Recuerdo que mi primera visita a Cienfuegos fue deslumbrante. La ciudad en sí misma me atrapó de forma tal que quería verlo todo, sin dejar tiempo para conocer los cómo y porqué que acompañan a cada sitio. Necesitaba un regreso, más sosegado, que me permitiera entender su historia y su gente. Así que regresé.
Con detenimiento visité los lugares que quise atrapar en mi recuerdo durante el primer viaje. Por supuesto, la premura me traicionó y heme aquí desandando las calles cienfuegueras, limpias, perfectamente dibujadas, señoriales.
Volví al Cementerio Tomás Acea y deambulé por entre sus construcciones para el descanso eterno, reconocí personajes, me acerqué a sus historias pasadas y sufrí su adiós perpetuo.
Recorrí de punta a cabo el Prado ciengueguero, abracé a Beny Moré, froté su bastón y le pedí que me acompañara en mi viaje por la ciudad para descubrir los secretos que de seguro me harían repetir, como él, que Cienfuegos es la ciudad que más me gusta a mí.
Sentí la magia del Palacio de Valle cuando traspasas el umbral de su puerta. Porque mágicos son sus finísimas pinturas en cristal, los increíbles barandajes de la escalera, los mosaicos que guardan cada pisada de antaño y ahora, los espejos biselados, las tallas en sus puertas, la cerámica de aquí y allá, porque parte de la historia del mundo está en esta construcción. Y me fui hasta la terraza, tomando pequeños sorbos de un Mojito bien cubano, para ver una puesta de sol única, irrepetible como suele Cienfuegos mostrarse a todo el que la escudriñe.
Enfrente el bello Malecón que, sin ser segundo del habanero, pide a gritos que lo recorran para contar historias de pescadores, regatas y algún que otro cuento que descendió de las montañas del Escambray después de llover.
Y cuando repasé todos esos sitios que antes me fascinaron, descubrí a Jagua. No me había percatado de que ese nombre se repetía por toda la ciudad: en el nombre de la villa, un castillo, el principal hotel y hasta un campismo. Surgían otras historias para descubrir en Cienfuegos, lugares con un mismo nombre que trazaron una suerte de ruta a seguir en esa hermosa urbe del centro de Cuba.
Jagua tiene su propia leyenda
«Tradiciones y leyendas» es una recopilación de narraciones populares asociadas al surgimiento de la ciudad de Cienfuegos, escrito por Adrián del Valle en el año 1919. Por supuesto que lo consulté y entre tantas historias de origen aborigen estaba aquella que describe el origen de Jagua.
Hablaba de Caunao, el segundo hijo de Guanaroca y Hamao. Con el paso de los años, se convirtió en un adulto que pronto sintió la soledad y la necesidad de una compañía. Buscaba insistentemente una mujer pero no existían otras, solo su madre Guanaroca.
En su constante vagar encontró un hermoso árbol con una gran copa repleta de frutos. Su agradable aroma llamó su atención, tomó algunos y los probó. La gran cantidad de semillas y el sabor de su masa le hicieron recoger muchos otros. Mientras los agrupaba un rayo cayó sobre el montón y de este surgió una hermosa mujer.
La joven era un regalo enviado por Maroya, la diosa de la noche, quien había complacido los deseos de Caunao, como tiempo atrás había hecho con su padre Hamao enviándole a Guanaroca. La muchacha se nombró Jagua, que en lengua aborigen significa riqueza, mina, manantial, fuente y principio. Y por supuesto, cuenta la leyenda que de esa unión, surgieron los primeros pobladores de la región.
Ese era el primer eslabón que me llevó al origen, de él partía todo lo demás que estaba por descubrir.
Fernandina de Jagua, la primera denominación
Jagua llamaban los aborígenes a aquellas tierras. Jagua también era el nombre del árbol del cual había surgido la joven que Caunao tomó por esposa. No fue casual, entonces, que formara parte del primer nombre que tuvo el poblado: Fernandina de Jagua. El primer término, obviamente, por aquello de alabar al entonces rey español, Fernando VII; el segundo para honrar la leyenda trasmitida de una generación a otra entre los nativos.
Así Fernandina de Jagua resultó ser la mezcla de la tradición autóctona y la imposición de las enseñanzas del continente europeo, que vio la luz el 22 de abril de 1819 cuando un grupo de colonos franceses, 46 en total, fundaron el poblado.
Pero la hermosa tierra bañada por las aguas de su bahía, también nombrada como Jagua, había sido lisonjeada por el descubridor Cristóbal Colón, el navegante Sebastián Ocampo quien bojeó la isla cubana, el conquistador Diego Velázquez de Cuéllar y los saqueadores Jacques de Sores y Francis Drake.
Aunque el 20 de mayo de 1829 España le concedió el título de villa, momento aprovechado para cambiar su nombre por el de Cienfuegos gracias al entonces Capitán General de Cuba José Cienfuegos, fue nombrada, indistintamente, como Fernandina de Jagua.
Bajo ese espíritu fue diseñado el escudo de la ciudad en julio de 1848. «Fe, Trabajo y Unión», dijo Luis D’Clouet mientras fundaba la villa, y así quedó recogido como lema, apotegma sobre la que descansan imágenes que representan la ciudad: el sagrado árbol de Jagua y la fortaleza que la protegía.
Alguien me susurró un fragmento del himno cienfueguero:
«En tu escudo, Cienfuegos, aún brillan
las palabras de austera virtud
con el prócer del Jagua ha nimbado
tu blasón y la historia de luz.»
Lógicamente, Jagua estaba por todas partes; evidentemente era la guía de un viaje a través del tiempo que vio crecer a Cienfuegos, o para ser consecuente, a Fernandina de Jagua.
