Los cubanos no pueden vivir sin café. Hasta el que menos toma, siempre tendrá un momento del día para beber una tacita de la aromática y oscura infusión. Tenga por seguro que en un hogar de la Mayor de las Antillas, como muestra de cortesía y hospitalidad, lo primero que harán para darle la bienvenida será proponer «una coladita de café».
Esta bebida es inseparable de la identidad de los habitantes de la isla, por algo una canción popular muy conocida, cantada por el gran Bola de Nieve dice:
«Ay Mamá Inés,
ay Mamá Inés
todos los negros
tomamos café»
Por eso es tan atractivo un recorrido por los lugares donde, en la colonia española y aún hoy, fue cultivada la planta, que produce el cotizado grano, por expertos migrantes franceses. La región de Santiago de Cuba guarda no pocos secretos sobre el café cubano, entre ellos joyas arquitectónicas vinculadas a esta industria y establecimientos donde disfrutar de un buen «buchito».
Un sorbo de historia con origen francés
Al español Don José Gelabert se le reconoce el mérito de introducir en Cuba las primeras plantas del arbusto del cafeto, en el siglo XVIII. Pero fueron los franceses, hacia finales de esa misma centuria, quienes se convirtieron en los reyes del café de la Mayor de las Antillas. ¿Cómo sucedió?
Debido a la Revolución Haitiana de 1871, numerosos colonos galos emigraron al oriente de Cuba. Allí encontraron el terreno montañoso de la Sierra Maestra y el clima, propicios para el cultivo del producto que tan bien conocían. La destrucción por la guerra de la producción de café en Haití, convirtieron a Cuba en el primer exportador mundial a comienzos del siglo XIX.
Los franceses, que luego de la invasión napoleónica a España (1808) no fueron bien vistos tampoco en Cuba, se apartaron de la gran sociedad colonial y construyeron hermosísimas y productivas haciendas, ubicadas principalmente cerca de la Gran Piedra. Dejemos el dato por el momento, que ya llegaremos hasta esos lugares.
Por ahora es interesante saber que en la zona entre Santiago de Cuba y Guantánamo hubo más de 170 cafetales (139 del municipio santiaguero). Muchos de ellos preservan las ruinas de las únicas edificaciones de ese estilo que se conservan en el Caribe, luego de la destrucción de las haciendas haitianas, exponentes de la mezcla de los modelos constructivos franceses e hispánicos.
Las fincas estaban integradas por numerosas construcciones como albercas, represas, almacenes, enfermerías, secaderos de café, hornos, barracones de esclavos, puentes, tanques de fermentación, hornos de cal, canales de acueductos e iglesias, entre otras. Todos estos asentamientos y el sistema de caminos creados por los franceses para comunicarlos, han sido catalogados como maravillas arquitectónicas e ingenieriles, dado el difícil relieve montañoso donde se ubicaron.
Primero a la Casa Dranguet, en la ciudad
Toda la historia que he narrado sobre los colonos franceses puede conocerse en la Casa Dranguet, ubicada cerca del hermoso y céntrico parque Céspedes de Santiago de Cuba. Es un lugar imprescindible en la ruta del café y desde allí mismo se organizan excursiones a los emplazamientos rurales.
La vivienda colonial, muy bien restaurada y de interés patrimonial, fue propiedad del hacendado Don Carlos Dranguet. Hoy es sede del Centro de Interpretación y Divulgación del Patrimonio Cultural Cafetalero, creado con apoyo de la Unión Europea, la Fundación Malongo y la Oficina del Conservador de la Ciudad de Santiago de Cuba.
Es muy agradable sentarse en el patio central, a degustar un humeante y fuerte café, y comprar algunos paquetes de los mejores producidos en la isla, como el Turquino, Arriero y Cubita. Este es uno de los mejores lugares de la urbe donde se prepara, y además puede ser que se encuentre con algún evento cultural de interés como la jornada «Paisaje Cultural Cafetalero: un patrimonio para el futuro» (diciembre) y en verano el coloquio «Lo francés en Cuba y el Caribe» como parte del Festival del Caribe.
