Una nueva ciudad, nuevos caminos, horizontes, la posibilidad de descubrir sensaciones insospechadas… Eso le espera al viajero que se adentra en la realidad de Cuba. Luego de mis experiencias puedo concluir que en este país, más allá de los estereotipos y las fotografías con que lo venden, se pueden encontrar esas pequeñas cosas que dan nuevos sentidos a la vida, esas experiencias que hacen que tantos deseen regresar, las que culminan con una gran sonrisa en nuestro rostro.
Pero empecemos, sin tanta apología, porque seguro estarán cansados de escucharlas. Una semana teníamos en Cuba y el objetivo era llenar vacíos, conocer al máximo la isla. Habíamos estado hace un año aquí, pero solo por tres días. Llegando a La Habana, nos fuimos a Holguín para practicar kitesurfing con unos amigos. Fue divertido, pero desde aquel viaje fugaz, decidimos volver.
Un desvío hacia Cienfuegos…
Esta vez estaríamos dos días en La Habana, uno en Viñales, dos en Trinidad y dos en Santiago de Cuba. Para una semana estaba bien. La Habana realmente es pintoresca, llena de contrastes y en el poco tiempo que la visitamos nos encantó, sobre todo sus seductoras y alegres noches. Viñales, por otro lado, fue un regalo para la vista, aunque muy rápido y apresurado para seguir nuestro viaje a Trinidad.
En esta villa colonial encontramos una historia muy rica, contada fundamentalmente por sus casas, majestuosas mansiones, muchas convertidas en museos, restaurantes, bares o casas de alquiler. Pero todavía no llegaba a sentirme plenamente en estos lugares. A veces tenía la sensación de estar en un ambiente demasiado turístico para mi gusto.
Durante la segunda noche en Trinidad, conversamos un rato con una pareja de holandeses que nos comentaron su viaje por Cuba y su paso por la ciudad de Cienfuegos, una ciudad que muchas veces no se incluye en el clásico recorrido turístico de las agencias y paquetes de viajes. El placer con que recontaban su estancia en Cienfuegos nos hizo cambiar el clic. Debíamos desviarnos y visitar la ciudad. Fue una decisión que cambió por completo todo.
Dos días en Cienfuegos
Enseguida reservamos un bus en la terminal de Vía Azul de Trinidad, para nosotros una de las vías más cómodas y rentables de recorrer el país. Partimos al mediodía hacia Cienfuegos y en unas dos horas ya estábamos allí. La pareja que conocimos la noche anterior nos sugirió una «casa particular», Vista al Mar, en Punta Gorda. Llegamos y rápidamente su dueña, Gertrudis, nos acomodó y preparó un excelente batido de mamey, fruta cubana que no conocía y que resultó ser una delicia tropical que recomiendo a todo el que viaje a Cuba.
Dejamos nuestras pertenecías y salimos a caminar. Resulta que Cienfuegos es la capital de la provincia del mismo nombre, y fue fundada a inicios del siglo XIX por colonos franceses. De ahí la disposición de sus calles y su arquitectura fundamentalmente neoclásica. La zona donde nos alojamos, Punta Gorda, es uno de los extremos de la ciudad que se distingue por su tranquilidad y sus elegantes casas y construcciones.
Inmediatamente nos dimos cuenta que estábamos en un sitio muy diferente a los anteriores. Un aire de paz inundaba la ciudad y su gente. Caminamos por la calle principal de Punta Gorda hasta llegar al Malecón de Cienfuegos. Aquel tenía una apariencia tan elegante y serena que tuvimos que sentarnos un rato. Ese fue el primer momento en que sentí una paz total, me alejé de la realidad para insertarme en aquella que me contaban las tranquilas aguas de la Bahía de Cienfuegos, donde a ratos veíamos pequeños cardúmenes saltando de una lado a otro, o barquitas de pescadores a lo lejos.
Aquello fue como un soplo de aire fresco, la entrada a otra Cuba. Seguimos caminando por todo el Malecón hasta encontrarnos con el famoso Paseo del Prado cienfueguero, distintivo por los colores pastel de sus construcciones aledañas y sobre todo por su limpieza. Comparado con todos los lugares que habíamos visitado, aquel era el más limpio; después supimos que era algo que siempre ha distinguido a la ciudad.
El paseo nos llevó directamente a la escultura del conocido músico cubano Benny Moré, uno de los más grandes y queridos intérpretes del país en el pasado siglo. Es una tradición tomarse una foto con este personaje convertido en todo un símbolo de la ciudad. Pues lo hicimos, sobre todo porque con solo caminar un par de kilómetros, ya estaba de acuerdo con la frase célebre de una de sus canciones:
«Cienfuegos es la ciudad que más me gusta a mí.»
Continuamos por el boulevard hasta llegar al centro histórico, el Parque José Martí y las edificaciones que lo rodean. Este fue declarado Monumento Nacional en 1982 y Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO en 2005. Majestuosos edificios lo acompañan, que saltan a la vista por su excelente conservación, como el Teatro Tomás Terry, el Palacio de Gobierno, el Museo Provincial y el Arco de Triunfo. Este último me llamó la atención, único de su tipo en el país.
Decidimos entonces ir a cenar en un restaurante que habíamos señalado justo en el Paseo del Prado, casi al comienzo del Malecón. Ahora no podría recordar su nombre, pero sí su excelente vista desde la terraza y su pescado fresco.
Regresamos a la casa de alquiler con una sonrisa abierta. Al otro día, decidimos ir a la playa, ya que no lo habíamos hecho durante el viaje. Pero primero nos sorprendió el hermoso patio trasero de la casa que daba directamente al mar, con un pequeño muelle de madera y una vista incomparable.
Por 10 CUC rentamos un taxi hasta Rancho Luna, para muchos una de las mejores playas del sur. Para nuestra suerte, no había mucha gente y pasamos un día muy agradable, tomando el sol entre cocteles y baños cálidos. Se dice que sus aguas son de las más calientes del país.
Al regresar, Gertrudis había preparado una modesta reunión familiar de domingo, así que nos pareció excelente quedarnos a conversar. Aquella fue una de las experiencias más interesantes que vivimos. Tuvimos la oportunidad de charlar de muchos temas, de conocer más el país, la gracia de los cubanos. Nos contaron las peculiaridades de Cienfuegos y por qué es tan diferente a otras ciudades del país.
«Cienfuegos es la ciudad que más me gusta a mí»
Podíamos quedarnos dos noches, así que no pudimos recorrer mucho más. Solo dimos algunas miradas mientras paseábamos al Palacio de Valle y al Cementerio de la Reina, cuando volvíamos de Rancho Luna. Sin embargo, la paz que sentimos en Cienfuegos nos hizo sentirnos privilegiados de estar allí. Puede sonar demasiado romántico, pero necesitábamos alejarnos de lo típicamente turístico, del bullicio y el ajetreo, y la llamada «Perla del Sur» fue el sitio ideal para ello. El plus, fue conocer amistades cubanas y vivir un poco su cotidianidad y sus costumbres, sin sentirnos tan diferentes.
Cienfuegos nos abrió amablemente sus puertas y nos contó su historia. Ahora los deseos de volver a Cuba se acrecientan, sobre todo a sitios como este, distintos, relajantes y especiales.