El regreso al Castillo de Jagua
Claro que arrancó a mi cámara fotográfica muchísimas imágenes en mi primer viaje y en este, no podía ser menos. Ya existía antes del surgimiento de la villa, exactamente se concluyó en 1745. La fortaleza se dedicó a la advocación de la Virgen María, por el catolicismo expandido por los conquistadores; pero Nuestra Señora de los Ángeles podía nombrar cualquier otro sitio en la isla que estaba siendo colonizada y poblada. Es entonces que se retoma, como sello distintivo y único el término de Jagua.
Las comunidades aborígenes todavía vagaban por aquellas tierras y no era de extrañar que en esa rara relación de transculturación entre nativos y españoles, según dijera Fernando Ortiz, los arribados aprendieran a identificar las regiones usando los nombres originarios.
El castillo, en sí, es hermoso pero mucho más son los extraordinarios paisajes que lo rodean. Como el resto de las fortificaciones en Cuba tuvo la misión de proteger, en sus inicios, a la bahía para luego extender su resguardo a la ciudad naciente. Curiosamente es el único en toda la región central cubana, detalle que lo hace más atrayente y singular. Ya lo conocía como museo, pero aproveché la curiosidad histórica que me llevó hasta allí para probar su restaurante y finalizar contemplando las cálidas y tranquilas aguas desde la tronera en su cúpula. Una experiencia diferente desde un sitio asombroso.
Hotel Jagua
En esta ocasión tomé una habitación en el Hotel Jagua, para variar. La decisión era parte de esa ruta que había escogido para volver la mirada sobre esta encantadora ciudad. Y no me defraudó.
Es muy céntrico, desde él se puede llegar con facilidad hasta el centro histórico y ofrece varios servicios que pueden ser bien aprovechados. En ese sentido, un hotel posee la ventaja de ofertar opciones que no encuentras en las casas de renta. Por ejemplo, piscina, gimnasio, mesa bufet, tiendas y hasta farmacia, como en el caso del Jagua.
Mi habitación tenía vistas panorámicas hacia la bahía y el Palacio de Valle. En las tardes me sentaba en su balcón y desde allí disfrutaba del maravilloso paisaje que, en varias sesiones, quedó atrapado por mi cámara fotográfica.
Sus habitaciones son amplias y muchas de ellas decoradas a la manera de los años 50, época en que fue construido. Sin embargo, no cumplió el cometido para el que había sido diseñado. En 1956 un representante de Meyer Lansky viajó a esta ciudad para adquirir los terrenos colindantes al Palacio de Valle. Pretendían construir el hotel que alojaría a los cientos de turistas interesados en el casino que se instalaría en la emblemática mansión. No fue posible. El año de 1959 irrumpió con cambios que trastocaron la vida de Cuba, sobre todo en lo político y social.
La construcción fue concluida y nunca pudo ostentar el nombre que sus primeros inversores había escogido para él: Hotel del Chalet de Valle. Abrió sus puertas el 28 de diciembre de 1959 con el nombre de Jagua, como parte de la reivindicación histórica que el proceso revolucionario llevó adelante. Con los años se convirtió en un ícono de la arquitectura en Cienfuegos y uno de los hoteles más reconocidos en toda Cuba.
Y mientras pienso en lo que pudo haber sido de esta hermosa instalación, paseo por entre sus maravillosos jardines que me conducen hacia esa otra joya que es el Palacio de Valle.
Campismo Jagua
Supe, gracias a unas amistades cienfuegueras, que había un campismo con igual nombre. Los campismos son muy populares en Cuba. Es una modalidad turística utilizada por los cubanos para pasar sus vacaciones y temporadas de verano. Su principal característica es que suelen estar vinculados a la naturaleza, además de los precios favorables; de ahí que las instalaciones sean sencillas y en ocasiones rústicas. Y allá me fui.
El Campismo Jagua se localiza a 30 kilómetros de la ciudad por carretera; no obstante, tuve la suerte de atravesar el canal de entrada a la bahía que representaron solamente 9 kilómetros.
Resultó ser un lugar sencillo, interesante. La mayoría de los hospedados eran cubanos y entre ellos sobresalían los jóvenes y niños. Las habitaciones están equipadas con televisión, aire acondicionado y ventiladores. Existe un restaurante que, en determinados horarios, ofrece sus servicios con menús criollos.
Me interesaron sus caminatas hacia sitios históricos, la proximidad de la playa Caleta Fariña y las acampadas. Realmente me sirvió para desconectar del ajetreo citadino y conocer espacios en los que la naturaleza reina a sus anchas. Hay numerosas especies vegetales y animales que se entrecruzan en el camino para hacer más dinámica la exploración. Y por supuesto que recorrí algunas de las cuevas bien cercanas a la instalación, como la Cueva Carbonell a solo 300 metros del final del campismo.
Realmente fue una vivencia diferente, repleta del verde de la naturaleza cienfueguera y del azul del Mar Caribe que se empeña en hacer más hermosa a esa ciudad patrimonial.
La despedida con Jagua en el corazón
Entendí muchas cosas luego de ese viaje, sobre todo que no siempre hay que seguir las rutas o planificaciones turísticas tradicionales. El itinerario puede trazarse sobre la marcha o cuando aparece una señal, como Jagua, que te guíe hacia sitios desconocidos o conocidos que pueden ser revisitados pero con otra mirada.
Entonces me despedí de Cienfuegos, de su bahía alrededor de la cual me había movido en pocos días. Pero claro, no fue un adiós. Me fui con la próxima pista y los detalles para diseñar el próximo viaje. Espero contarlo pronto.