En la Casa Dranguet también hay una biblioteca de textos impresos y digitales sobre la cultura cafetalera y la presencia francesa en Cuba.
La hacienda Isabelica
Uno de los cafetales mejor conservados es La Isabelica, donde sobresale su vivienda con típicos espacios como el «two parlor», que surgen de la comunicación, mediante arcos triunfales de madera, del salón recibidor de gala y otra sala más íntima. Eran los lugares de tertulias y bailes magníficos, famosos en la zona.
Se preservan elementos auténticos como la casa señorial, la cocina y el almacén, así como partes de la industria como los secaderos y la tahona.
Desde 1991 La Isabelica es considerado un Monumento Nacional, junto al conjunto de cafetales franceses de la zona, y fue el primer museo hecho en el oriente de Cuba luego de la Revolución del 59. Allí, rodeados de una exuberante naturaleza, conoceremos de la siembra y cosecha del grano en la Sierra y las técnicas de los colonos franceses, así como objetos cotidianos de hace más de doscientos años. Por supuesto: no falta el delicioso café, este preparado de forma tradicional desde su cultivo hasta llevarlo a su mesa.
En la Gran Piedra
Ascender la Gran Piedra es casi un rito para los amantes del senderismo y la historia de estos parajes naturales. Es la roca gigante a mayor altura del mundo (1274 metros sobre el nivel del mar), ponderada en los Récord Guinness. Es un mirador natural que permite atisbar el paisaje que sirvió de cobija para los reyes del café.
Además de La Isabelica, otras muchas haciendas se ubican en las cercanías de la Gran Piedra, desde donde se ven algunas plantaciones. Esta área fue reconocida por la UNESCO como Paisaje Arqueológico de relevancia, pues se encuentran 111 de las 171 ruinas que integran las primeras plantaciones cafetaleras en el Sudeste de Cuba.
Un viaje hasta la enorme roca puede combinarse con una visita al jardín botánico Ave del Paraíso, ubicado en las ruinas del Cafetal La Siberia, sitio excelente para el agroturismo donde aprender a preparar canteros, sembrar posturas, cuidar y podar las plantas.
También ha de llegarse hasta la Tumba Francesa La Caridad de Oriente, cultivadores de ese género declarado Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad en 2003. Esta es una expresión musico danzaria que surgió entre los esclavos de las plantaciones de café, provenientes Haití. Se agrupaban en sociedades nombradas como sus colonos y otras figuras importantes de la sociedad francesa. Hasta hoy, en la zona hay cubanos descendientes de aquellos, con apellidos Vennet o Danger.
Más sitios impresionantes
Es increíble todo lo que puede conocerse por la ruta del café. También están las fincas Fraternidad, Santa Paulina, San Juan de Escocia y San Luis de Jacas, entre otras. En La Fraternidad, actualmente se trabaja restaurándola y es posible conocer arqueólogos y especialistas en la cultura cafetalera.
En Santa Paulina encontramos la maravilla del cultivo en terrazas, como adaptación topográfica. Allí sabremos del ingenio de los franceses, quienes aprovecharon todos los terrenos que tenían a mano para sembrar café. En las ruinas de San Luis de Jacas, destaca un gran sistema hidráulico de 28 arcos de tipo carpanel.
Preparar un buen café cubano y recordar su historia
Por si no sabe hacerlo aún, le digo que para una «colada» estándar (al método criollo tradicional) necesita 60 gramos de polvo de café y 300 ml de agua. Cuando esté caliente el agua en un jarro metálico añada el polvo negro y revuelva hasta que esté en hervor. Se pasa por la manga o colador (un lienzo dispuesto en forma de cono y atado a un aro) y ya en la tetera se endulza con miel, azúcar blanca o morena. Así lo hacen los campesinos cubanos, pero el mismo principio se aplica a una cafetera o una máquina automática.
Mucha historia y tradición se esconde en un sorbo de café. Luego de viajar y conocer la ruta del café en Santiago de Cuba, no me cabe dudas que el próximo que pruebe o prepare la sabrá distinto. ¡Para bien!