajes a América, sobre todo utilizando los puertos gallegos.
«Eran colonos, pequeños propietarios y cultivadores aguerridos (…) que sin orientación, sin rumbo, en total inconsciencia, se marchaban para mejorar.»
Los gobiernos cubanos hicieron propaganda, ofreciendo incluso concesión gratuita de terrenos, en contra de las leyes ibéricas imperantes.
Pero ya desde 1840 se había notado un aumento del interés por fungir de jornaleros en los campos cubanos de caña de azúcar, con el espíritu de la repoblación blanca en Cuba y el gran crecimiento del mercado mundial para el dulce producto.
La mano de obra esclava daba muchos dividendos en el azúcar pero se hacía insuficiente para un crecimiento sostenido y necesario de la productividad. Hubo reticencia de las autoridades castellanas para permitir un éxodo masivo, ya que lo evaluaban igualmente como esclavitud.
Así, avanzado el tiempo, se impusieron los contratos para la «emigración golondrina» gracias a los ciclos inversos de cultivo entre Cuba y España. Viajaban hacia la mayor isla caribeña muchas veces con sus familias para trabajar durante la zafra azucarera y, en primavera, cuando llegaba el llamado tiempo muerto, regresaban a la agricultura de su tierra con una estacionalidad laboral bien marcada.
Las mujeres colonas trabajaban directamente en el campo o como domésticas. A simple vista, esa es una de las explicaciones por la cual no se asentaron más castellanos al otro lado del Atlántico. Para 1933, el censo de población arrojó la fuerte presencia de 22 mil 710 castellanos radicados en Cuba, incluyendo a los provenientes de Santander.
El castellano más famoso
El celebérrimo segoviano y adelantado Diego Velázquez de Cuéllar fue el primer Gobernador de Cuba entre 1511 y 1524. Fundó las siete villas primigenias durante la conquista y colonización del archipiélago antillano, que después se convertirían en varias de sus principales ciudades: Nuestra Señora de la Asunción de Baracoa, San Salvador de Bayamo, Santiago de Cuba, Santísima Trinidad, Santa María de Puerto Príncipe o Camagüey, Sancti Spíritus y San Cristóbal de La Habana.
La comunidad castellana
El director de «La Voz de Castilla», el periodista Fidel Sosa, impulsó que, en 1885, se constituyera en La Habana la Sociedad Castellana de Beneficencia.
Por su parte, el Centro Castellano fue fundado en 1909 con el objetivo de entretener y facilitar el bienestar y la ayuda mutua entre los compatriotas, mantener unidos y vivos los lazos con la tierra originaria, los sentimientos de nostalgia y apego a las tradiciones culturales, con gran flexibilidad hacia todos los españoles sin distinción.
Actualmente, el trabajo de esta sociedad también otorga una modesta ayuda financiera a los residentes, quienes como beneficiados hace unos años pidieron que se les rebajara la renta per cápita para ayudar a más personas, en soberbio acto solidario.
Años después de fundadas la sociedad y el centro, para cuidar de la salud y brindar asistencia sanitaria a sus asociados, fundaron la Quinta Castellana, localizable aún hoy en la Calzada de 10 de Octubre, entre las calles Maceo y Rivera.
Es conocida simplemente como «La Castellana» y se convirtió en una clínica especializada en enfermedades o discapacidades mentales para la infancia, única instalación de su tipo en el país caribeño. En sus inicios se llamó Santa Teresa de Jesús, en homenaje a la venerable monja y escritora abulense, y se celebraba todos los años un festival nombrado «Un día en Castilla», para recaudar fondos en beneficio del hospital.
Muchos de los antepasados que un día cruzaron el océano para no regresar y algunos de sus descendientes, descansan eternamente en el Panteón de la Sociedad Castellana de Beneficencia del Cementerio de Colón, un espacio que, además, ha otorgado cabida a otros españoles en Cuba sin militancia asociativa.
Colaboración internacional
Varios objetos de obra con gran impacto social en La Habana han sido el resultado de la colaboración internacional desinteresada, como el Centro de Atención al Adulto Mayor, ubicado en la calle Oficios número 260, entre Muralla y Sol, con el aporte de la Junta de Castilla y León.
Otro ejemplo de este proceso es la Escuela Primaria El Salvador, establecida en la calle Brasil, entre Habana y Compostela, y restaurada gracias a la asistencia de la Fundación del Patrimonio Histórico de Castilla y León, y de otras diputaciones ibéricas, con la franca intención de recuperar y perpetuar una estrecha relación con el país que siglos atrás recibiera a sus sacrificados y emprendedores hijos.
Castellanos en uno y otro bando
Durante las guerras de independencia que se libraron en Cuba entre 1868 y 1898, participaron alrededor de doscientos castellanos y leoneses con el Ejército Libertador, como muestra de pleno arraigo y complicidad con la causa cubana, mientras que decenas de miles cumplieron órdenes en el Ejército Expedicionario Español, de los que perecieron unos seis mil.